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OPINIÓN: El Paraguas migratorio del canciller

Andrés Manuel López Obrador hizo a un lado a la secretaría de Gobernación y en la práctica, concentró todas las decisiones del tema migratorio en el canciller mexicano Marcelo Ebrard.
(ERIC BARADAT/AFP/Getty Images)

Para México y los mexicanos, la migración contempla por lo menos cuatro procesos. La emigración es decir la salida de mexicanos de su territorio, la inmigración, que es la llegada de otros nacionales a su territorio, el tránsito, cuando se usa su territorio para llegar a otro país y el retorno, que contempla la forma en cómo los emigrantes mantienen vínculos con su país de origen, incluyendo el envío de recursos que periódica y frecuentemente mandan a sus familiares y amigos, las visitas que hacen a su país y hasta el regreso físico definitivo.

No es fácil tener una visión integral y armónica de los cuatro procesos, lo que tradicionalmente ha ocurrido es que cada uno de ellos era ignorado, o en su defecto, atendido desde diferentes dependencias con visiones y estrategias casi siempre contradictorias. Así por un lado, por ejemplo, se trataba a los inmigrantes con estrategias policiacas y violatorias de sus derechos humanos mientras se reclamaba que se diera ese trato a nuestros emigrantes.

Largas filas de migrantes, en su mayoría centroamericanos, hacen cola diariamente frente a las oficinas de las agencias de refugiados de México y de las Naciones Unidas en Tapachula.

Por una rara mezcla de factores internos y externos, quizá por primera vez, los cuatro procesos mencionados o por lo menos la mayoría de ellos estarán bajo un mismo paraguas, el del canciller mexicano.

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Internamente, la torpeza con la que se manejó el tema al inicio de esta administración detonó que la inmigración se saliera totalmente de control en lo relacionado con números, características y formas de expresión. Alguien le aconsejó al presidente mexicano, en la embriaguez del aplastante triunfo electoral, que podía anunciar y dar la bienvenida al nuevo paraíso para los inmigrantes en que su triunfo habría convertido al país.

Ofrecieron visas humanitarias, de tránsito y les dieron la bienvenida. La reacción de Estados Unidos obviamente no se hizo esperar porque era clarísimo para todos, menos para los asesores de AMLO, que los inmigrantes en realidad serían de tránsito hacia Estados Unidos y entonces toda la relación estaría en peligro por la muy sencilla razón de que el presidente estadounidense, profundamente antiinmigrante (particularmente inmigrantes hispanos), pediría que México jugara el papel de contención de esa migración.

La respuesta de AMLO fue también inmediata. Hizo a un lado a la Secretaría de Gobernación y en la práctica, concentró todas las decisiones del tema migratorio en el canciller mexicano Marcelo Ebrard. Él se haría cargo no sólo de la relación con Estados Unidos, sino también de las decisiones de inmigración a México y que básicamente, hasta ahora, se reducen a contener a los inmigrantes centroamericanos en México. Recientemente, mediante un decreto, el presidente mexicano formalizó esta situación con la creación de una comisión de atención integral en materia migratoria que durará todo el sexenio y será presidida por el actual canciller.

El presidente electo de México nombró a un veterano y leal colaborador -y ex alcalde de la Ciudad de México- como su candidato a secretario de Relaciones Exteriores.

¿Representa esto un avance en la gestión del fenómeno migratorio en México? ¿todo bajo un mismo paraguas como durante tanto tiempo muchos pedimos? ¿es la Secretaría de Relaciones Exteriores la Secretaría del Migrante? ¿es este el primer paso hacia una gestión integral? La respuesta no es fácil.

Lo primero que debemos reconocer es que el reacomodo no se deriva de una voluntad, programa o estrategia del gobierno mexicano, sino claramente de las presiones de Donald Trump y el oportunismo político del canciller que primero convence a AMLO de la gravedad de la situación y después de que él la resolverá. Eso no estaría mal si la coyuntura sirviera para articular una verdadera política migratoria, integral y que cuide y atienda los cuatro procesos mencionados. Por el momento no es el caso.

Lo único claro que se deriva de este “paraguas”, al menos hasta ahora, es la contención de los flujos migratorios de centroamericanos y la complacencia de Donald Trump. Quizá era necesario en una primera etapa echar agua al fuego que el presidente estadounidense amenazaba con prender. La pregunta es ¿qué sigue? ¿Seremos “ad infinitum” (infinitamente) el policía migratorio de Estados Unidos y sólo eso? ¿O aprovecharemos la integración de las decisiones en esa materia qué por presiones, ignorancia o por habilidad política del canciller, AMLO puso en sus manos?

Una vez que Trump esté aparentemente más tranquilo, lo que esperaríamos es que, en función de los intereses de México (y no de Donald Trump) se desarrolle una agenda migratoria que por lo pronto vea por los 37 millones de mexicanos en Estados Unidos, es decir por nuestros emigrantes y su descendencia, que por ley son también mexicanos. No ha ocurrido, pero queda tiempo más que suficiente para hacerlo.

Tengo 30 años observando y analizando la política migratoria mexicana. Mucho tiempo pensé y sostuve que la integración en una sola dependencia de todo lo “migratorio”, sólo por eso, ya sería una buena decisión. Ya no estoy tan seguro.

* Jorge Santibáñez es presidente de Mexa Institute

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