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Clinton gana y cierra las grietas demócratas; Trump vence gracias a la división republicana

La carrera presidencial continuará por meses, pero los principales candidatos de ambos partidos están, después del martes, más cerca de ser los nominados. Ni Donald Trump ni Hillary Clinton ganaron todos los estados en juego, pero sí triunfaron en la mayoría de ellos, lo cual extendió las ventajas que ambos tenían en materia de delegados y en la fuerza de sus campañas.

Trump fue ganador en al menos siete estados. Su competidor más cercano, el senador de Texas Ted Cruz, triunfó en tres. La traza de victorias de Trump ahora se extiende desde Nevada a través del sur profundo y hasta Nueva Inglaterra.

Clinton también fue ganadora en al menos siete estados, incluyendo el más grande. Su contrincante, el senador de Vermont Bernie Sanders, se proyectaba como vencedor en cuatro, uno de ellos su estado natal. Así las cosas, Clinton lidera el mapa desde Nevada a través de Texas, y en todo el sur y hasta Massachusetts.

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Pese a lo similares que han sido sus radicales victorias, Trump y Clinton representan veredictos diametralmente opuestos en los votantes de cada partido.

Trump ha aprovechado y mantenido el apoyo de un enojado electorado republicano, la visible escisión de un partido que retumbó de descontento durante años tras sucesivas pérdidas presidenciales. Sus victorias generalizadas por sobre la oposición y sobre buena parte de los líderes nominales del partido han sido, a la vez, una extensión y una exageración del ‘Tea Party’ versus los feudos de la clase dirigente (establishment) que colorearon las peleas republicanas desde 2010.

Clinton, por el contrario, está en marcha hacia la unificación de su partido. La precandidata recupera firmeza después de algunos sustos en Iowa y New Hampshire, y mitiga efectivamente la guerra demócrata interna impulsada por el corrimiento de sus votantes hacia la izquierda durante la gestión del presidente Obama. Su éxito está impulsado por la creciente diversidad de su partido, que permitió a los latinos llevarla hacia la victoria en Texas, y a los votantes negros reforzar su candidatura a través del sur.

Pero ganar formalmente la nominación no es tan sencillo como avanzar hacia la elección general, mucho menos cuando los otros participantes no están dispuestos a deponer armas.

Sanders insistió en que luchará contra Clinton hasta la convención del partido, a realizarse en julio próximo, y afirmó que tiene los fondos para hacerlo. Sin embargo, no logró reducir el apoyo que las minorías, las mujeres y los votantes jóvenes expresan por su contrincante. También se vio limitado por la continua lealtad de los demócratas a Obama, a quien Clinton hizo amables referencias durante toda su campaña.

Pese a las tendencias cada vez más liberales de los votantes demócratas, en sondeos realizados en Virginia más de 4 de cada 5 personas expresaron su deseo de que los programas de Obama continúen, y por ello votaron abrumadoramente a favor de Clinton.

Mientras Sanders no puede ampliar su base, Clinton ha comenzado a usurpar su lenguaje, al punto tal que su discurso típico ahora hace eco de las palabras del senador de Vermont. Esto ha tenido como efecto la unión de las facciones liberales y moderadas del partido, para beneficio de la precandidata.

Trump, en tanto, ha explotado las dolorosas divisiones de su partido. Los líderes republicanos intentaron unirse en torno al senador de Florida Marco Rubio, quien se esperaba resultara ganador en un estado este martes. Pero su ascenso requeriría la salida de Cruz, quien no tiene razones para renunciar con sus triunfos en su estado natal y Oklahoma. El gobernador de Ohio, John Kasich, se ha comprometido a no postergar una ronda de primarias en el medio oeste a finales de este mes.

La amplitud de victorias de Trump hasta el momento –y el impulso que éstas le dan mientras la carrera sigue adelante- es asombrosa. El martes fue declarado vencedor al cierre de los comicios en Tennessee, Alabama, Georgia y Massachusetts, estados con votantes republicanos muy diferentes entre sí. En 2012, esos cuatro estados se mostraban divididos entre los tres candidatos.

En Virginia, un estado clave en la elección general y en el que Trump derrotó a Rubio, las encuestas en los sitios de votación mostraban que Trump ganaba cómodamente entre los votantes conservadores y entre casi una cuarta parte de los moderados. También se mostraba como favorito entre los republicanos que se sentían traicionados por su partido –un sentimiento con el cual Trump impregnó su campaña, ‘ajena’ a la clase dirigente- pero también entre aquellos que no se sentían de ese modo. Además, ganó una cuarta parte de los votantes que favorecen la legalización de los inmigrantes indocumentados en el país, una postura a la que él se opone con vehemencia.

Clinton no usó ni un segundo del martes para criticar a Sanders. Trump no pudo resistirse a hablar mal de Rubio, su mayor crítico en las últimas dos semanas, pero incluso esa misión fue limitada. En cambio, Clinton y Trump se culparon uno al otro por sus visiones opuestas de los Estados Unidos. Fue un adelanto de lo que -las probabilidades indican- será una larga y ardiente elección general.

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