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Lo más destacado de Trump: Estos son cinco momentos clave de su presidencia

Donald Trump aprieta el puño cuando llega a su investidura presidencial en el Capitolio de Estados Unidos
Donald Trump aprieta el puño cuando llega a su investidura presidencial en el Capitolio de Estados Unidos el 20 de enero de 2017.
(Patrick Semansky / Associated Press)

Cuatro años del Presidente Trump pueden sentirse como algo difuso. Pero cinco momentos sobresalen.

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Los últimos años pueden parecer difusos. Los días por lo general comenzaban con una explosión de tweets, seguidos de una serie de filtraciones, mentiras y fanfarronadas. Las noches a menudo traían manifestaciones de campaña maratónicas o conferencias de prensa divagantes, con una ráfaga final de tweets que conducían a la oscuridad.

Así ha sido Estados Unidos bajo el presidente actual, un líder que ansía la atención incluso más que el poder y disfruta la indignación sobre la convención. Para millones de sus fanáticos, el mandato de Trump en el cargo ha sido estimulante, pero para millones de personas más, ha sido una pesadilla. Para casi todos, ha sido agotador.

En medio de las constantes polémicas, se destacaron algunos momentos. Cada uno era emblemático de un presidente que buscaba inflamar las tensiones en lugar de aliviarlas. Cada uno dejó imágenes o mensajes inolvidables que conmovieron a la nación. Cada uno resultó ser un punto de inflexión.

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Estos son los momentos en los que más aprendimos sobre el Presidente 45 y la forma en que nos gobernó.

President Trump fields questions from reporters about his comments about the events in Charlottesville, Va.
El presidente Trump responde a las preguntas de los periodistas sobre sus comentarios de los eventos en Charlottesville, Virginia.
(Drew Angerer / Getty Images)

Charlottesville

15 de agosto de 2017

Se suponía que el presidente Trump hablaría sobre la reconstrucción de las viejas carreteras y puentes del país cuando se acercó a los micrófonos en el vestíbulo de Trump Tower, su rascacielos de Manhattan.

Pero los reporteros exigieron saber por qué Trump tardó tanto en condenar la violencia racista en Charlottesville, Virginia. El 11 de agosto, cientos de neonazis y nacionalistas blancos agitaron antorchas y corearon eslóganes intolerantes y antisemitas en una manifestación para oponerse a la eliminación de una estatua confederada.

Al día siguiente, pelearon con los manifestantes en contra, hiriendo a decenas, y un supremacista blanco, como se identificaba a sí mismo, impactó su automóvil contra la multitud y mató a una joven.

Trump se había equivocado al principio, criticando el “odio, la intolerancia y la violencia en muchos lados”. Bajo el fuego político incluso de sus compañeros republicanos por no señalar la supremacía blanca, Trump leyó en voz alta una declaración escrita previamente en la Casa Blanca dos días después, declarando que “el racismo es malo”.

La declaración del presidente hizo poco para sofocar la controversia, y los periodistas en Nueva York le lanzaron preguntas una vez que terminó sus comentarios sobre la infraestructura. Trump se negó a admitir errores y se refirió a su posición original sobre Charlottesville.

“Los observé de cerca, mucho más de cerca de lo que ustedes lo vieron. Había un grupo de un lado que era malo y del otro lado un grupo que también era muy violento. Nadie quiere decirlo, pero lo diré ahora mismo”.

Continuó: “Había gente muy mala en ese grupo. Pero también había personas que eran” -hizo una pausa para reflexionar sobre qué decir a continuación-”gente muy buena, de ambos lados”.

Trump tenía un largo historial de comentarios y comportamientos intolerantes como constructor en Nueva York y durante su campaña de 2016. Pero su elogio a la “gente muy buena, de ambos lados” en Charlottesville, y su negativa a repudiar la violencia racista en un momento de crisis nacional, llegaron a simbolizar una presidencia que desafió repetidamente los valores estadounidenses.

Dos años después, cuando Joe Biden anunció formalmente su campaña presidencial, el demócrata señaló los comentarios de Trump sobre Charlottesville como una razón para destituirlo de su cargo.

President Trump meets with Russian President Vladimir Putin in Helsinki, Finland.
El presidente Trump se reúne con el mandatario ruso Vladimir Putin en Helsinki, Finlandia.
(Alexey Nikolsky / AFP/Getty Images)

Helsinki

16 de julio de 2018

La investigación sobre Rusia aún estaba en curso cuando el presidente Trump decidió reunirse cara a cara con el presidente ruso Vladimir Putin en Helsinki, Finlandia.

Trump no canceló la cumbre cuando, tres días antes, el fiscal especial Robert S. Mueller III acusó a una docena de oficiales de inteligencia militar rusos de piratear y filtrar correos electrónicos del Partido Demócrata durante las elecciones de 2016. Tampoco pidió una prueba cuando Dan Coats, su director de inteligencia nacional, advirtió que las autoridades rusas “continúan sus esfuerzos para socavar nuestra democracia”.

La cumbre tuvo un mal comienzo cuando Trump y Putin se reunieron durante casi dos horas con solo traductores presentes, no los asistentes habituales que trabajan en tales discusiones. Los funcionarios de seguridad nacional de Estados Unidos sudaban afuera de las puertas, preocupados de que el presidente de EE.UU fuera engañado por el líder ruso, un ex espía de la KGB con reputación de hábil manipulador. Trump a menudo adulaba a los dictadores, pero Putin parecía tener un dominio especial sobre él.

Cuando emergieron los dos líderes, esos temores se confirmaron. Trump aseguró que “trató directamente” sobre la intromisión política rusa en las elecciones estadounidenses, pero no dijo nada para condenar ese comportamiento. También se quejó de que la investigación de Mueller sobre la operación rusa estaba socavando sus intentos de reparar las relaciones de Estados Unidos con Moscú.

“Es ridículo lo que está pasando con la investigación”, manifestó Trump.

Un periodista puso a Trump en aprietos. “¿Creyó en la opinión unánime de las agencias de inteligencia estadounidenses diciendo que Rusia había interferido en su elección? ¿Y le diría a Putin que no lo vuelva a hacer, con todo el mundo mirando?”.

Trump ni siquiera se detuvo. Se puso del lado de Putin.

“Mi gente vino a mí, Dan Coats se acercó a mí y a algunos otros, dijeron que pensaban que era Rusia. Y ahora que veo al presidente Putin; simplemente creo que no es Rusia”, respondió Trump. “Voy a decir esto, no veo ninguna razón por la que Rusia hiciera eso”.

La disposición del presidente a creerle a un adversario extranjero más que a las pruebas reunidas por la inteligencia y la aplicación de la ley de Estados Unidos provocó un escalofrío en las agencias de seguridad nacional y los aliados de Washington.

Mueller finalmente no estableció una conspiración criminal entre la campaña de Trump y el Kremlin. La sumisión de Trump a Putin no tuvo explicación, pero el patrón se repitió este verano. Las agencias de inteligencia estadounidenses concluyeron que Rusia estaba tratando de impulsar la campaña de reelección de Trump apuntando a Biden.

¿La respuesta de Trump? “No me importa lo que digan los demás”.

President Trump meets with Ukrainian President Volodymyr Zelensky in New York.
El presidente Trump se reúne con el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky en el hotel InterContinental New York Barclay durante la Asamblea General de la ONU el 25 de septiembre de 2019.
(Evan Vucci / Associated Press)

Llamada telefónica perfecta

25 de julio de 2019

Eran solo las 9:03 a.m., por lo que Trump todavía estaba en la residencia de la Casa Blanca cuando levantó el teléfono para hablar con Volodymyr Zelensky, el recién electo líder de Ucrania, el ex satélite soviético convertido en aliado de Estados Unidos.

En cierto modo, Zelensky se parecía mucho a Trump: un novato político que ganó una elección al realizar una cruzada contra élites tradicionales. Así que inició la conversación con halagos, haciéndose eco del eslogan de campaña de Trump.

“Queríamos drenar el pantano aquí en nuestro país”, dijo Zelensky. “Eres un gran maestro para nosotros”.

Luego le pidió ayuda. Ucrania había estado luchando contra las fuerzas respaldadas por Rusia que invaden desde el Este y quería comprar más misiles antitanques estadounidenses.

Trump tenía algo más en mente. El día anterior, Mueller había testificado sobre el apoyo ilegal de Rusia a la campaña de Trump de 2016. Ahora el presidente quería ayuda de otro país extranjero, uno que dependía de la ayuda de Estados Unidos para sobrevivir.

“Sin embargo, me gustaría que nos hicieras un favor”, respondió Trump.

Trump le pidió al líder de Ucrania que investigara a Biden, quien encabezó la política estadounidense hacia Ucrania cuando se desempeñó como vicepresidente del presidente Obama. Biden había presionado para que se destituyera a un importante fiscal ucraniano que era ampliamente visto como corrupto, pero Trump creía que Biden podría haber actuado de manera corrupta porque su hijo, Hunter, estaba en el directorio de una compañía de gas ucraniana que estaba bajo escrutinio.

“Se habla mucho sobre el hijo de Biden, que Biden detuvo la acusación y mucha gente quiere saberlo”, dijo Trump. Añadió: “Suena terrible”.

Como es habitual en una llamada presidencial con un líder extranjero, un puñado de asesores de alto nivel escucharon desde la Sala Táctica de la Casa Blanca y tomaron notas. Rápidamente se corrió la voz sobre la inusual solicitud de Trump a Zelensky, y un funcionario de inteligencia pronto presentó una denuncia.

Bajo presión, la Casa Blanca publicó un resumen escrito de la llamada telefónica de 30 minutos, revelando los flagrantes esfuerzos de Trump por usar la política exterior estadounidense para beneficio personal y partidista, para desacreditar a un rival político y ayudarse a ganar la reelección.

Trump calificó la conversación de “perfecta”. Pero estropeará permanentemente su legado.

El 18 de diciembre, la Cámara de Representantes liderada por los demócratas aprobó artículos de juicio político por cargos de abuso de poder y obstrucción del Congreso, lo que convierte a Trump en el tercer presidente de Estados Unidos en enfrentar este proceso. El Senado controlado por los republicanos luego votó a favor de la absolución, dejando que Trump permaneciera en el cargo.

President Trump speaks about the coronavirus in the James Brady Press Briefing Room of the White House.
El presidente Trump habla sobre el coronavirus en la sala de conferencias de prensa James Brady de la Casa Blanca.
(Alex Brandon / Associated Press)

Inyecciones de desinfectantes

23 de abril de 2020

Más de 50.000 estadounidenses habían muerto por el brote de coronavirus, pero Trump quería hablar sobre buenas noticias.

William Bryan, asesor de ciencia y tecnología del Departamento de Seguridad Nacional, le había dicho anteriormente en una reunión privada que se podía usar luz ultravioleta y desinfectantes para matar el virus en varias superficies.

Así que Bryan fue invitado a aparecer junto al presidente, quien había convertido la sala de reuniones de la Casa Blanca en un escenario de campaña en miniatura ahora que la pandemia había bloqueado las oportunidades para grandes eventos de campaña.

Durante semanas, Trump había minimizado el peligro del COVID-19, insistiendo en que la enfermedad estaba bajo control o simplemente desaparecería. No había ofrecido ningún plan nacional para las pruebas o el rastreo de contactos. En cambio, culpó a otros por la peor emergencia de salud pública en un siglo y el pésimo desempleo desde la Gran Depresión, diciendo en un momento que “no asumo ninguna responsabilidad”.

Ahora instaba a los estados a reabrir y ayudar a reactivar una economía en caída libre y una campaña de reelección en problemas.

Después de que Bryan explicara su investigación en el podio, Trump decidió compartir lo que llamó una idea “muy interesante”.

“Entonces, supongamos que golpeamos el cuerpo con una luz tremenda, ya sea ultravioleta o simplemente muy poderosa, creo que dijiste que eso no se ha verificado, pero lo vas a probar”, manifestó Trump.

“Y entonces te dije: ‘Supuestamente llevas la luz al interior del cuerpo’, lo que puedes hacer a través de la piel o de alguna otra manera, y creo que dijiste que ibas a probar eso…”.

Bryan complació al presidente, diciendo que conseguiría a las “personas adecuadas” para eso. Animado por la respuesta, Trump continuó.

“Después veo que el desinfectante lo deja fuera de combate en un minuto. Un minuto”, destacó el presidente. “¿Y hay alguna manera de hacer algo así, mediante una inyección o una limpieza? Porque llega a los pulmones y hace un gran trabajo en los pulmones”.

No era la primera vez que Trump desafiaba a la ciencia en la pandemia. Se había negado a usar una mascarilla, como recomendaron los funcionarios de salud, y repetidamente promocionó la hidroxicloroquina como un tratamiento para el coronavirus a pesar de que el medicamento contra la malaria podría presentar efectos secundarios peligrosos.

Pero su sugerencia de que las personas podrían inyectarse productos de limpieza domésticos tóxicos en el cuerpo cristalizó su incapacidad para mostrar empatía o proporcionar un liderazgo coherente durante una devastadora crisis de salud.

A medida que llegaban las burlas y las advertencias de los médicos, las agencias de salud pública e incluso de los creadores de Clorox y Lysol, Trump detuvo sus sesiones informativas televisadas sobre el coronavirus. Las reanudó tres meses después, el 21 de julio, en un intento por revivir sus débiles números en las encuestas.

El número de muertos en Estados Unidos supera actualmente los 176.000.

President Trump holds up a Bible as he stands outside St. John's Church near the White House.
El presidente Trump sostiene una Biblia frente a la Iglesia de San Juan, cerca de la Casa Blanca.
(Patrick Semansky / Associated Press)

Lafayette Square
1 de junio de 2020

Trump estaba ansioso por pelear. En una conferencia telefónica esa mañana, había criticado a los gobernadores de la nación por “débiles” y los había instado a “dominar” las protestas, en su mayoría pacíficas, que habían estallado en todo el país después de que la policía matara a un hombre negro desarmado, George Floyd, en Minneapolis el Día de los Caídos.

Esa tarde, la Casa Blanca convocó abruptamente a los medios de comunicación al Rose Garden para un anuncio. Se podían escuchar fuertes estallidos desde las afueras de los terrenos de la Casa Blanca.

Oficiales fuertemente armados de una variedad de agencias federales operaron contra los manifestantes en el borde de Lafayette Square. Algunos oficiales dispararon rondas de balas de pimienta, que están llenas de irritantes químicos. Un humo nocivo flotaba en las calles y los gritos resonaban en los edificios de oficinas del centro.

El caos aún estaba en marcha cuando Trump subió a su podio.

A un lado de la pantalla de televisión, la policía blandía porras y escudos antidisturbios. Por otro lado, Trump se estaba declarando a sí mismo como “su presidente de la ley y el orden”. Amenazó con desplegar tropas de combate estadounidenses si los líderes locales no reprimían las protestas en todo el país.

El presidente terminó con algo que los dejó en suspenso. “Y ahora voy a presentar mis respetos en un lugar muy, muy especial”, dijo.

Días antes, Trump se había sentido avergonzado por los informes de que él y su familia habían sido llevados de urgencia a un búnker subterráneo mientras las protestas estallaban frente a las puertas de la Casa Blanca. Ahora quería mostrar fuerza.

Salió de la Casa Blanca y cruzó el Lafayette Square, que estaba sembrada de escombros y grafitis, hasta la Iglesia de San Juan. Sus ventanas habían sido tapiadas después de un incendio reciente.

Alguien le entregó una Biblia a Trump. En lugar de abrirla para leer en voz alta u orar, la giró en sus manos y la sostuvo rígidamente en alto. “¿Esa es su Biblia?”, le preguntaron. “Es una Biblia”, respondió.

Trump habló brevemente, sin ofrecer ningún consuelo a los indignados por la brutalidad policial o el racismo sistémico. “Tenemos un gran país. Esos son mis pensamientos. La nación más grande del mundo”.

Luego llamó a algunos funcionarios de la administración para una foto de grupo.

Los críticos de Trump han advertido durante mucho tiempo sobre sus tendencias autoritarias: una afinidad por dictadores extranjeros, una falta de voluntad para tolerar la disidencia o incluso críticas leves, y un afán por amenazar con la violencia contra sus enemigos, reales o percibidos.

Esos temores convergieron en una sesión de fotos en Lafayette Square.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí.

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