La sobreviviente del puente Coronado siente que su vida está tomando rumbo
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A veces su vida se siente como una de esas fotos viejas, cuando las imágenes se bañaban en bandejas de productos químicos y se iban enfocando lentamente para revelarse.
Bertha Loaiza quiere ver la imagen completamente revelada.
No recuerda el día en que tenía 3 años y su madre la tomó entre sus brazos y se bajó sobre el puente San Diego-Coronado. Puede que estuviera dormida. Sobrevivió a la caída de 240 pies al agua, pero su madre no lo hizo, y mientras Bertha se recuperaba de las graves heridas en los ojos y las piernas, sólo supo que todo fue ocasionado por un accidente automovilístico.
Los niños tienen una imaginación activa, especialmente cuando los adultos no dicen lo contrario, y en la casa de la abuela donde creció, nadie habló de lo que realmente sucedió el 4 de agosto de 1985.
Luego, cuando tenía 17 años, se encontró con una cinta VHS con la cobertura de noticias del suicidio y de la niña milagrosa, la primera persona que cayó a la bahía y vivió.
“Se parece a mí”, dijo de la grabación que muestra a una niña en una cama de hospital rodeada de muñecas, cartas y peluches enviados por personas que le deseaban lo mejor desde tan lejos como Mississippi.
Vio la cinta una y otra vez, tal vez 100 veces, y conectó las ideas.
Su madre, Angélica Gómez, de 24 años, estacionó un Ford Pinto verde en el puente. Dos pescadores las sacaron del agua. Los doctores especulan que ella sobrevivió porque su madre se aferró a ella hasta el final y se llevó la peor parte del impacto.
Pero descubrir la verdad sólo planteó más preguntas, ninguna más preocupante que ésta: “¿Por qué me llevó con ella?” Eso también requirió años para que se aclarara.
Titulares de Hoy
Loaiza vio a un terapeuta, se unió a un capítulo local de Survivors of Suicide Loss, aprendió más acerca de la enfermedad mental de su madre, que pudo haber sido desencadenada por un divorcio pendiente.
Los investigadores del forense encontraron una tarjeta de visita a un psicólogo en el Pinto.
“Las personas con depresión severa están en un mundo muy oscuro y feo, y creo que me llevó con ella porque creía que era la única que podía cuidarme mejor”, dijo Loaiza. “Y en cierto modo, lo hizo. Me protegió al final. Me hizo daño, pero también me salvó”.
El año pasado, Loaiza compartió su historia con el Union-Tribune y otros medios de comunicación como parte de una campaña para conseguir que Caltrans coloque barreras en el puente -más de 400 personas han muerto desde que se abrió en 1969- y como una forma de concientizar y aliviar la vergüenza que a menudo rodea al suicidio.
Ella llamó la atención de los grupos locales de defensa de la salud mental, que le otorgaron premios, y además de un lector en particular, quien ahora se encuentra en Nevada. Él también estuvo allí ese día en 1985.
En el lugar equivocado, en el momento adecuado
Steven LeMaire había estado en el trabajo como oficial de la Policía del Puerto durante nueve meses - “era un novato, en realidad”, dijo.
Un domingo por la tarde tenía su ronda de patrullaje en la bahía norte, alrededor de Shelter Island y Harbor Island. No debía estar cerca del puente.
Pero el barco que patrullaba la bahía sur tenía problemas de motor, y LeMaire y su compañero se desviaron para ayudarles.
Al pasar cerca del puente, miró hacia arriba y vio que el tráfico estaba detenido. Se lo dijo a su compañero, quien consideró que probablemente se trataba de un mantenimiento de rutina.
“Pero es domingo”, dijo LeMaire.
Fue entonces cuando recibió la llamada.
Corrieron a un lugar donde estaban reunidos un par de botes de civiles. LeMaire pudo ver a un tipo en el agua, sosteniendo a una mujer. Se acercó para subirla a su bote cuando alguien le dijo que había otra víctima.
“Fui a la proa y me entregaron a Bertha”, dijo. “No esperaba una niña”.
Pudo ver una fractura en una pierna, y la pequeña no respiraba. Empezó a proporcionar respiración cardiopulmonar.
“Se despertó y me miró, pude observar el terror en sus ojos”, dijo. “Luego volvió a quedar inconsciente”.
Continuó resucitándola. Se dirigieron a un muelle al pie de la calle Crosby, donde las ambulancias estaban esperando.
LeMaire y su compañero ayudaron a trasladar a las víctimas y luego volvieron a sus tareas de patrulla.
“Fue algo importante, luego se las llevaron”, dijo.
Meses más tarde Arthur G. LeBlanc, el jefe de la policía del puerto, le envió una carta de distinción.
“Su rápida y eficaz acción para clasificar a las dos víctimas, iniciar los primeros auxilios y administrar oxígeno a la menor fue directamente responsable de salvar la vida de la niña”, decía.
“Le alegrará saber que los informes de seguimiento indican que la niña se ha recuperado completamente, y usted puede atribuirse el mérito de esa vida”.
Los años pasaron. Una lesión obligó a LeMaire a retirarse de la Policía del Puerto.
Trabajó como seguridad en una aerolínea y ahora, a los 59 años, es investigador del estado de Nevada. Dondequiera que iba, la chica del puente lo seguía, en sus pesadillas.
“Pensé que era un tipo duro”, dijo. “Había estado en el ejército. Pero no estaba listo para eso. No podía sacarme de la cabeza la imagen de ella despertando y mirándome. Luché con ello durante mucho tiempo antes de que finalmente se calmara”.
Dijo que rara vez hablaba del incidente con sus compañeros de trabajo, pero en un almuerzo a principios de este año, les contó a algunos de ellos la historia.
Eso le hizo pensar en la niña, preguntándose cómo había resultado su vida.
Entró al internet y leyó una historia del Union-Tribune de abril de 2018 sobre Loaiza, cuando se presentó para hablar sobre el suicidio, la salud mental y sobre el puente de Coronado.
“Me alegró que haya llegado al punto en que se encuentra ahora en la vida”, escribió LeMaire en un correo electrónico al reportero. “Si por casualidad habla con ella, por favor déle mis saludos”.
‘Le debo mi vida’
Loaiza dijo que tiene mucho que agradecer desde que su historia se hizo pública. Parece que su misión de poner barreras en el puente está dando frutos.
Ella comenzó un grupo de apoyo para hispano parlantes de Survivors of Suicide Loss, el cual se reúne mensualmente en el YMCA en Otay Mesa West.
Recibió un premio como luchadora contra el estigma del capítulo local de la National Alliance on Mental Illness.
Pero escuchar de LeMaire, la hizo llorar.
“Le debo mi vida”, dijo. “No estaría aquí si él se hubiera dado por vencido conmigo”.
Ella mira todo lo que tiene ahora - un marido, dos hijos, un trabajo en la atención de la salud, sus proyectos de defensa - y lo conecta con ese domingo por la tarde de hace 34 veranos.
“Parece que las cosas están volviendo a su cauce”, dijo.
Ella y LeMaire hablaron por teléfono varias veces. Son amigos en Facebook. Y el viernes se vieron en persona.
LeMaire estaba en San Diego, terminando un crucero.
Él y Loaiza se reunieron para almorzar. Ella llevó a su familia.
Hubo abrazos, y el tipo de sonrisas que vienen con un regalo de Navidad que ninguno de los dos vio venir. “Reunidos”, dijo Loaiza, “y en un ambiente mucho más feliz”.
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