OPINIÓN: Tratando de descifrar el pleito AMLO vs. Estados Unidos
Desde hace meses se ha venido insistiendo en este y en otros espacios, en que AMLO ha estado construyendo poco a poco un pleito, sin mucho sentido, con Estados Unidos. Ya no quisiéramos hablar de ello, pero el presidente mexicano insiste en atizar prácticamente todos los días el encono. Hay que seguir observándolo desde una perspectiva crítica porque se corren grandes riesgos.
En lo que toca al discurso, sobre todo del lado del presidente mexicano se han alcanzado niveles absurdos e innecesarios que no se ve en qué o cómo van a terminar y tiene características en las que vale la pena detenerse justamente para evitar que se trascienda al discurso y pase a las acciones concretas.
Empieza cuando Donald Trump perdió la elección presidencial de 2020. AMLO y Trump tienen muchas cosas en común, a pesar de tener ideologías aparentemente opuestas.
En el resultado de esa elección AMLO encontró una similitud con su propia historia y ubicó a Trump a su lado como víctima de un fraude electoral, como él mismo afirma que le ocurrió en 2006. Tardó 42 días en reconocer el triunfo de Biden, argumentando que para no entrometerse debía esperar que el proceso legalmente concluyera, criterio que no ha aplicado en muchas otras elecciones.
En esa misma lógica, desde una de sus conferencias matutinas, que tienen carácter oficial o sea son un acto de gobierno, apenas la semana pasada salió a defender a Trump, quien enfrenta varios procesos legales en Estados Unidos, presentándolo como víctima de persecuciones políticas que solo tienen como finalidad evitar que vuelva a ser candidato presidencial, como él le hace a Ricardo Anaya y como sostiene le pasó cuando el intento de desafuero en el sexenio de Vicente Fox.
Algo lo hermana con Trump. Tanto que se abstuvo de reclamarle que haya llamado violadores a los migrantes mexicanos y, por el contrario, le agradeció que los haya tratado con respeto (sic).
Otra característica es que, en la etapa Biden, se ha peleado con todo aquel que critica a su gobierno, sin importar el nivel de quien hace la crítica o el momento. Sin reflexionar demasiado en el impacto que sus dichos pueden tener en la relación con el vecino sino más bien siguiendo sus impulsos, hablándole a sus bases, tratando de distraer de los múltiples problemas que tenemos en México y degradando la figura presidencial, se ha subido al ring con todos.
Desde congresistas menores hasta el Departamento de Estado. Quizá el extremo sea haberse peleado con Dan Crenshaw representante en el congreso por Texas. ¿Se imaginan al presidente de Estados Unidos o de cualquier otro país, peleándose con un diputado mexicano?
Paradójicamente, por lo menos hasta ahora, solamente no se ha peleado con Joe Biden. Invariablemente insiste en que con él tiene un trato amigable y respetuoso. Fiel a la cultura política mexicana de la que él es producto, el presidente es intocable y apuesta a que, si no se pelea con él, la relación al final del día estará a salvo y no se rebasará el discurso. Quedará como un pleito de dichos que de pasada lo fortalecerá en México.
Es una apuesta riesgosa porque Biden no es el presidente todopoderoso del sistema mexicano. En Estados Unidos hay contrapesos que pueden presionar al presidente para que haga algo. Además, es cada vez más probable que Biden busque reelegirse y lo último que espera es que le reclamen su pasividad con AMLO que contrasta con la sumisión que obtuvo Trump.
Por supuesto, como casi todos los presidentes mexicanos, ha apelado a la defensa de la soberanía y de que somos un país independiente. Nada nuevo. Pero ha recurrido a términos que obligan a otros actores en Estados Unidos a salir al paso.
De alguna manera ha alimentado al pleito y lo ha hecho crecer. No se puede llamar mequetrefes a congresistas o bodrios a reportes oficiales del Departamento de Estado, con el único argumento de que “no es cierto” y esperar que no habrá una reacción del otro lado.
Los frentes ya son muchos y bien haría el canciller mexicano, distraído por su precampaña presidencial y que anda en Suiza promoviendo a México como sede de los juegos olímpicos de 2036, mientras su jefe se pelea con el principal socio comercial de México, en aportar una perspectiva general que le haga ver al presidente los riesgos en los que está incurriendo y las consecuencias de ello.
El gran ausente en este pleito es la comunidad mexicana en Estados Unidos con quienes AMLO no se ha reunido ni una sola vez durante sus ya casi cinco años de gobierno. Cree que, porque los migrantes cada vez mandan más remesas, lo cual debería ser leído como un indicador de lo mal que va la economía mexicana y la necesidad creciente que tienen las familias en México, el apoyo es incondicional.
Hace poco se atrevió a decir que les dirá por quién no votar en elecciones estadounidenses. Como si AMLO tuviera la gran influencia en esta comunidad diversa y que se preocupa más por sus condiciones de vida en Estados Unidos y la de sus familias en México, que por los pleitos de AMLO. De hecho, muchos de ellos saben que lo que se dice en Estados Unidos acerca de la inseguridad o el dominio territorial del crimen organizado es cierto. Han sido víctimas directas.
Estas comunidades podrían jugar un papel importante en la relación entre los dos países y ayudarían a matizar un pleito cada vez más incontrolable, pero AMLO decidió no incluirlos en la ecuación. Otra oportunidad perdida.
Jorge Santibáñez es presidente de Mexa Institute
TW: @mexainstitute
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