Fueron deportados, y ahora asisten cada semana a los migrantes que llegan repatriados a México
Las puertas corredizas se abrieron y, de repente, Roger Pérez estaba otra vez en México. Se escuchaban mensajes en español a todo volumen por los altavoces del aeropuerto, y los hombres pasaban presurosos, vestidos con sombreros de vaquero y botas polvorientas.
Gracias a las autoridades de inmigración, Pérez, de 21 años, habÃa estado atrapado en un avión durante horas, con sus muñecas y tobillos encadenados. Ahora era un hombre libre, pero como deportado a un paÃs que no veÃa desde que era muy pequeño, esa libertad se asemejaba más al miedo que a una sensación positiva.
Temblando, Pérez estrechó la mano de un funcionario del gobierno mexicano, que le explicó cómo podÃa solicitar beneficios de desempleo. Luego aceptó una tarjeta de negocios que le ofreció Diego MarÃa: “Estamos aquà para ayudarteâ€, decÃa. “Juntos somos más fuertesâ€. “Hola, chicoâ€, le dijo MarÃa, en inglés. “Yo también fui deportadoâ€.
Cada semana, MarÃa, de 36 años de edad, y otros migrantes expulsados de los EE.UU. en los últimos meses dan la bienvenida a aviones llenos de personas que son enviadas de regreso a la Ciudad de México. La agrupación se hace llamar Deportees United in the Fight (Deportados unidos en la lucha) y ayuda a los recién llegados a hablar por teléfono, a averiguar cómo tomar un autobús y registrarse para los pocos beneficios gubernamentales disponibles para los exmigrantes. Pero sobre todo, intenta mostrar a los nuevos deportados que no están solos. “La deportación es la experiencia más traumática de tu vidaâ€, afirmó MarÃa, quien vivió en los EE.UU. durante 17 años antes de ser desterrado, el verano pasado.
Pérez asintió nerviosamente. “Mis padres y hermanos viven todos en Carolina del Norteâ€, dijo suavemente, en un inglés marcado por un dulce tono sureño. “Esto es muy duroâ€.
Deportees United se encuentra entre el puñado de movimientos polÃticos comunitarios que se formaron en los últimos años para ayudar a un creciente número de deportados a México. Según Pew Research Center, desde 2009 más mexicanos han abandonado los EE.UU. de los que han ingresado, una tendencia inversa impulsada por la pérdida de empleos después de la Gran Recesión y el aumento en las deportaciones durante el gobierno del expresidente Obama.
En los primeros cuatro meses de este año, más de 50,000 mexicanos han sido repatriados, conforme datos del gobierno de dicha nación, una tasa similar a la del último año de la presidencia de Obama.
Durante años, las autoridades mexicanas ignoraron en gran medida la migración de retorno. Pero desde que el presidente Trump comenzó a lanzar ataques contra los inmigrantes de ese paÃs y a acelerar las expulsiones, los lÃderes de la nación vecina han respondido con iniciativas para ayudar a los inmigrantes que viven indocumentados en los EE.UU., asà como a aquellos que son enviados de regreso a casa. Se han organizado conferencias de prensa en el aeropuerto para recibir a cientos de deportados y publicado anuncios que promueven la integración de aquellos que vuelven al paÃs.
Pese a la retórica, pocos servicios están disponibles para los migrantes que llegan a casa. Si bien los deportados pueden recibir seis meses de ayuda -son elegibles para recibir cheques de hasta $100 por mes, en concepto de desempleo- eso es todo lo que hay, explicó Mónica Jacobo, quien estudia la migración de retorno en el Centro de Investigación y Enseñanza de EconomÃa, de la Ciudad de México. “No veo ningún plan serio del gobiernoâ€, aseguró Jacobo, quien agregó que los migrantes que regresan a menudo tienen dificultades para hallar trabajo, matricularse en la escuela y reintegrarse a comunidades que a menudo los ven como extranjeros. Como los lÃderes estadounidenses han insistido en que principalmente se deporta a personas con condenas penales -aunque los datos muestran grandes cantidades de expulsados que tienen un escaso historial criminal, o ninguno-, estas personas cargan un estigma social: todos ellos son delincuentes.
Deportees United se organizó para trabajar dentro de lo que consideraron un espacio vacÃo. Los migrantes mexicanos que trabajan en los EE.UU. envÃan a sus casas miles de millones de dólares cada año, y el grupo cree que deben ser tratados con respeto, no como marginados. La entidad espera abrir un refugio donde los expulsados puedan pasar unos dÃas de ajuste antes de reiniciar sus vidas. Con la ayuda de pequeñas donaciones, recientemente abrió un negocio de serigrafÃa que sólo empleará a deportados. Entre los artÃculos que se imprimen en la pequeña tienda hay camisetas con la leyenda: “Los deportados no son criminalesâ€.
La agrupación fue organizada en diciembre pasado por MarÃa y otros deportados recientes, que habÃan sido invitados a un evento gubernamental donde se anunciaron iniciativas para integrar a los repatriados a la fuerza de trabajo. Uno de los participantes, Ana Laura López, habÃa sido activista por los derechos humanos en Chicago y sugirió la idea de organizarse. Si no fuera por el aumento del activismo y la mayor conciencia polÃtica de los latinos en los EE.UU. durante los últimos años, sostiene López, el grupo no existirÃa.
MarÃa concuerda y afirma que en los EE.UU. ganó un sentido de fortalecimiento polÃtico: “Aprendimos allà que podemos defender nuestros derechosâ€.
Después de crecer en los verdes campos de Hidalgo, un estado en el centro de México, en el seno de una familia indÃgena pobre que ni siquiera podÃa comprar zapatos para los niños, a los 13 años MarÃa se fue a la Ciudad de México para trabajar como vendedor ambulante y, asÃ, enviar dinero a casa. En 2000, cuando cumplió 18, cruzó sin autorización a los EE.UU. Vivió en Carolina del Norte y luego se mudó a Dalton, Georgia, donde condujo un montacargas para varias de las famosas fábricas de tapetes de la ciudad. El empleo era bueno; con la ayuda de una falsa tarjeta de Seguro Social ganaba $15 por hora y también podÃa trabajar tiempo extra.
MarÃa se casó y tuvo un hijo, y más tarde se divorció y ganó la custodia del niño. Un dÃa, el año pasado, mientras volvÃa al trabajo después de almorzar en su hogar junto con su hijo, fue detenido en un puesto de control policial. Los oficiales pedÃan licencias; MarÃa no tenÃa.
AsÃ, fue trasladado a la comisarÃa, donde una condena de 2003 por violencia doméstica con una novia anterior lo calificó para ser expulsado en el marco de las prioridades revisadas por el gobierno de Obama. MarÃa no volvió a ver a su hijo, Shamus (5), quien ahora vive con una tÃa, y pasó cuatro meses detenido. El dÃa de su deportación, salió por las mismas puertas corredizas de las que más tarde saldrÃa Pérez, y sintió que habÃa retrocedido 20 años en el tiempo. Las calles lucÃan caóticas y contaminadas; gente desesperada por dinero vendÃa lo que podÃa en cada esquina.
MarÃa no sabÃa dónde ir. Su celular, que contenÃa los números de sus parientes, no le habÃa sido devuelto después de su arresto. Su familia no sabÃa que estaba en México.
Un amigo que hizo en el avión advirtió su pánico y lo invitó a alojarse unos dÃas en la casa de su familia, donde finalmente pudo ingresar a Facebook y avisar a sus parientes que estaba de regreso. Un dÃa, junto con su nuevo amigo decidieron salir a comer unos tacos; la comida que más habÃan extrañado cuando estaban lejos. MarÃa se enfermó brutalmente; parecÃa que incluso su estómago ya no era mexicano.
Su familia viajó a visitarlo. Cuando su madre entró, después de una ausencia de 17 años, lo desconoció y le estrechó la mano. “Ni siquiera podÃa disfrutar de estar con mis parientesâ€, recordó MarÃa acerca de esas difÃciles primeras semanas. Aunque todavÃa se siente triste por estar lejos de su hijo, y enojado por su expulsión, su sentimiento más frecuente es otro: “Impotenciaâ€, aseguró. Está harto de sentir que no tiene control sobre su propia vida; ni siquiera se le permite trabajar porque cobra el seguro de desempleo.
Deportees United lo ha ayudado a recobrar el sentido del control y el orden. Los otros miembros del grupo se han convertido en sus mejores amigos; ellos no consideran una locura que a él le guste la música country, lo comprenden cuando dice que extraña el pavo, el puré de papas y el pastel del DÃa de Acción de Gracias. “Estamos en el mismo canalâ€, afirmó.
MarÃa acude al aeropuerto para ayudar a otros deportados a intentar dar un giro positivo ante un nuevo y difÃcil capÃtulo de sus vidas. “Es difÃcil comenzar desde ceroâ€, manifestó. “Pero siempre estaremos allà para ellosâ€.
Diego MarÃa en la imprenta que abrió junto con otros deportados, en la Ciudad de México. La agrupación espera emplear a emigrantes que regresan a México y viaja semanalmente al aeropuerto para recibir a aquellos que son repatriados (Katie Falkenberg / Los Angeles Times).
El gobierno de los EE.UU. contrata aviones charter para transportar a más de 100 deportados hasta la Ciudad de México, tres veces por semana. En el aeropuerto, los recién llegados emergen aturdidos a través de una salida especial utilizada por pilotos y azafatas. Se los identifica fácilmente por la bolsa de plástico transparente que se les entrega cuando salen, con un almuerzo, y por las bolsas de malla -similares a los sacos de papas- donde transportan sus efectos personales.
Los familiares que saben del regreso de sus seres queridos esperan en las puertas corredizas con ansiedad. En una tarde reciente, Claudia Arias esperaba en el área. A sus 42 años, la ciudadana estadounidense habÃa llegado esa mañana desde Pensilvania para recibir a su esposo, Mauricio Marino, de 27, quien habÃa sido deportado.
“Oh, Dios mÃo… Está tan peludoâ€, dijo la mujer en inglés, mientras vio a su marido, acercándose. El hombre lucÃa una larga barba después de sus meses de detención. Después de abrazar a Arias por varios minutos, Marino aceptó una tarjeta de MarÃa, quien le pidió que le llamara ante cualquier duda. Marino le dio las gracias y volvió a abrazar a su mujer.
Entonces, Pérez atravesó las puertas, vistiendo los mismos zapatos Nike y la gorra de béisbol que llevaba el dÃa en que fue atrapado. “Es muy duroâ€, afirmó. “Me atraparon conduciendo sin licencia y, en estos dÃas, no perdonanâ€.
Como no tenÃa teléfono, MarÃa le prestó el suyo para que pudiera llamar a un primo en Tabasco, su estado natal.
“Hola, carnal†le dijo Pérez, usando el afectuoso término mexicano.
El joven tenÃa poco dinero y querÃa volar a Tabasco. MarÃa lo acompañó hasta el mostrador de Aeroméxico, y allà le entregó dinero a la empleada. El par se abrazó. “Llámame cuando lo necesitesâ€, le dijo MarÃa, mientras Pérez se apresuraba a su puerta.
Traducción: Valeria Agis
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