La búsqueda de los 43 sacó a la luz decenas de fosas clandestinas y los altos niveles de violencia en Guerrero
MEXICO/EFE — La búsqueda en los alrededores de Iguala de los 43 jóvenes desaparecidos, realizada sobre todo por grupos de civiles, sacó a la luz decenas de fosas clandestinas con decenas de cadáveres que han revelado la violencia existente en este municipio mexicano.
Además, el nivel mediático que ha alcanzado el caso de los 43 alumnos de Ayotzinapa ha hecho que numerosas familias que antes guardaban silencio por miedo a represalias se hayan atrevido a denunciar la desaparición de sus seres queridos e incluso a buscarlos entre los montes de esta tierra del suroeste mexicano.
Y es que este caso mostró al mundo las vergüenzas de este municipio, cuna de la bandera mexicana, al comprobarse el total pacto de silencio entre las autoridades, la policía municipal y el cártel de Guerreros Unidos, que prácticamente gobernaban la ciudad.
Pese a que hoy el miedo y la incertidumbre siguen reinando en Iguala, en el último año muchos de sus ciudadanos se han atrevido a hablar y a organizarse para detonar un cambio.
Este es el caso de Los otros desaparecidos de Iguala, que surgió de un grupo de amigos que querían hacer algo para cambiar el municipio y hoy aglutina a 450 familias que buscan poner nombre a los decenas de cadáveres que se han encontrado en las fosas.
Por mucho tiempo familias con desaparecidos permanecieron calladas, pero con el caso “Ayotzinapa” y “la protesta a nivel nacional e internacional” que generó, “la gente tiene valor” y expresa la necesidad de hallar a sus seres queridos, dijo a Efe la coordinadora de esta organización, Citlali Miranda.
Tras el 26 de septiembre, la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG) llegó a Iguala para buscar a los estudiantes, y Miranda y un grupo de amigos se unieron a ellos.
“Ellos empezaron a hacer la búsqueda de fosas, a localizarlas, pero como eran de restos muy antiguos y no se podía considerar que fueran los estudiantes, solamente descubrían las fosas y las dejaban”, explicó.
Entonces, unos y otros se preguntaron “no son los estudiantes, pero ¿quiénes son? Porque hay muchas fosas, muchos restos”.
Entonces comenzaron a convocar a las familias de los desaparecidos, a reunirse primero y a salir al campo después, poniendo en práctica aquellas cosas que habían aprendido de la UPOEG sobre las técnicas de búsqueda de fosas.
“En el terreno, cuando son fosas muy recientes, se ve un abultamiento porque se destapa, se introduce el cuerpo y sobra un poco de tierra. Cuando pasa el tiempo, (...) hay un hoyo y tiene por lo general la forma de un cuerpo humano”, explicó Miranda.
Únicamente lograron abrir por su propia cuenta las primeras fosas. Después la Procuraduría General de la República (PGR, fiscalía) se acercó a colaborar y se encargó de los pasos posteriores, exhumar los cuerpos y tomar las muestras genéticas a lo cadáveres y a las familias de desaparecidos.
Hasta ahora, se han encontrado 104 cuerpos en 60 fosas, pero solo 7 restos humanos plenamente identificados han sido entregados a sus familiares y 3 más están en proceso.
En total tienen registrados 370 desaparecidos en el municipio, aunque solo hay 270 denuncias ante la PGR, ya que muchos no acuden a instancias oficiales por “desconfianza y miedo”, señala Miranda.
De las 450 familias que forman parte de la organización, 150 participan cada fin de semana en la búsqueda de fosas en Iguala y los municipios aledaños, una tarea que estas semanas está suspendida por las lluvias.
Además, las autoridades les han dificultado las búsquedas. Antes abrían las fosas y cuando encontraban restos avisaban a la PGR para que hiciera la exhumación, ahora no llegan siquiera a abrir la tierra.
“Cuando se localiza una posible fosa, se introduce una varilla” y si esta “toca un cuerpo, se libera un olor fétido”, lo que revela que “es una fosa positiva”, explica Miranda.
María tiene su propia varilla de hierro y todavía guarda dentro un miedo que le impide dar su verdadero nombre. Perdió a su hijo una noche antes de la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa.
Tenía 28 años y un taller de hojalatería y pintura. La noche del viernes 25 de septiembre de 2015 “se lo llevaron” y “hasta la fecha no encuentro cuál fue el motivo o la razón”, cuenta, aunque tiene la sospecha de que pudo ser porque le pidieron un “derecho de piso” y él no lo quiso dar.
El joven se quedaba las noches en el taller porque “dos veces le habían abierto y robado todo”. La violencia se había recrudecido en los últimos años, recuerda.
En un principio, María no denunció la desaparición porque “tenía miedo”, pero una tarde se encontró con miembros de Los otros desaparecidos en una iglesia de Iguala donde se reúnen todas las semanas y ahora son sus “hermanos de dolor”.
“Entonces éramos pocos y de ahí, no se cómo, no sé en qué momento, pero nos fuimos haciendo muchos”, explica.
Los otros desaparecidos de Iguala también han logrado que se abra una de las fosas comunes existentes en los cementerios del municipio para que se tomen las muestras genéticas a los allí sepultados.
En total, había 67 cuerpos que llegan al Servicio Médico Forense (Semefo) y, como nadie los reclama, se van a la fosa común sin identificar.
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