En Los Feliz, un puesto de tacos cuenta la historia de un barrio y una familia
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Para algunos, la historia del origen de Los Feliz comienza en Hillhurst Avenue, bajo el dosel de Yuca’s Hut, de ‘Mamá’ Socorro Herrera. El pequeño puesto de tacos es un lugar de felicidad; educativo para algunos y un espacio seguro para otros, donde los ornamentos de Navidad cuelgan del techo durante todo el año, se aceptan cervezas compradas en la tienda de licores adyacente y el menú, tal como las estaciones del año en Los Ángeles, no cambia jamás.
Cuando Socorro vio por primera vez el espacio, de 8 por 10 pies -originalmente una cabina de lustrado de zapatos- en 1976, sintió que era “suficiente”, recuerda. No tenía equipamiento o un plan, pero sus amigos la habían alentado a abrir un restaurante, y ella y su ahora difunto esposo, Jaime, imaginaron que sería de gran ayuda durante al menos los siguientes cuatro años, para cubrir la elevada matrícula de su hija, Dora, en Brown.
Así, comenzaron preparando hamburguesas, perritos calientes, patatas fritas, falafel y emparedados de carne, remanentes en el menú de su predecesor, un lugar de comida de Medio Oriente. Eventualmente, la oferta mutó a algo más fiel a las raíces yucatecas de Socorro: tacos y burritos rellenos con carnitas carne asada y cochinita pibil.
“Sólo hice lo que pensé que a la gente le gustaría. Y realmente les gustó mucho”, dice Socorro. Ahora, cuatro décadas más tarde y con un segundo restaurante en Hollywood Boulevard, ella se hizo acreedora a un premio James Beard (Clásicos de los EE.UU., 2005) y está rodeada tanto de una comunidad leal que se ha convertido en su familia extendida, como de un flujo constante de forasteros que quieren tomarse autofotos -una ‘selfish’ (egoísta), como le llama Socorro- con ella. Pero, a excepción de algunos artículos que se han quitado del menú -principalmente el falafel, las patatas fritas y un burrito de jamón y queso que requería mucho tiempo de preparación- el resto permanece igual.
Dora también está allí. Luego de graduarse de Brown, en 1980, regresó a su casa para ayudar a dirigir el negocio que pagó por su educación y ha trabajado allí desde entonces, en Yuca’s on Hollywood, mientras su madre saluda a sus fans en el puesto.
“Trabajar con la familia no es fácil”, dice Socorro. “Pero si te aman, y tú los amas, encontrarás la forma de que funcione y de que no siempre se haga lo que ellos quieren, o lo que tú quieres”.
En un húmedo sábado de abril, parece que el hábito de comer tacos va más allá de los rituales del senderismo; y siempre hay clientes en Yuca’s. La gente del lugar pasa por allí en busca de comida para llevar y un abrazo de ‘Mamá’; un par de pequeños de las ligas menores esperan, vestidos con sus uniformes, junto a su padre; un hombre de mediana edad que asegura haber comido tacos en Yuca’s desde el día de su apertura va en busca de su almuerzo; un chico con vestuario colorido que creció en el vecindario también tiene hambre de burritos.
Socorro, a sus 80 años de edad, tiene pelo corto y cano, una camisa floreada y sus uñas lucen perfectas. Se sienta donde siempre lo hace, en su banquillo de barra de bar; toma órdenes en platos de papel y los pasa a los cocineros, que los llenarán después de tacos, burritos, hamburguesas y tamales yucatecos. Y allí es cuando ella dice en voz alta el nombre del cliente, aunque puede ser -o no- el verdadero. “Hay un chico que viene todo el tiempo y su nombre es Jimmy, pero ‘Mamá’ lo llama Dave”, dice Dora. “Ella siempre lo llama Dave. ¡Al menos es coherente!”, ríe.
En una ciudad de variables infinitas, Yuca’s se mantiene constante. “Así es como se mantiene la calidad en lo que se ofrece”, dice Dora. “La gente vuelve 10 o 15 años más tarde y la comida sabe exactamente igual a como la recordaban. De eso se trata todo esto”.
Las mujeres Herrera no están preocupadas por la evolución; sólo siguen haciendo lo que mejor saben: preparar comida simple y memorable, inspirada en las recetas que su madre y su abuela preparaban en una rústica cocina en Mérida, donde ambas fueron criadas. Dora cree que la insistencia de su madre en hacer las cosas a su manera es la razón de la prosperidad de Yuca’s por tanto tiempo. “Mi madre no decía: ‘¿Qué quieres?’”, dice Dora. “Ella decía: ‘Esto es lo que hay; está muy bueno y te lo vas a comer’”.
Si uno busca pollo en el puesto, no será su día de suerte. ¿El queso en el amado burrito? Al estilo estadounidense, como siempre. Y ni se debe preguntar por una quesadilla, porque Socorro te dirá que ella no las prepara (aunque podría ser cuestión de cómo uno lo pide: intente mejor ordenar un burrito de frijoles y queso, pero sin frijoles). Ella recuerda, en su particular inglés, que uno de los mejores elogios que ha recibido fue: “No quiero lavarme los dientes. Quiero mantener el sabor de su comida”.
Las Herrera saben que unas pocas cosas buenas son suficientes. El mundo dentro del puesto de Yuca’s es una instantánea de Los Ángeles. Y la estructura de los burritos de Socorro resumen su epicúrea filosofía. “Me gusta que mis burritos no sean demasiado grandes, ni redondos”, dice. “Cuando es demasiado grande, uno muerde y todo se cae. Cuando es plano, uno lo muerde y se queda con todo”.
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