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Esta historia es parte de Parents Are Cool!, el tercer número de Image, que explora las innumerables formas en que los padres de Los Ángeles practican el oficio del cuidado. El número completo, aquí.
La siguiente entrevista fue editada y condensada, para mayor claridad.
Tuve a Isla en mi bañera, en casa. El nacimiento es la cosa más retorcida de la vida.
Estaba muy oscuro, y teníamos pequeñas velas encendidas. Había aceites esenciales en el difusor. Mi esposo, Franco, había hecho una lista de reproducción de música para el parto (recuerdo a Sade). Tenía la foto de mi abuela ahí conmigo, básicamente como en un pequeño altar.
Me embarqué en una meditación súper profunda, porque era la única forma en que podría superar eso. El noventa y siete por ciento del tiempo mis ojos estuvieron cerrados. Solo me concentraba en mi respiración para controlar el dolor. De repente vomité; así de fuerte dolía. Durante esta meditación, tuve la visión de un antepasado que nunca había conocido antes, pero sabía que estaban relacionados por parte de mi madre, específicamente con mi abuela. Tenía la misma tez que yo, pero tenía el pelo y los ojos dorados. Solo lo recuerdo mirándome de una manera tranquilizadora, como si dijera: “Estoy aquí. Te estoy cuidando”. Vestía todo de blanco, y tenía un sombrero de ese mismo color.
Nadie te dice que, cuando estás de parto, te tiemblan tanto las manos. Mi partera, Debbie Allen, me dijo: “Agáchate, su cabeza está ahí”, y yo contesté: “¡No puedo agacharme, estoy temblando demasiado!”. Así que lo comprobó y dijo: “Tu fuente aún no se ha roto. ¿Quieres que la rompa o deseas cambiar de posición sentándote en el inodoro y viendo si eso la rompe?”.
Creo que mis palabras textuales para ella fueron: “Rómpela de una maldita vez”.
Debbie Allen es una partera tradicional para partos en el hogar, en Los Ángeles, y la fundadora de Tribe Midwifery. “Ella es mi partera de por vida, de verdad”, asegura Escobar. “Debbie intenta proporcionar a la comunidad las herramientas necesarias para poder dar a luz de la manera deseada”.
Entonces, listo, Isla básicamente empieza a salir. La siento en mi pelvis. Allí es cuando mi cuerpo se hace cargo por completo. La única forma en que puedo describirlo es como cuando estás vomitando involuntariamente. Todo conspira para expulsar ese fluido de ti. Imaginen eso, pero empujando a un bebé.
Entonces me pongo a cuatro patas, doy dos grandes empujones, y luego escucho: “Mira hacia abajo y levanta a tu bebé”. Allí está Isla, en el agua, con los ojos bien abiertos, mirándome. Fue literalmente el momento más pacífico de mi vida. Acabas de estar en las trincheras, ¿sabes? Así de hermoso como es el nacimiento, también es algo totalmente traumático en tu cuerpo. El dolor que se siente no es común, y luego, de repente, me veo abrazando a una criatura; fue como si todo el dolor desapareciera.
Mientras todo esto sucedía, el agua de la bañera se oscurecía cada vez más.
Mi placenta aún no había salido. Se había desprendido una pequeña parte, pero no toda, y por eso comencé a sangrar mucho. La partera tuvo que actuar con rapidez. Literalmente tuvo que arrancarme esa cosa manualmente. Mi baño parecía un episodio de “Dexter”; había sangre en los armarios, en mi cara, por todas partes.
Cuando sale el bebé, piensas: “Listo, se acabó todo. Lo hice”. Pero luego entras en ese tipo de situación de emergencia -y también el momento más doloroso que he experimentado en mi vida- y es simplemente irreal.
No me preocupaba mi atención porque sabía que estaba en buenas manos. Finalmente, la hemorragia se detuvo. Me conectaron a una vía intravenosa, me aplicaron inyecciones de oxitocina para ayudar a que mi útero se contrajera. Finalmente, me dieron un baño con una esponja y me limpiaron toda. Luego me ayudaron a caminar hacia mi cama y el proceso terminó. Bueno, algo así.
Obviamente, sabía que había algún tipo de práctica tradicional que ocurre después de que nace un bebé, porque soy la mayor de tres en mi familia inmediata y también soy la primera nieta. Pero no fue hasta que estuve embarazada que realmente supe el nombre de cómo se llamaba: cuarentena.
La cuarentena, una costumbre latinoamericana, es un período posparto de 40 días en el que las mujeres se concentran en descansar, se abstienen de tener relaciones sexuales, de comer ciertos alimentos, son cuidadas por su comunidad y se vinculan con su recién nacido. Y hacen todo eso mientras se quedan en su casa.
Apenas me acomodé en esa cama, me coloqué en modo de reposo y recuperación. Después de todo lo que acababa de pasar, pensé: “Oh, sí, no me voy a levantar de aquí para otra maldita cosa que no sea usar el baño”.
La cuarentena tiene muchas reglas. Debes tener la cabeza cubierta, tienes que beber caldos y sopas. Supongo que la mía definitivamente fue más una versión moderna, pero abracé la parte ancestral a mi manera. Una comadrona llamada Olivia Favela-Gary vino y ella realizó rituales y ceremonias sobre mí.
Olivia Favela-Gary es una enfermera partera certificada que ofrece servicios de posparto para apoyar a las mujeres durante sus cuarentenas. Después de hacer una ceremonia de oración y limpieza en la casa de Escobar, le vendó el abdomen con una faja para ayudar a curar los tejidos blandos y el útero, y brindar apoyo a los músculos y la pared abdominales. Luego le realizó un masaje abdominal, que ayuda a que la sangre fluya de regreso al útero mientras mueve los intestinos y la energía en la dirección correcta. Luego, un vapor vaginal, que usa hierbas tonificantes y antiinflamatorias para ayudar a curar el útero. Favela-Gary siguió dándole a Escobar un baño de hierbas en la bañera y luego un masaje de cuerpo completo. Para finalizar, realizó una ceremonia de “cierre de los huesos”. Este proceso incluye envolver el cuerpo de la nueva madre, típicamente en un pañuelo largo conocido como rebozo, de la cabeza a los pies con el fin de “ayudar simbólica, espiritual y energéticamente a la mujer a cerrar los huesos de su cuerpo que simplemente se abren para traer al bebé al mundo”, dice Favela-Gary.
Una de las cosas que cumplí a rajatabla fue cubrirme. Cuando das a luz pierdes mucho calor en tu cuerpo. No deseaba cosas frías (lo único que bebí fue agua fría, pero eso se debe a que mi termo Swell aísla la temperatura por mucho tiempo).
Las energías frías y calientes son un tema de la cuarentena. “Dar a luz es algo ‘frío’”, explica Favela-Gary. “Tu cuerpo literalmente se divide y tiene que abrirse para que un bebé venga al mundo”. Algunas madres primerizas no se bañan en los primeros 40 días después del parto para preservar el calor en sus cuerpos. “Para mí”, dice Escobar, “eso era demasiado difícil”.
También estaba muy concentrada en la lactancia. Es una locura: es algo tan natural, que uno pensaría que es súper fácil. ¡No lo es! Es doloroso. Me duelen los pezones. Tener que averiguar cómo tu hijo debe prenderse a ti: es un pequeño bebé humano con una boca tan diminuta; solo intentas que se acomode correctamente. Literalmente pensé que podía cometer algún error.
Afortunadamente, la cuarentena me permitió concentrarme en eso, apoyarme a mí misma y escuchar mi cuerpo.
La nutrición es una parte importante de la cuarentena. La primera o segunda noche le pedí a mi abuelo que me trajera caldo de res. En mi mesita de noche tenía muchos bocadillos, una bebida deportiva orgánica para reponer los electrolitos y, debido a toda la situación de la placenta, me dijeron que era muy importante comer proteínas, así que comía carne seca.
En cierto modo, pensé: “Bien, ahora voy a leer todos estos libros”. No leí ninguno. Lo que realmente terminó pasando fue que prioricé la lactancia materna y el vínculo con Isla, y quedé atrapada en el maldito Universo Cinematográfico de Marvel. Lo he visto todo de principio a fin. Simplemente liberé las expectativas y me abrí a lo que eso me deparara.
Es un gran privilegio poder tomarse 40 días completos para no hacer nada más que darse tiempo para una misma y su bebé. Mucha gente, cuando cuento mi experiencia, me dice: “Dios mío, no sé cómo no te volviste loca”. Sorprendentemente, no me molestó en absoluto el hecho de no poder salir. En cambio, pienso en el hecho de que la salud y los servicios maternos en este país son una porquería, y algunas mujeres tienen que regresar a trabajar apenas una semana después del nacimiento. Ni siquiera puedo imaginarlo.
Gran parte del enfoque en nuestra cultura se concentra en el bebé, una vez que nace; realmente necesitamos cambiar esa perspectiva para asegurarnos de que la madre también esté bien. Lo que es tan importante de la cuarentena, y de que sea una tradición y un elemento básico de América Latina, es que pone el énfasis en la comunidad y la gente que se necesita para formar a una madre que luego podrá criar a un hijo.
Desde mi abuelo a mis tías, mi cuñada y mi doula Shakora, Olivia y Debbie… Contar con la ayuda de todas esas personas, negras y morenas, para nutrirme durante ese tiempo, fue realmente una de las experiencias más curativas. Punto.
Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.
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