ENSAYO: ‘¿Mamá crees que intentarán romper mis bolas?’

Para Adalinda Alicea Blanco: En este día crucial de su vida...

“Las pesadillas a veces se hacen realidad”, dice la canción, un tema que hace mella en mi cabeza como un taladro, un taladro flácido, enervado. Me horada el cráneo y me saca toda la purulencia, lo negro de mis pensamientos.

“¿Mamá, me pondrán en la línea de fuego?”, junto a todos esos delincuentes ávidos de plomo y delirio. La canción circunvala mi cerebro, pero no es cantada por Roger, sino por Eddie, a quien escucharía en un concierto de Pearl Jam en Los Ángeles.

En ese tiempo, cuando joven asistí al recital en Inglewood, aún no sabía que la pesadilla se convertiría en realidad. Madre, cuánta razón había en tus ojos.

Soy el sexto de nueve hijos, surgí sin planear, como siempre, como es de esperarse, un meco improvisado. El último planeado —aunque después llegarían dos más— un par de iguales mecos basados en el sexo anticipado y espontáneo de mis padres.

Me deleité de permisión —a pesar de lo numeroso de la familia— gozaba de todo el consentimiento bondadoso por parte de mi madre, de toda su importancia, de toda su generosidad, su delicadeza. Lo recuerdo y me tumbo a llorar en estos camastros que sacan ronchas en todo el cuerpo. Lo repaso y me balanceo sobre el colchón, porque así es como se debe recordar, sollozando, no encuentro otra manera para mirar el pasado, para recorrer a través de la oscuridad del tiempo y llegar hasta mi casa, allá, en el corazón de Guerrero, y hundirme en ese delicioso aroma a pan recién horneado.

Madre era una maestra repostera, cocinaba los mejores panecillos de todo el municipio: teleras, bolillos, cuernos de vapor, barquillos, caracoles, besos, yoyos, bocados, pachuchos, panquecitos, ladrillos, piedras, entre otros.

Un olor dulzón que me tocaba el estómago, me partía el tubo digestivo en dos, me colmaba el esófago tan solo con el aroma, el tierno bálsamo. ¿Sabes?, es preciso tirarse a llorar ahora, es justo y necesario, dirían allá arriba.