El explosivo cóctel de religión, misoginia e ignorancia por el que quemaron a una mujer en Nicaragua
REDACCION/BBC MUNDO — Amanecía cuando sacaron a Vilma Trujillo de la iglesia Visión Celestial -una cabaña de madera oscura, donde la habían tenido encerrada durante casi una semana- y la amarraron a un árbol de guayaba.
La mujer, de 25 años, había sido llevada ahí después de que empezara a tener alucinaciones y a hablar sola. Por su propio bien, le habían dicho. Porque las oraciones eran el antídoto para los demonios que la habían poseído.
“Decía cosas raras”, recuerda su tía, Ángela García.
“Le dijo a su hermana (que estaba embarazada) que no iba a tener un bebé, sino una serpiente”, cuenta.
“Lloraba, se arrodillaba, hablada del diablo. Nunca la había visto así”, agrega.
La familia era consciente de que Vilma necesitaba ayuda.
Pero el doctor más cercano estaba a casi un día de camino desde ese puñado de casitas pobres dispersas en las selvas del noreste de Nicaragua conocido como El Cortezal.
Así que, a falta de médico, mandaron a llamar al joven pastor de la iglesia evangélica a la que la joven se había sumado recientemente.
Juan Gregorio Rocha, de 23 años, les dijo que podía ayudar.
Junto a sus seguidores la guió por el camino lodoso que lleva hasta la iglesia Visión Celestial, la que se alza en un rincón solitario de una colina ubicada a una hora de camino.
Ahí la tuvieron durante días, sin darle agua ni alimentos, mientras miembros de la iglesia rezaban por ella.
Cuando sus familiares trataron de visitarla, les dijeron que “todavía no estaba curada” y los mandaron de regreso.
Aunque Vilma había llegado hasta ahí voluntariamente, eventualmente no pudo más, y trató de escapar armada con un machete; sin éxito.
Y en la sexta noche, uno de los miembros de la congregación dijo haber tenido una revelación divina: Dios le había enviado el mensaje de que los demonios podían ser expulsados con fuego.
Entonces, Juan Rocha empezó a organizar las cosas, ayudado por una docena de creyentes. Algunos empezaron a construir una pira, otros fueron a buscar más leña.
Fue en este punto que sacaron a Vilma y la amarraron al árbol de guayaba que estaba al lado de la hoguera.
Al día de hoy no está claro si la empujaron al fuego o si este creció hasta envolverla, pero pronto las llamas empezaron a arañarle la piel.
“¡Me voy a morir, me voy a morir!” gritó la joven, según su hermana de 15 años, quien estaba rezando en la iglesia cuando escuchó los gritos.
Paralizada por la conmoción, la adolescente también oyó cómo sus mayores exclamaban que pronto Vilma iba a resucitar, libre de todo tormento.
Pasaron horas antes de que uno de los miembros del grupo rompiera filas y le dijera a su hermana que corriera a buscar ayuda.
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El Cortezal no aparece en Google Maps, ni siquiera en la mayoría de los mapas locales.
Ubicado en plena montaña -en un lugar donde todavía queman selva virgen para crear tierra cultivable- no cuenta con electricidad, ni teléfono, ni policía, ni doctores.
Por no tener, no tiene ni siquiera una tienda.
Para llegar tuve que viajar diez horas desde el pueblo más cercano, Rosita: dos horas en un 4x4, cuatro horas a pie y más de dos horas a lomo de mula.
La señal de celular es casi inexistente, confinada a unos pocos lugares en las zonas más elevadas.
Eso significa que el único lugar donde la hermana de Vilma podía conseguir ayuda era la granja de su tía. Así que corrió por los senderos llenos de maleza, subiendo y bajando, hasta que llegó sin aliento y casi sin poder hablar.
“La quemaron”, fue lo único que atinó a decir.
El grupo de rescate encabezado por el padre de Vilma, Catalino López Trujillo, llegó al lugar a mediodía, cuando las últimas llamas todavía ardían.
Catalino encontró a su hija desnuda, con quemaduras en el 80% de su cuerpo. Apenas consciente, ella le pidió agua.
Sus sobrinos le ayudaron a llevar a la joven a la casa de Ángela. Y una vez ahí, Vilma encontró fuerzas para tratar de tranquilizar a su lloroso hijo de cinco años.
“Los pastorcitos me bautizaron”, le dijo.
Catalino luego juntó a varios parientes, tíos y sobrinos, para improvisar una camilla con dos palos y una hamaca.
Todos emprendieron camino antes del amanecer del día siguiente, cargándola durante 12 horas por montes y ríos, luchando para no resbalar en los lodosos caminos de la selva.
Cuando finalmente llegaron a Rosita, los doctores inmediatamente se dieron cuenta que las heridas eran demasiado graves para ser tratadas localmente.
La llevaron al aeropuerto, ubicado a unos 30 kilómetros de distancia, y desde ahí por avión hasta la capital, Managua. Pero ya era demasiado tarde.
Vilma Trujillo García murió el 28 de febrero por causa de un edema pulmonar -con sus pulmones llenos de sangre- e insuficiencia orgánica múltiple.