La cara y la cruz del aborto, separadas por el río Misisipi
San Luis (Misuri) — 21 kilómetros y las aguas del río Misisipi. Es lo único que separa el fácil acceso al aborto en Illinois y el proceso plagado de restricciones en Misuri, dos estados emblemáticos del tira y afloja en torno a un derecho que mueve pasiones como casi ningún otro en el país.
Veinte minutos son suficientes para recorrer la distancia entre la única clínica que practica abortos en todo Misuri, que esta semana estuvo a punto de perder su licencia, y una de las más de 40 que proporcionan ese servicio clínico en el vecino Illinois.
En esta última, la clínica Hope para mujeres, las paredes se decoran con lemas como “el aborto es normal”. Es un mensaje que cala hondo en los estados progresistas del país, pero que repele a la otra mitad; a los 24 territorios que, en los últimos años, han aprobado normativas para restringir el acceso al aborto.
“La clínica Hope tiene muchas más libertades para operar de una forma basada en las pruebas, en los datos, en la ciencia, sin estar excesivamente regulada por el estado, porque Illinois reconoce que el aborto es un servicio de salud básico”, dijo a Efe el director médico de la única clínica abortista de Misuri, David Eisenberg.
Abortar en ese estado conservador implica esperar un mínimo de 72 horas desde la primera visita a la clínica hasta el día del aborto, someterse a dos exámenes pélvicos y recibir un folleto redactado por el estado -con información que los médicos consideran imprecisa- para disuadir a las mujeres de interrumpir el embarazo.
Además, los médicos que practican abortos en Misuri deben tener acceso a un hospital a 15 minutos de distancia de la clínica, y sus consultas deben tener una estructura comparable a la de un quirófano.
Esas normas “exageradas”, en palabras de Eisenberg, han provocado el cierre de cuatro clínicas en Misuri desde 2008, y dejado con una única opción, el centro de San Luis, a más de un millón de mujeres en edad reproductiva en ese estado del tamaño de Uruguay.
Eso explica que “alrededor del 55 %” de los pacientes que recibe la clínica Hope provengan de Misuri, y que esa cifra haya “aumentado enormemente en los últimos dos años”, según la doctora Erin King, directora ejecutiva del centro situado al otro lado del río.
“En Illinois, se accede (al aborto) de la misma manera que a cualquier otro servicio de salud”, explicó King en una entrevista con Efe en su clínica, situada en la localidad de Granite City.
“En unas pocas horas, te han hecho la operación y te vas a casa con tu familia”, agregó.
Las pacientes llegan, se hacen un análisis de sangre y un ultrasonido, reciben asesoramiento y abortan. Si están en sus primeras semanas, muchas optan por hacerlo con una píldora. En Misuri, la clínica ha dejado de ofrecer esa opción porque el estado requería un examen pélvico y los médicos lo veían innecesario.
En Illinois, el seguro médico subsidiado para personas de bajos ingresos, Medicaid, cubre el coste del aborto desde el año pasado; mientras que en Misuri, todas las pacientes tienen que pagar el coste íntegro del procedimiento, que puede ascender a 1.500 dólares.
Pero en las dos clínicas se practica un número de abortos similar, unos 3.000 al año, y el éxodo de pacientes a Illinois es un fenómeno relativamente reciente, que se ha intensificado con la firma, la semana pasada, de una ley que a partir de agosto prohibirá el aborto en casi todos los casos en Misuri.
“Nada ha cambiado en Misuri por ahora, pero están preocupadas por los cambios que se avecinan. Hay mucha confusión”, señaló King.
En Illinois, el panorama es el contrario: el Congreso estatal acaba de aprobar una ley que garantizaría el acceso al aborto si, a raíz de los vetos a ese servicio impulsados en estados como Misuri, el Tribunal Supremo deroga la legalización de ese derecho.
Ambas clínicas tienen, sin embargo, dos grandes puntos en común: las fuertes medidas de seguridad y los manifestantes en la entrada. En la de San Luis hay algunas ventanas tapiadas y un detector de metales, pero los que protestan no suelen gritar a los pacientes.
“Los nuestros son más agresivos”, aseguró a Efe la subdirectora de la clínica Hope, Alison Dreith.
Ese centro se construyó “a prueba de bombas y balas”, y King lo agradece ahora que “está aumentando la violencia contra quienes practican abortos”. Detrás de los colores pastel y las invitaciones a “exhalar” de las paredes, la clínica de Illinois, como casi todas las abortistas en el país, sigue siendo un búnker.