El pez totoaba, buscando el camino desde la pesca ilegal a la sustentabilidad
Ensenada (México) — En el interior de un gran tanque, el profesor Conal David True se mueve entre los peces totoaba intentando discernir cuáles están “maduros”; es el primer día del proceso de reproducción de esta especie, hoy protegida en México pero con la que se quiere llegar a una pesca sustentable.
Desde hace dos décadas, la Universidad Autónoma de Baja California UABC, en su campus de Ensenada, es pionera en la protección de la totoaba, que sufre una brutal pesca ilegal por su codiciado buche, al que se le atribuyen propiedades afrodisiacas y regenerativas y por el que se paga en el mercado negro entre 5.000 y 8.500 dólares el kilo.
Actualmente, el equipo de la Unidad de Biotecnología en Piscicultura de la UABC, encabezado por True, produce en cautividad alrededor de 50.000 y 80.000 crías al año, pero la meta es mucho más ambiciosa: llegar a un millón de crías de esta especie, endémica del Alto Golfo de California.
Junto con otros investigadores, el profesor selecciona de entre unos veinte ejemplares aquellos que serán trasladados a unos tanques en los que a cada hembra le acompañarán dos machos y, con un sistema de rotación, se conseguirá obtener 18 familias en tres días.
En una entrevista con Efe, True explica que el pez totoaba fue descubierto a principios de los años 20, por parte de orientales que estaban construyendo las vías férreas en México en aquellos años.
En poco tiempo, en el mercado oriental comenzó a desarrollarse un interés por esta especie, y en 1950 el valor del buche ya era de alrededor de cinco dólares la libra.
La totoaba se convirtió en una mina de oro y la población empezó a bajar drásticamente por la pesca descontrolada, hasta que en la década de los 70, el Gobierno mexicano la declaró como especie en peligro de extinción.
True remarca que el objetivo último es pasar de la captura ilegal que se da hoy en día -y con la que se pone en peligro a otra especie en peligro de extinción, la vaquita marina, que queda atrapada en las redes de pesca- a un sistema sustentable.
Dado que la sociedad oriental le ha dado un valor a este pez, “tratemos de conservarlo”, defiende True, partidario de que llegue a haber una regulación al respecto que proporcione empleos y un retorno económico a los lugareños.
La totoaba es “tremendamente fecunda” y longeva (llega a alcanzar los 35 años), por lo que algunas personas creen que si la comen, ellas también podrán desarrollar estas características: “Más allá de si está bien o está mal, la realidad es que existe un mercado”, reflexiona.
En el tiempo que llevan trabajando con la totoaba, la Unidad ha pasado de comprobar si su cautiverio era factible a perfeccionar sus metodologías de producción, que expandirán gracias a unas nuevas instalaciones que previsiblemente comenzarán a funcionar el próximo año, con el apoyo del Gobierno federal y el de Baja California.
“Hemos encontrado que la totoaba tiene un bloqueo reproductivo; en cautiverio no desova voluntariamente”, por lo que es necesario inyectar a las hembras una hormona para que se dé el proceso de ovulación en un máximo de dos días, señala True al lado de los tanques usados para la reproducción, que en una fase posterior se emplearán para la engorda de los peces.
Las totoabas son carnívoras y requieren un porcentaje de proteínas relativamente alto, por lo que las alimentan de harina y aceite de pescado, calamar, vitaminas, minerales y otros compuestos destinados a fortalecer su dieta.
Los esfuerzos de los investigadores desembocan en las liberaciones, que se desarrollan en el tercer trimestre del año y con las que ya han sido lanzadas al mar un total de 183.000 crías.
Desde hace unos años, estas se llevan a cabo en la playa Puertecitos, al sur del pueblo pesquero de San Felipe.
Las liberaciones realmente no son el punto final, ya que en la Unidad trabajan en el método llamado en biología “captura-recaptura”: “Permite que si liberamos una serie de organismos al medio ambiente y los recuperamos tiempo después, podemos medir el éxito de esos animales”, relata True.
Incluso uno de los profesores está trabajando en una “prueba de paternidad”, con la que si se toma una pequeña muestra de totoaba silvestre, se puede saber si sus padres nacieron en el laboratorio.
Por el momento, los resultados de los análisis proclaman que la población de totoabas, desde el punto de vista genético, está “en buen estado”, aunque todavía falta saber con certeza de qué tamaño es la población silvestre.
“Si todo sale bien, esperemos que en diez años más estemos hablando de un uso sustentable” de la totoaba, asevera True.