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Columna: Si realmente crees que los niños son nuestro recurso más preciado, dilo con dinero

Lo admito, me sorprendió saber que el senador republicano de Utah, Mitt Romney, había propuesto dar dinero en efectivo cada mes a las familias estadounidenses con hijos.

Romney, que en su día fue comparado con Thurston Howell III, el elitista despistado de “La isla de Gilligan”, no es precisamente el primer político que me viene a la cabeza cuando se habla de sacar a los niños estadounidenses de la pobreza.

En 2012, de hecho, su campaña presidencial se fue a pique después de que se le grabara en secreto denigrando a los pobres durante una recaudación de fondos de 50.000 dólares por plato en la casa de un magnate en Boca Ratón, Florida.

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“Mi trabajo no es preocuparme por esa gente”, dijo Romney sobre los que no pagan impuestos federales porque no ganan suficiente dinero. “Nunca les convenceré de que deben asumir la responsabilidad personal y cuidar sus vidas”.

En vista del trauma que la pandemia ha provocado en las familias estadounidenses, culpar a los pobres y a los que luchan por sobrevivir se ha vuelto simplemente inaceptable. Me alegro de que Romney se haya hecho a la idea de que acabar con la pobreza en general, y con la pobreza infantil en particular, es un uso digno del tiempo de un senador.

Pero no demos a Romney demasiado crédito todavía.

En el Plan de Rescate Americano del presidente Biden, de 1.9 billones de dólares, hay una propuesta similar a la de Romney, pero con diferencias clave. Según el plan de Biden, casi todas las familias estadounidenses recibirían cheques mensuales de hasta 300 dólares por niño, más o menos la misma cantidad que propone Romney. Pero mientras que el plan de Romney propone que se financie eliminando otras formas de ayuda federal a los pobres -tenía que haber una trampa, ¿no? - el plan de Biden mantiene esos elementos de nuestra red de seguridad social federal.

“Estamos muy contentos de ver tanto impulso en torno a la idea de proporcionar asistencia en efectivo a las familias con niños”, dijo Cara Baldari, de First Focus on Children, un grupo bipartidista que aboga por hacer de los menores y las familias la prioridad de la política y los presupuestos federales. “Me gusta destacar que los niños son resistentes y pueden salir adelante en cualquier circunstancia, pero la pobreza les pone muchas barreras”.

¿Cuáles son exactamente esas barreras?

Para averiguarlo, dos congresistas demócratas de California, Lucille Roybal-Allard y Bárbara Lee, consiguieron que se adjuntara una enmienda a un proyecto de ley de financiación de la Cámara de Representantes en 2015 para medir científicamente el efecto de la pobreza en los 10.5 millones de niños estadounidenses que se calcula que la sufren, y sugerir para reducir su número a la mitad en una década.

Se asignó la tarea a la Academia Nacional de Ciencias, la cual reunió a expertos en economía, psicología, ciencias cognitivas, políticas públicas, educación, sociología y pediatría, y en 2019 publicó un enorme informe, “Una guía para reducir la pobreza infantil”.

La guía está llena de información importante pero deprimente:

“Los niños pobres desarrollan habilidades de lenguaje, memoria y autorregulación más débiles que sus compañeros. Cuando crecen, tienen menos ingresos y ganancias, dependen más de la asistencia pública, padecen más problemas de salud y son más propensos a cometer delitos. Las sólidas pruebas de la investigación han demostrado que los bajos ingresos en sí mismos, y no otras condiciones a las que se enfrentan los menores pobres, son responsables de gran parte de estos impactos negativos en el desarrollo de los pequeños”.

Y aquí está la conclusión aún más sorprendente: La pobreza infantil es cara. Se calcula que cuesta a la nación entre 800.000 y 1.1 billones de dólares anuales en términos de pérdida de productividad de los adultos, aumento de los costes de la delincuencia y de la atención sanitaria, según las pruebas presentadas por la academia.

Mientras el Congreso debate estas medidas, no perdamos de vista que la frase “pobreza infantil” no estaba en la mente del ex presidente Trump. Sus políticas despiadadas hicieron la vida más difícil a muchos niños estadounidenses, especialmente a los de padres inmigrantes que temían reclamar prestaciones para sus hijos. Que le vaya bien, y que los republicanos del Senado entren en razón y voten para condenarlo por incitar el motín del 6 de enero en el Capitolio.

Pero estoy divagando.

Después de años de abandono, por fin ha llegado el momento de abordar uno de nuestros problemas más intratables. La idea de que el gobierno es un obstáculo y no una solución a nuestros mayores problemas nacionales está, afortunadamente, retrocediendo. Ahora mismo, necesitamos más gobierno, no menos. Se requiere el aumento del estancado salario mínimo federal a 15 dólares por hora, y necesitamos llevar todo el dinero posible a las carteras de las familias estadounidenses.

Aunque nos alegramos de las historias de niños pobres que han conseguido el éxito, que se han convertido en los primeros de su familia en graduarse en la universidad, en hacer carrera, en ayudar a otros, tenemos que entender que esas historias de éxito son raras excepciones.

La mayoría de los niños que comienzan su vida en la pobreza se enfrentan a obstáculos y desafíos que solo pueden superarse haciendo que sean menos pobres.

A veces, gastar dinero en un problema es la única manera de resolverlo.

La pobreza infantil es uno de esos problemas.

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