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Los debates presidenciales se han convertido en programas de TV que no se pueden perder

El inesperado éxito de esta temporada de televisión no es un programa derivado de la serie de las Kardashians u otro concurso cursi entre aspirantes a cantantes.

Son los debates presidenciales celebrados en horario estelar, los que han atraído grandes audiencias nacionales y han formado y reformado la carrera presidencial del 2016, mucho antes de que termine el presente año o que cualquier voto real sea emitido.

Gran parte de eso puede ser acreditado al republicano Donald Trump, una personalidad singular cuando trata de hacerse notar, y a Bernie Sanders, el carismático senador de Vermont, quien es el principal rival demócrata de Hillary Rodham Clinton y otro fenómeno político del año.

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En cierto sentido, los dos son miembros del reparto, junto con el resto de los candidatos presidenciales, en una forma confusa de reality TV. “No podemos esperar a ver quién va a hacer qué sobre el escenario, y cómo responden uno al otro”, dijo Marty Kaplan, un ex estratega de la campaña democrática quien enseña en la escuela de comunicación de la Universidad del Sur de California (USC).

El próximo episodio será el miércoles, cuando los republicanos lleven a cabo su tercera reunión presencial en la Universidad de Colorado en Boulder. En base a las encuestas de opinión, el campo estará dividido una vez más entre 10 concursantes compartiendo el escenario principal y otros cuatro aspirantes que sirven como su acto de calentamiento.

Por supuesto, existen motivos de fondo para que los votantes vean los debates. En medio de los grandes discursos redactados y los comentarios previamente ensayados, los candidatos revelan parte de sus personalidades, ofrecen sus filosofías políticas e incluso responden a preguntas específicas sobre ciertos temas y nos dejan saber lo que esperan lograr en la Oficina Oval.

Kathleen Hall Jamieson, una experta en comunicación política de la Universidad de Pennsylvania, señala que la audiencia de los debates tradicionalmente se aumenta durante los tiempos económicamente ansiosos como estos, especialmente cuando una carrera es tan competitiva como lo es la contienda presidencial del 2016. “Sólo porque es divertida, no significa que no vas a aprender cosas”, dijo Jamieson.

Los debates de las primarias presidenciales solían ser el campo de las personas con alto espíritu cívico, dirigiéndose a una audiencia de conocedores de la campaña y otros obsesivos políticos observando desde un puñado de estados de votación temprana. Hubo muchos momentos memorables y políticamente significativos.

En 1980, Ronald Reagan asumió el mando de la carrera del partido republicano al tomar control de un debate en New Hampshire después de que el presentador trató de callarlo en una disputa sobre quién estaba permitido a participar. “¡Estoy pagando por este micrófono!”, vociferó famosamente Reagan, quien financió la sesión.

En 1984, el demócrata Walter Mondale desmoralizó la campaña de “nuevas ideas” de Gary Hart al aprovecharse de un slogan de comida rápida, exigiendo, “¿Dónde está la carne?”

Pero solamente en las últimas campañas es que los debates han jugado un papel tan importante al ordenar el campo en una etapa tan temprana, reemplazar la influencia de los grandes donantes y el establecimiento político al elevar a candidatos como Ben Carson -- y Michele Bachmann y Herman Caín en el 2012 — y al empequeñecer a los favoritos como Scott Walker y el ex gobernador de Florida Jeb Bush.

Carson, un ex neurocirujano sin ninguna experiencia de campaña, se impulsó a la delantera del campo del partido republicano después de un desempeño bien considerado en su primer debate y ahora lidera la carrera en Iowa, el primer estado en votar el próximo año.

Walker, el gobernador de Wisconsin, quien una vez encabezó las encuestas en Iowa y era considerado un favorito a nivel nacional para la nominación republicana, abandonó la contienda después de su pobre desempeño durante las dos ocasiones que apareció sobre el escenario.

Por parte de los demócratas, los ex senadores Jim Webb de Virginia y Lincoln Chafee de Rhode Island abandonaron la carrera la semana pasada después de sus desempeños ampliamente criticados en el debate del partido celebrado el 13 de octubre.

Es discutible si el contar con las habilidades de un buen orador sea requerido para ser un buen Presidente. Pero no cabe duda de que hoy son más importantes que nunca para cualquier candidato con la esperanza de llegar a la Casa Blanca.

“Tienes a tantos millones de personas observando y tantas evaluaciones instantáneas de su desempeño, que cualquier candidato que no esté a la altura, es magnificado de una forma que no era real antes”, dijo Alan Schroeder, un profesor de periodismo de la Universidad Northeastern quien escribió un libro que abarca medio siglo de la historia de los debates presidenciales.

La naturaleza de los debates de las elecciones primarias, y el público que atraen, comenzó a cambiar cuando las redes de televisión por cable se hicieron cargo de su transmisión.

En lugar de que el Nashua Telegraph acoja a los concursantes en un gimnasio de una escuela secundaria, y que un candidato financie el evento como lo hizo Reagan, los debates se convirtieron en espectáculos de transmisión nacional -- y oportunidades de difusión de marca muy promocionadas — con periodistas famosos rondando los deslumbrantes escenarios.

Cuando se trata de atraer la atención de los votantes, nada se compara.

Fox News atrajo a 24 millones de televidentes para la primera sesión republicana llevada a cabo en el mes de agosto -- tres veces la audiencia esperada – convirtiéndolo en el debate de las primarias presidenciales más visto en la historia. El segundo debate del partido republicano realizado por CNN, atrajo cerca de 23 millones de espectadores, y el primer debate de los demócratas, también en CNN, atrajo una audiencia de más de 15 millones de televidentes.

Desde la perspectiva de los candidatos, este tipo de programas de televisión han convertido a los debates en eventos debo-de-estar-ahí.

En el ambiente mediático fragmentado de hoy en día, ningún aspirante a candidato presidencial puede permitirse dejar pasar una oportunidad para abordar a tal público tan masivo, incluso si esto significa restarle tiempo a los eventos de recaudación de fondos y a los esfuerzos de campañas en Iowa, New Hampshire y otros estados cruciales de votación temprana.

“Las campañas necesitan estimular el interés y crear demanda”,dijo Kevin Madden, un estratega de comunicación republicano quien trabajó en ambas carreras presidenciales de Mitt Romney. “Si regalas esa oportunidad, alguien más la va a tomar y la utilizará”.

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