El narrador Martín Moreno hace el retrato humano de un criminal de clase baja
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México — Convencido de que ningún narrador tiene el derecho de lesionar con sus historias, el escritor mexicano Martín Moreno muestra en su libro “Por la mano del padre” que un asesino de barrio también es un ser humano y debe ser tratado como tal.
“No tenemos derecho de lastimar a la gente”, explica en entrevista a Efe el periodista al referirse a su nueva obra, un reportaje de largo aliento sobre el crimen cometido hace más de 10 años por un mexicano de clase baja que estranguló con sus manos a sus tres hijos y luego les puso al lado sus juguetes.
En 214 páginas, Moreno desmenuza una de las fechorías más crueles en México en este siglo y si bien no consiente al asesino y desvela sus acciones cínicas, evita hacer juicios y solo cuenta los hechos como ocurrieron en el municipio de Nezahualcóyotl, Estado de México.
Leonardo Gustavo Hernández tuvo una niñez rodeada de desamor. De de padres alcohólicos heredó el vicio y se acercó a las drogas, con lo cual desestabilizó el matrimonio con su mujer Mónica y agrió el ambiente de la familia completada por los hijos Kevin, de cinco años; Christopher, de tres, y Romina, de año y medio.
Un jueves de noviembre de 2006 el hombre se quedó solo en la casa mientras su mujer se fue a trabajar y, convencido de que la esposa le era infiel, cobró venganza de la manera más cobarde, al estrangular a los chicos con una bufanda.
Es una historia con todo para ser contada desde el morbo, sin embargo, Moreno se niega a utilizar alguna de las 20 fotos explícitas en su poder y si bien jamás avala el injustificable filicidio, sí deja entrever el pasado oscuro de su protagonista y la falta de oportunidades en los años de formación.
El día que asesinó a sus hijos, Gustavo le regaló dos rosas a Mónica y le escribió una carta que iniciaba: “para una mujer bonita...”. Así empieza la obra que deja al descubierto la personalidad retorcida del victimario, quien después del crimen hizo tres corazones de madera para ponerlos en las tumbas de los niños.
“La intención fue dar un contraste marcado, dramático, contrastando sobre un acto canalla como matar a sus hijos y, al mismo tiempo, escribirle una carta y regalarle un par de rosas a una mujer, un acto de amor, de humildad varonil. Son dos estados de ánimo como la noche y el día”, explica el escritor.
Moreno se metió dentro de la historia durante 10 meses, visitó el antro de mala muerte donde solía bailar y tomar alcohol el asesino, entrevistó a vecinos y familiares, y el resultado fue un retrato que se lee de corrido con un lenguaje sobrio sin hojarasca.
“No sé si lo he logrado, pero he intentado que quien lea tenga interés en lo que ven sus ojos; quien nos lee nos hace un favor y debemos retribuir con una historia que valga la pena. Es nuestra obligación”, comenta.
Si bien celebra las bondades de internet, Moreno defiende la idea de que la investigación periodística no está en la red y la lleva a la práctica al realizar decenas de entrevistas y acudir de manera reiterada al pueblo de los hechos.
Allí recopiló información en busca de detalles para dar un toque humano a su libro, que se puede leer como una novela sin ficción.
“Se trataba de dar equilibrios, de arropar la historia con averiguaciones sin perder de vista que son historias de carne y hueso”, dice, y reitera estar tranquilo por la decisión de no incluir en el reportaje fotografías morbosas.
Al estilo de “A sangre fría”, el clásico de Truman Capote, el libro de Martín Moreno construye una historia humana a partir de una nota roja y aunque sus lectores terminan por maldecir al asesino y celebran su confinamiento de por vida, coinciden en que también el hombre es una víctima, aún con su mentalidad enfermiza.
¿Cuántos Gustavos existen? ¿Cuántas Mónicas hay? ¿Dónde más podría repetirse otra historia así?, se pregunta Martín Moreno, quien sugiere que un asesino no se hace solo. Más bien es un fruto podrido del árbol de la violencia.