EL MIRADOR, Guatemala.- — Sin duda el doctor Richard Hansen es un personaje polémico. El descarta todas las nociones que sugieran siquiera que los mayas no eran lo suficientemente inteligentes como para desarrollar por sí mismos una gran civilización. “No necesitaban de extraterrestres”, dice mientras se ríe a carcajadas de ese tipo de versiones.
En realidad, los mayas de este período crecieron y adquirieron un gran poder porque descubrieron cómo aprovechar sus recursos. “Los mayas utilizaban un barro orgánico que se encontraba en los pantanos y lo colocaban sobre la tierra que cultivaban, permitiéndoles sembrarla durante más de mil años”, dice Hansen.
Esa forma de cultivar la tierra les permitió crecer y convertirse en una gran civilización en la que llegaron a vivir millones de personas en una superficie de alrededor de casi 7.000 kilómetros cuadrados entre Campeche y el Petén.
Ese poderío, dice Hansen, les permitió convertirse en una verdadera potencia económica, política y militar. Pero eran humanos, y con el poder llegaron los lujos, y con los lujos los excesos. En aquel tiempo, el estatus social empezó a mostrarse de numerosas maneras, pero una de las más frecuentes era con el uso de la cal, en las viviendas, plazas, y templos de los poderosos.
Al inicio del período de expansión los pisos de las casas tenían en promedio, una capa de dos a cuatro centímetros de cal. Pero conforme fue aumentando el poderío, también lo fue haciendo la capa de cal sobre los pisos que cada vez era más gruesa. “Llegó un momento que los pisos de las casas de los poderosos tenían capas de hasta medio metro de estuco”, dice Hansen. “Eran humanos y vanidosos y sujetos a los placeres del poder, como lo somos nosotros”.
La cal, asegura, era un elemento que se usó de manera extensiva para adornar no solo los pisos, sino también las paredes de cientos de pirámides, plazas, calzadas, templos y casas, así como para construir las maravillosas ornamentas conocidas como mascarones.
“Lo hacían porque podían, porque tenían el poder, porque dejaron de pensar en el futuro”.
— Dr. Richard Hansen, al referirse al derroche de los recursos naturales hechos por los mayas.
El problema, y esa es la enseñanza que quiere trasmitir Hansen a la sociedad, es que dilapidar los recursos naturales en aras del lujo, el placer y la ganancia económica, nunca tiene un final feliz.
Y es que, para fabricar una tonelada de cal, los mayas necesitaban al menos de 5 a 6 toneladas de madera para calentar la piedra caliza a una temperatura de 900 grados centígrados. Y mientras la ciudad crecía en esplendor y belleza, la selva y sus recursos se fueron acabando.
“Alrededor de 100 años después de Cristo, se empezó a vivir una verdadera crisis ecológica. Después de años deforestando la selva, hubo sequías y problemas sociales. Cuando se presentaban huracanes o lluvias fuertes, empezaron a erosionarse los suelos y el barro natural de la piedra caliza se escurrió hacia los pantanos. El lodo orgánico que utilizaban para sus terrazas agrícolas fue sepultado por metros de sedimentos”.
El colapso no ocurrió de la noche a la mañana. En un período de entre 5 y 30 años dejó de llover y la hambruna apareció”, dice Marylu Ridinger, una arqueóloga texana, considerada como una de las descubridoras del Jade en Guatemala.
Aunque existen muchas teorías con relación al colapso de esta gran civilización entre 800 y 900 d.C., es el colapso Pre clásico aproximadamente en 150 d.C. el que ha sido más investigado por el Proyecto Cuenca Mirador.
Hansen considera que hay un mensaje que se debe dar al mundo, y ese mensaje es que no es posible seguir dilapidando los recursos naturales. “Lo hacían porque podían, porque tenían el poder, porque dejaron de pensar en el futuro”.
Hansen asegura tener la evidencia de que cerca del año 150 después de Cristo se registró un primer colapso social en la civilización Maya, y que después hubo un resurgimiento de la civilización Maya por otros 800 años, hasta el segundo colapso que se registró dentro del período Clásico.
En palabras llanas, de acuerdo con la tesis de Hansen, el desplazamiento del pueblo Maya de sus ciudades-estado, como la que floreció en la Cuenca Mirador, fue producto del abuso y dispendio de los recursos naturales que les ofrecía el bosque; porque podían, las clases más poderosas económicamente, comenzaron a deforestar la selva.
En aras del lujo, las clases privilegiadas mayas comenzaron a hacer uso excesivo de la cal (carbonato de calcio), para cuya obtención se comenzó a utilizar madera y piedras en exceso, lo que llevó a un deterioro desmedido del suelo.
Esa actividad humana fue la que ocasionó un cambio en el microclima del bosque. Las lluvias fueron más intensas. Sin árboles, el agua no tuvo contención y deslavó los suelos; los pantanos, considerados como fuente de nutrientes para la actividad agrícola, dejaron de regenerarse. Se agotaron los pantanos. Pronto cesó la actividad agrícola… y a falta de una fuente de sustento económico, comenzó la migración.
Por esa razón Richard D. Hansen se bota de la risa cuando se le acusa de querer apropiarse del bosque de la Reserva de la Biósfera Maya para acabar con el bosque, cuando en realidad es todo lo contrario, asegura. “Quiero que el mundo conozca cómo fue el colapso de esta prodigiosa civilización, para que la humanidad no vuelva a cometer el error de desaparecer a causa del abuso de los recursos naturales. La cultura maya y la selva, debe ser un patrimonio de los guatemaltecos, no de un pequeño grupo”, asegura.
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