El primer debate demócrata no romperá récords de audiencia, y eso es bueno - Los Angeles Times
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El primer debate demócrata no romperá récords de audiencia, y eso es bueno

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Es seguro decir que nadie llamará “imbécil†o “mentiroso patológico†a los presentes en los primeros debates demócratas. Ninguno insultará a los padres del resto, ni utilizará apodos despectivos. Tampoco amenazarán con comenzar la tercera guerra mundial. Y nadie, absolutamente nadie, hará comentarios semivelados sobre el tamaño de sus genitales o los de los demás.

Pero seguramente, el presidente tuiteará triunfalmente sobre los bajos ratings de las transmisiones.

Algo con lo que, creo, todos podemos vivir.

Veinte aspirantes presidenciales subirán al escenario, en dos turnos de 10, en el Adrienne Arsht Center for the Performing Arts del condado de Miami-Dade, el martes y el miércoles. Aunque el número es más alto que el desfile de 16 corbatas y un traje poderosamente rojo que conformó el primer conjunto de debates del partido republicano hace cuatro años, la cantidad de curiosos es mucho menor.

Hablando de corbatas, de los 23 candidatos demócratas principales (tres de los cuales no calificaron para debatir), un número sin precedentes de seis aspirantes son mujeres (que, como rápidamente agregaré, son libres de usar corbatas si así lo desean). También hay seis personas de color en la carrera y un hombre gay, haciendo de este el grupo más diverso de contendientes presidenciales en la historia de nuestro país. Es además el más joven: 10 de los postulantes tienen menos de 50 años.

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Si protagonizaran una película de superhéroes, tal progreso podría ser un imán para el espectador. Y aunque la recién llegada al congreso Alexandria Ocasio-Cortez no estará en el escenario -a los 29 años es demasiado joven para postularse a la presidencia-, la gurú de autoayuda Marianne Williamson sí estará. Millones de personas podrían sintonizar sólo para escuchar cómo, exactamente, planea provocar un despertar espiritual y moral en nuestra nación dividida.

Pero las cosas, sin duda, se tornarán irritables. El favorito Joe Biden tendrá que responder por su repentina denuncia de la antigua Enmienda Hyde -que prohíbe que los fondos federales para el cuidado de la salud se utilicen en abortos- y él y Cory Booker podrían entrar en tema debido a la negativa de Biden de pedir disculpas por su nostalgia sobre esa “civilidad†política que le permitió trabajar en el pasado con segregacionistas, a pesar de despreciar sus posturas. Bernie Sanders puede ser confrontado por los comportamientos de sus seguidores (llamados popularmente “brosâ€); a Elizabeth Warren se la puede increpar, una vez más, sobre sus pasados comentarios referentes a su ascendencia indígena y se le preguntará cómo va a pagar por todas las cosas gratuitas que sigue prometiendo. Y será interesante ver, dada la cantidad de mujeres presentes, cómo se desarrollan los temas específicos de género, como el aborto y la igualdad salarial, por no mencionar las interrupciones.

Sin embargo, es poco probable que los demócratas superen el récord de 24 millones de espectadores del primer debate del partido republicano de 2016 porque, como sin duda señalará él mismo, Donald Trump no estará presente. Lo cual significa que no habrá lucha libre.

Claro, ya han volado palabras afiladas, dirigidas principalmente a Biden, quien después de todos estos años tiene mucho equipaje cargando a sus espaldas y es el objetivo más seguro. Del mismo modo, muchos antiguos partidarios de Hillary Clinton no están encantados de que Bernie Sanders esté de vuelta; a los “Bernie bros†se les acusó de sexistas durante la campaña de 2016 y se les culpó por la derrota de Clinton después. Y, ciertamente, hay una gran brecha entre lo que los candidatos más importantes prevén para el país y lo que los progresistas desean.

Pero son los demócratas -históricamente poco afectos a las críticas intrapartidarias - quienes han sido definidos por la tolerancia colectiva a las diversas opiniones (algo que, más que algunas veces, los ha derrotado).

A pesar del gran número de candidatos, se requiere un esfuerzo considerable para imaginar que cualquiera de los debates demócratas terminará en una lucha en el barro, incluso si las redes intentan alentarlo creando una atmósfera de violencia.

Exactamente como ocurrió hace cuatro años.

Enfrentados con un número de participantes entonces sin precedentes y la fascinación pública por Trump, los debates del partido republicano desecharon rápidamente el formato tradicional de largas declaraciones seguidas de refutaciones. En cambio, los moderadores aprovecharon una campaña ya mordaz y se concentraron en hacer que los candidatos abordaran las críticas de sus oponentes, lo cual resultó en enfrentamientos y un tono combativo que parecía hecho a medida para Trump. Él tomó la pelota y corrió con ella hasta la Casa Blanca. Pero no antes de que las redes se regocijaran en la celebración de ratings como nunca antes se habían visto.

No importó que ellos, y prácticamente todos sus moderadores, fueran cada vez más destrozados no sólo por permitirlo sino también por alentar y facilitar las escaramuzas verbales disfrazadas como debate político.

Con algunas excepciones notables -Megyn Kelly y Lester Holt- los moderadores fueron tratados como carne de cañón, encargados de controlar una situación que nadie, más que unos pocos críticos y columnistas, realmente querían controlar, porque ¡miren los números! ¿Alguna vez se han visto tales ratings? A quién le importa lo que está diciendo: alguien lo comprobará más adelante. ¿A quién le importa la habilidad política o la paridad de tiempo al aire? La audiencia se duplicó a nivel histórico. ¡A la gente le encanta!

Bueno, a algunos les fascinó genuinamente, mientras que otros miraban como fanáticos de los deportes, esperando el silbato del árbitro que nunca llegó, y otros observaban con ese éxtasis horrorizado que tradicionalmente se reserva para los incendios forestales, los huracanes y otros desastres nacionales.

Pero definitivamente fue algo distinto, y pocos podrían llamarlo aburrido. Al final, casi todos los candidatos republicanos que quedaban en pie se habían rendido a los vituperios personales, y era difícil no sentir que se había desenmascarado algo: una mezquina furia machista, la hipocresía, los tratos repulsivos.

Nuestra ficción política, y nuestra no-ficción histórica, a menudo revelan la naturaleza de la política rencorosa, cargada de obscenidades y moldeadora de la verdad, pero rara vez la habíamos visto con una claridad tan impactante en las campañas en tiempo real.

Después de la digna -y para algunos falsa- calma de la administración Obama, Trump llamó la atención como disruptor en jefe y muchos, aunque no la mayoría, de los votantes estadounidenses se mostraron agradecidos.

Ahora, sin embargo, hemos tenido más de tres años de disrupción ininterrumpida, y para muchos, una calma digna luce bien: el hecho de que Biden sea el favorito actual lo confirma. Biden puede ser muchas cosas, pero nunca malvado; la palabra más dura que emplea es “bobadasâ€.

Lo cual no quiere decir que los candidatos demócratas sean aburridos. Dada su diversidad demográfica y de perspectivas políticas, deberían poder proporcionar un debate animado y concurrido.

Con 10 candidatos de todo tipo, los moderadores tendrán que trabajar arduamente para asegurarse de que todos tengan su turno, y los demócratas ya han dicho que esos conciliadores siempre incluirán a una mujer y una persona de color, lo cual debería agregar su propia y nueva dinámica (deseamos que no sean sólo las mujeres las que hagan las preguntas “de temas femeninosâ€, y así sucesivamente).

El gran número asegura que los candidatos tendrán que ser fuertes para ser escuchados, para diferenciarse de la multitud y, lo que es más importante, para establecerse como la mejor opción de cara a la presidencia.

Entonces, mientras nadie espera, o desea, otra serie de luchas en el barro, un exceso de deferencia educada tampoco será útil para nadie. El reloj corre y son demasiados los problemas: cambio climático, inmigración, derechos de aborto, control de armas, el abismo entre ricos y pobres.

Pero hay una diferencia entre la fuerza y la acritud, y si los debates demócratas crean un candidato que pueda mostrarse sin rebajar a otro, entonces eso será también un gran programa de televisión.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

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