A trompadas y abrazos
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Por Arturo Álvarez — Dicen que Donald Trump tuvo un sueño…más bien una pesadilla: Veía cómo cientos de sus coterráneos recibían a inmigrantes con los brazos abiertos, con bombos y platillos, en los mismísimos aeropuertos estadounidenses…
De repente despertó y la pesadilla comenzó a convertirse en realidad. Por unos cuantos trogloditas que han hasta pateado a otros seres humanos, solo por el gran “pecado” de tener un ascendente extranjero, las imágenes de la televisión muestras a otros miles que han abierto sus corazones y le están diciendo a los inmigrantes: estamos con ustedes y los amamos.
Yo apostaría uno de mis dientes a que Donald Trump, muy avezado en eso de las fríos negocios, no entiende mucho de eso que llaman la Ley de la Polaridad: cuando algo o alguien se acerca a un extremo o decide llegar a ese punto, otro extremo inmediatamente se activa para hacer que todo encuentre de nuevo su balance, su punto de equilibrio.
Donald Trump no comprende que cuando un ser humano siembra el odio irracional, en alguna parte, de inmediato, muchos empiezan a abrazar el amor incondicional como contrapeso. La vida, así, con sus contrapesos, es siempre maravillosa y especialmente sabia.
Por eso, Trump, a pesar de sus pesares y sin proponérselo, se está convirtiendo desde ya en todo un maestro espiritual; está despertando al gurú que vive en cada uno de nosotros para empujarnos a actuar con consciencia, con sabiduría. Nos sacude, nos cachetea, nos empuja a evolucionar, a acercarnos mucho más a ese balance que como humanidad aun no terminamos de alcanzar.
¿Que si me gusta Trump o no y todas su excentricidades? No, para nada. ¡Que torta! Porque bien dicen que todo eso que nos incomoda nos acomoda. Todo eso que rechazo con vehemencia es solo un interruptor que activa en mi algo que sigue en tinieblas, algo que no quiero ver, algo que sigue escondido en algún rincón de mí y que se resiste a salir a la luz.
Uno diría, aunque duela decirlo, que todos llevamos un pedazo de Trump muy dentro de nosotros. Seguro nos gustaría hablar a “calzón quitado”, sin tapujos, dejar de ser tan modositos, tan formales, tan acartonados y llamarle al pan pan y al vino vino.
Nos gustaría ser más plantados y salirnos del canasto. Nos gustaría, a veces, dejar salir nuestros demonios reprimidos y permitirles que se expresen sin tapujos.
Lo que quizá no entendemos bien es que es que hablar y actuar a las trompadas puede desatar una avalancha de proporciones inimaginables que bien puede terminar arrastrándolo a uno mismo.
Quizá Trump despierte también una sonrisa cómplice entre muchos que veían al mundo encadenarse a una globalización que más parecía una homogenización, una robotización, una pretensión desmesurada de hacernos a todos consumidores igualitos, borrando de un zarpazo nuestras identidades, nuestras personalidades, nuestro propio acervo cultural.
Y no es que uno esté en contra del libre comercio mundial. Es que una cosa es que compartamos lo mejor que cada país tiene para ofrecer y que eso nos enriquezca a todos y otra muy diferente es que unos cuantos tagarotes se hagan dueños del mundo y nos pongan a consumir solo lo que a ellos se les antoje.
En fin, claros y oscuros que uno puede apreciar en el nuevo titular de la Casa Blanca y todo lo que está desencadenando.
Por cierto, han notado que el nuevo presidente estadounidense también tiene un parecido gigantesco al matón del barrio. ¿Lo recuerdan? Ese que hacía lo que le venía en gana so pena de darle una buena trompada al que no complacía hasta sus nimiedades. Solo que esta vez el vecindario ha crecido: ahora le llaman la aldea global, y esto ya no es un juego de niños.
¡Oopss! El detalle es que también recuerdo que en el barrio un buen día todos se armaron de valor y terminaron poniendo en su lugar al matón y todos sus arrebatos.
¡Hagamos un trato! No le demos un portazo tan rápido a Donald Trump. Abramos muy bien los ojos, despertemos nuestra consciencia, examinémonos como individuos, como sociedad, como humanidad.
Preguntémonos primero que hay en nosotros del Trump nacionalista a ultranza que cree que su país es el mejor; que en hay nosotros del Trump arrogante, a veces mentiroso, confrontativo, ególatra, caprichoso y ambicioso en extremo.
Nuestro despertar será tan rápido o tan lento como nuestra capacidad de hacernos preguntas y de aquietarnos para escuchar suave y honestamente nuestras propias respuestas.
Arturo Álvarez es escritor coach, conferencista y motivador. Es el autor del libro La Oruga que quería ser Mariposa. Imparte talleres de crecimiento personal abiertos al público en Estados Unidos, Costa Rica y otros países. También realiza múltiples capacitaciones para empresas u organizaciones públicas y privadas. [email protected]