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Aunque eclipsado por el coronavirus, el dengue emerge como otro peligroso brote viral

Un mosquito Aedes, portador principal del dengue. La enfermedad es endémica en 128 países.
(Joao Paulo Burini / Getty Images)

La primera de las hijas de Yuli Irma que se enfermó fue su niña de seis años. Al día siguiente, lo hizo otra hija, de 13 años, seguida de un varón, de 12.

Como residente de las afueras de la capital indonesia de Yakarta, Irma temió que sus hijos se hubieran infectado con el nuevo coronavirus. Sin embargo, los análisis de sangre revelaron que tenían dengue, otra enfermedad viral que también presenta un brote en la actualidad, pero que ha sido eclipsada por el COVID-19.

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Después de un número récord de casos el año pasado, la enfermedad se está extendiendo sin descanso por el sudeste asiático, una zona caliente donde florecen los mosquitos que transmiten el virus.

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La dolorosa condición mata a miles cada año e infecta a cientos de millones dentro de un grupo de territorios tropicales que abarca todo el mundo.

Si bien la gran mayoría de las personas infectadas nunca presentan síntomas, los casos graves pueden provocar hemorragias, dificultad respiratoria e insuficiencia orgánica.

Los síntomas más comunes -algunos de los cuales son similares a los del coronavirus- incluyen fiebre alta, fuertes dolores de cabeza y un dolor insoportable en las articulaciones, que le vale el sobrenombre de “fiebre de los huesos”.

Vaccine
En 2016, Filipinas puso fin a una campaña de vacunación contra el dengue que utilizaba un medicamento vendido por el fabricante farmacéutico francés Sanofi Pasteur, después de varias muertes infantiles.
(Noel Celis / AFP-Getty Images)

El aumento en los casos de dengue está agotando aún más los recursos médicos en países como Indonesia, en un momento en que los centros de atención a la salud ya están lidiando con las aplastantes demandas de una pandemia.

Es un claro recordatorio de cómo el impacto del coronavirus en la salud se extiende mucho más allá de aquellos a quienes enferma.

A personas en todo el mundo les retrasan las fechas de cirugías electivas. Los pacientes sin coronavirus compiten por la disminución de los suministros de respiradores, medicamentos antivirales y sedantes. Y los países con un número crónicamente bajo de personal sanitario están siendo llevados a un verdadero límite.

Le tomó días a Irma encontrar tratamiento para sus hijos. Un médico les extrajo muestras de sangre en su casa, porque Irma temía exponer a los chicos al coronavirus en un hospital. Cuando las pruebas revelaron que padecían dengue, les tomó varios días más encontrar una instalación que no estuviera designada para pacientes con COVID-19.

“Los niños estaban muy débiles y mareados para entonces”, afirmó la mujer, de 42 años, cuyos hijos fueron hospitalizados durante cuatro días, en abril pasado.

Los primeros síntomas del dengue pueden confundirse con el coronavirus. Algunos pacientes tienen ambas condiciones, lo cual empeora exponencialmente sus posibilidades de recuperación.

La primera persona con COVID-19 que falleció en Tailandia también estaba infectada con dengue. En febrero, dos singapurenses con COVID-19 fueron diagnosticados erróneamente como enfermos de dengue.

Al igual que el coronavirus, no hay cura para esta enfermedad, aunque los investigadores llevan décadas intentando desarrollar una vacuna -una perspectiva desalentadora para aquellos que esperan que la inmunización contra el COVID-19 esté lista en menos de dos años-.

El desarrollo se ha complicado por el hecho de que el virus del dengue aparece en cuatro formas diferentes, conocidas como serotipos. Los pacientes que se recuperan de un serotipo pueden desarrollar inmunidad a él, pero se enfrentan a un cuadro grave si luego se infectan con otro serotipo. Una inmunización exitosa tendría que contemplar los cuatro serotipos.

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Una vacuna que parecía prometedora fue finalmente arruinada por la controversia. En 2016, Filipinas suspendió una campaña de vacunación que utilizaba un medicamento del laboratorio francés Sanofi Pasteur, después de las muertes de algunos niños.

Posteriormente, Sanofi Pasteur reveló que su vacuna estaba enfermando a pequeños que nunca habían tenido dengue. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ahora recomienda el medicamento sólo para aquellos que han tenido dengue en el pasado.

El escándalo resultó en acusaciones de funcionarios gubernamentales e investigadores médicos en Filipinas, y una desconfianza pública de las vacunas que contribuyó a una importante recurrencia del sarampión el año pasado.

Fumigación contra mosquitos en Indonesia, en 2019.
(Adek Berry / AFP-Getty Images)

“Esto parece ser una especie de ficción mientras buscamos una vacuna para el COVID-19”, consideró el Dr. Leong Hoe Nam, experto en enfermedades infecciosas del Hospital Mount Elizabeth Novena, en Singapur. “Las vacunas no siempre se comportan de la manera que queremos”.

Si bien el dengue también se encuentra en África y en los países al sur de Estados Unidos, el 70% de su incidencia está en Asia. Antes de 1970, sólo nueve naciones tenían epidemias graves de dengue, según la OMS.

Desde entonces, la urbanización masiva, el crecimiento exponencial de los viajes y el clima cálido impulsaron la propagación de la enfermedad, haciéndola endémica en 128 países.

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El dengue se considera una “enfermedad tropical descuidada”, un título otorgado por los funcionarios de salud para describir aquellas condiciones que ocurren en la mayoría de los países más pobres y que reciben atención inadecuada.

El año pasado, la OMS nombró al dengue como una de las 10 principales amenazas para la salud pública e instó a mejorar la vigilancia de los mosquitos Aedes hembra, los mayores responsables de propagar la enfermedad (el condado de Los Ángeles experimentó un brote de Aedes en 2018).

Países como Singapur aprendieron a vivir con el dengue promoviendo una especie de distanciamiento social con los mosquitos.
(Roslan Rahman / AFP-Getty Images)

Los expertos no están seguros de qué impacto tendrán las restricciones sociales y los bloqueos generalizados en la propagación de la enfermedad. Las picaduras del mosquito Aedes ocurren con mayor frecuencia dentro de los hogares, que es donde las personas ahora están confinadas.

La probabilidad de infección “aumenta cuando todos se quedan en casa, pero la falta de movilidad puede limitar la propagación”, destacó Duane Gubler, director fundador del Programa de Investigación de Enfermedades Infecciosas Emergentes en la Escuela de Medicina Duke-NUS, en Singapur. “Vamos a tener que esperar y ver qué ocurre”.

Los brotes de dengue tienden a aparecer en oleadas que se prolongan varios años. La duración de los brotes depende de que las poblaciones desarrollen inmunidad de rebaño a las cepas del virus antes de que uno nuevo pueda ganar impulso.

Países como Singapur han aprendido a vivir con la enfermedad, promoviendo lo que equivale al distanciamiento social con los mosquitos. Los inspectores les recuerdan regularmente a los ciudadanos que eliminen las fuentes de agua estancada.

Los sitios de construcción, lugares principales para los charcos, deben incluir a oficiales de control de plagas en el lugar, encargados de eliminar las larvas. Y los vecindarios residenciales son fumigados periódicamente con columnas de insecticidas orgánicos, una práctica conocida como nebulización o bruma.

A principios de este mes, la Agencia Nacional del Medio Ambiente del país amplió un programa que libera mosquitos machos cargados de bacterias diseñadas para evitar que los huevos eclosionen después del apareamiento.

Sin embargo, a pesar de una mayor vigilancia, los casos de dengue -entre ellos el de un miembro de alto rango del parlamento- se duplicaron allí en comparación con el mismo período del año pasado -llegaron a 6.900- al mismo tiempo que la red de salud del país ha tenido que tratar a casi 25.000 pacientes con coronavirus. “Todos somos susceptibles al dengue y es una guerra que no podemos luchar solos. Nos necesitamos más que nunca”, escribió Low Yen Ling, parlamentario desde 2015, en su página de Facebook.

Guo Xian ha estado atento desde que vio pancartas de salud pública en su vecindario central de Singapur, que advertían sobre un brote de dengue local.

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El productor de radio contrajo la enfermedad hace tres años y tuvo que ser hospitalizado, con fiebre alta y erupción cutánea.

Para reducir sus posibilidades de contraer dengue nuevamente y enfrentar un episodio aún peor, redujo sus trotes matutinos y comenzó a aplicarse generosamente repelente de mosquitos, incluso en interiores.

“Desde que me dieron de alta, he estado paranoico”, confesó Guo, de 46 años, quien siente que el dengue le ha quitado parte de su energía. “Siempre hay que tener cuidado, pero especialmente ahora, con el dengue y el COVID-19”.

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