Entre demagogos y amenazas terroristas; el miedo que distorsiona la realidad
LOS ÁNGELES — Escribo esto mientras mi hijo menor habla por teléfono con sus compañeros de escuela, a la que nos dirigíamos como cada mañana cuando nos hablaron para decirnos que regresáramos a nuestras casas, porque las autoridades de la ciudad de Los Ángeles reportaban amenaza “creíble” de bomba contra los planteles del segundo distrito escolar más grande de Estados Unidos, afectando así a unos 700,000 estudiantes.
La amenaza que nos dicen las autoridades es “creíble”, se dio justo el día en el que los precandidatos republicanos a la presidencia tienen programado su último debate de 2015 en Las Vegas, Nevada, teniendo como tema principal el de la seguridad nacional. El cierre obligado de las escuelas en Los Ángeles ofrece más tela para cortar a estos tétricos personajes del averiado y oscuro panorama político estadounidense. Individual y colectivamente, los aspirantes republicanos muy particularmente, representan de hecho una amenaza pública aún más clara y creíble que la que forzó al retorno de cientos de miles de estudiantes a sus casas. Alguien como Donald Trump, quien sigue imparable en las encuestas hasta la víspera del debate del martes en Las Vegas, no es un líder, sino un grotesco demagogo.
Tal como lo explica Robert Reich en un brillante artículo, liderazgo no es sólo la habilidad de atraer seguidores, de lo contrario algunos de los peores tiranos de la historia serían considerados grandes líderes: “ Un líder verdadero, saca lo mejor de sus seguidores. Un demagogo saca lo peor. Los líderes inspiran tolerancia, los demagogos incitan al odio. Los líderes habilitan y facultan a quienes no tienen poder, les reconocen tener voz y ser dignos de respeto. Los demagogos los usan de chivos expiatorios y como medios para fortalecer su poder propio”, escribe Reich en su artículo y agrega algo que ante la amenaza terrorista contra las escuelas de Los Ángeles, la segunda ciudad más poblada de los Estados Unidos, surge como algo muy necesario: “Los líderes auténticos calman los miedos irracionales de la gente. Los demagogos los explotan”.
No es irracional obviamente tenerle miedo a una amenaza de bomba, supuestamente colocada en alguno o varios de los más de 900 centros escolares de Los Ángeles, una de las ciudades étnicamente más diversas. Pero sí es irracional introducir miedo en la sociedad con la clara intención de beneficiarse electoralmente, políticamente y económicamente, como hacen de hecho muchos medios de comunicación ante noticias como esta de Los Ángeles, supeditando la elaboración de sus contenidos en forma y fondo, no necesariamente a la responsabilidad social y democrática de informar y orientar a la sociedad, sino a criterios estrictamente comerciales, de medición de audiencias y hasta descaradamente propagandísticos en muchas ocasiones.
En agosto de 2009, el exsecretario de seguridad interna de Estados Unidos, Tom Ridge, durante la administración Bush, confesó en su libro, “La prueba de nuestro tiempo: Estados Unidos asediado…y cómo podemos estar nuevamente seguros” ( The Test of Our Times: America Under Siege ... and How We Can Be Safe Again) que las alertas de amenazas de ataques “terroristas” de Al Qaeda, incrementaban el temor de la sociedad estadounidense, lo que subía la popularidad de George Bush, cuya administración utilizó dichas alertas y el miedo que provocaban con fines electorales. Más allá del uso publicitario de esta “confesión” de Rige para promocionar la venta de su libro, puso esta en evidencia el uso del miedo al terrorismo en operaciones psicológicas orientadas a manufacturar consenso social y legitimación política ante la llamada “guerra contra el terrorismo”.
Antes de la confesión de Tom Ridge, sugerir que se pudiera estar utilizando en Washington el miedo al terrorismo con fines políticos, merecía inmediatamente el calificativo de “argumento conspirativo”. Sin embargo Ridge afirmó que fue presionado por altos funcionarios de la Casa Blanca para que elevara el nivel de alerta nacional antes de las elecciones presidenciales de 2004 para favorecer la reelección de su jefe George W. Bush. El ex secretario relató entonces que por negarse a hacerlo, le sugirieron que había llegado la hora de renunciar al cargo, como efectivamente lo hizo.
El miedo es peligroso porque distorsiona la realidad. El miedo es la fuerza que mueve a las personas y les hace en un momento dado obedecer hasta aquello con lo que pudieran estar normalmente en contra. El miedo degenera fácilmente en sospechas, en paranoia, en enfrentamientos o en indiferencia, haciendo que las personas se encierren en la burbuja de su individualismo, de sus criterios y en la camisa de fuerza de las ideologías.
De manera muy concreta, los contenidos de la campaña del demagogo Donald Trump, entre la de otros no menos trogloditas, tienen “éxito” porque apelan a los miedos y prejuicios que habitan en la psique colectiva de una buena parte del pueblo estadounidense. Pueblo que culturalmente ha sido adiestrado para creer sin objeción el mito del llamado excepcionalismo estadounidense, basado en la elaboración minuciosa de teorías racistas aberrantes como la del senador de Indiana, Albert Beveridge, en 1900.
“Somos la raza que gobierna al mundo (…) no renunciaremos a nuestra misión como raza escogida por Dios para civilizar al mundo (…). Él nos ha hecho expertos en gobernar para que podamos administrar el gobierno de los pueblos salvajes y seniles”.
¿Algo del pasado que nada tiene que ver con el tiempo presente y mucho menos con la amenaza al “mundo civilizado” por parte del llamado Estado Islámico? No, desafortunadamente. Trump y otros aspirantes a la presidencia de Estados Unidos jamás le dirán la verdad al pueblo estadounidense sobre la causa real del surgimiento del abominable grupo reciclado de Al Qaeda conocido como ISIS o como Estado Islámico.
Tampoco los grandes medios masivos dedicarán espacios de análisis serio a la denuncia silenciada sobre tráfico de petróleo entre Turquía y ese grupo terrorista, ni sobre el financiamiento o la entrega de armas al terrorismo por parte de países aliados de Occidente. Lo que sí han de estar haciendo ya, es exprimir al máximo la noticia convertida en mercancía para venderla y sacarle el mayor rédito posible.
No sé lo que mi hijo haya platicado al teléfono con sus compañeros de escuela sobre su forzada ausencia escolar, justo ahora que ofrecerían un esperanzador mensaje navideño en otra escuela de Los Ángeles a través de un concierto de campanas. Lo sabré cuando surja el momento espontáneo de platicar más a fondo sobre lo ocurrido. Por lo pronto me llena de alegría saber con certeza que ni él ni sus compañeros más cercanos, verán al único compañero musulmán que tienen en toda la escuela, con el prejuicio inducido contra los musulmanes por parte del hombre que sigue encabezando las encuestas de los republicanos para la presidencia de los Estados Unidos.
Rubén Luengas
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