Columna Cómo comprender la tecnología en la educación
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Es el momento que todos han estado esperando: mi columna de Año Nuevo sobre qué esperar en cuanto a la educación en el año por delante. Que suenen las trompetas y comience el redoble de tambor, por favor.
En realidad, detengan la banda de música, porque no sorprenderé a nadie al revelar que casi toda la discusión está de alguna manera relacionada con la tecnología. Así ha sido el caso durante mucho tiempo, y varios de nosotros estamos un poco hartos por todos los grandes pronósticos sobre la promesa de que la tecnología revolucionará la educación.
Pero si pudieran dejar a un lado parte de su desánimo por un momento, podrían notar que a medida que inicia 2018 hay una nota ligeramente diferente a las predicciones que los expertos en educación ofrecen. Existe una creciente sensación de que hemos llegado a un punto sin retorno en cuanto a cómo la tecnología está afectando la forma y los contenidos que aprenden los estudiantes.
En otras palabras, estos expertos realmente ahora hablan en serio cuando dicen que el futuro sobre el que han teorizado durante muchos años finalmente ha llegado. Hay muchas cosas buenas al respecto y otras malas, pero no hay vuelta atrás. Nos guste o no, la tecnología ahora impregna prácticamente todos los aspectos de la educación.
No pretendo comprender ni la mitad de la cuestión pero como observadora externa que presta mucha atención, puedo descifrar algunos aspectos clave de este desarrollo que cada vez notaremos más en las aulas de todo el país.
El papel integral de la tecnología en la educación es evidente, por ejemplo, en el creciente enfoque en el contenido y no sólo en el hardware. Sí, sigue existiendo el problema de cómo brindar dispositivos a todos los estudiantes. Pero a medida que los dispositivos móviles se vuelven omnipresentes, la atención se desplaza a lo que se ejecuta en ellos: a la creación e identificación de currículos en línea efectivos, y aplicaciones y juegos basados en el aprendizaje.
La buena noticia es que algunas de las soluciones que se están desarrollando son innegablemente poderosas e innovadoras; programas basados en investigación que abren un mundo de oportunidades de aprendizaje para los estudiantes. Pero todavía hay muchos peligros y conflictos potenciales, uno de los cuales es que a menudo las grandes corporaciones son las que llevan esas oportunidades al salón de clases.
A medida que algunos miembros de la comunidad educativa exaltan la “realidad aumentada”, la “tecnología visual” y otras cuestiones del paisaje “edtech” (tecnologías educativas), es importante recordar que esas empresas están motivadas por el afán de lucro; utilizan el cuidado y la alimentación de las mentes jóvenes para favorecer sus propios intereses. Es algo a tener en cuenta cada vez que escuchamos acerca de la “Googlificación” del salón de clases y otros términos que nos recuerdan inquietantemente cada espeluznante historia de ciencia ficción sobre el control mental.
Otra faceta a tener en cuenta de este nuevo mundo de la educación corporativamente habilitado por la tecnología es la idea de que debería haber una línea recta desde lo que los estudiantes aprenden hasta los empleos bien pagados y en demanda. Esa creencia es lo que está impulsando toda la charla sobre la priorización de las áreas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), STEAM (STEM con arte incluido), o cualquier acrónimo relacionado con la tecnología que se use en este momento.
Cuando escuchamos predicciones sobre los robots que reemplazarán a los humanos en la fuerza laboral, esto tiende a crear pánico. Y el miedo no es el lugar más conveniente desde el cual se pueden determinar políticas, relacionadas con la educación o de otros tipos.
Si bien la necesidad de preparar a los estudiantes de hoy para las industrias de crecimiento del futuro es clara, también existe un gran riesgo de que en nuestra prisa por fomentar las habilidades para los empleos, los alumnos pierdan algunos aspectos fundamentales de una educación rica y significativa. Demasiadas veces he escuchado quejas de instructores en educación superior sobre jóvenes con una espantosa falta de habilidades de escritura y comunicación, por ejemplo.
Es genial si los niños aprenden a codificar. Obviamente, alguien tendrá que programar todos esos robots que nos van a reemplazar. Pero también debemos asegurarnos de que los estudiantes estén, como mínimo, alfabetizados y sean capaces de realizar análisis críticos. Debería haber algunas cosas que aún podamos hacer mejor que los robots.
Además de los asuntos relacionados con la tecnología, hay otro tema con el que hemos estado lidiando durante bastante tiempo, y es probable que escuchemos mucho más de él en 2018, particularmente en California: cómo hacer que las escuelas rindan cuentas por los resultados.
Durante mucho tiempo, el método de clasificación de las escuelas públicas del estado era demasiado simple; reflejaba casi exclusivamente el rendimiento en las pruebas estandarizadas. El nuevo plan de rendimiento de cuentas se corrigió en exceso y proporciona gráficos codificados por colores que pretenden mostrar el rendimiento escolar en una variedad de métricas, pero en cambio son tan complicadas que resultan casi incomprensibles.
Si California revisará el nuevo sistema para hacerlo más claro y comprensible es una pregunta para este año. La respuesta afectará cuándo y cómo ocurrirá la intervención en las escuelas de bajo rendimiento.
Finalmente, hay que tener en cuenta que 2018 es un año electoral. Es fácil enfocarse exclusivamente en las contiendas de alto perfil en todo el estado y en el distrito electoral, pero no se debe pasar por alto lo que está sucediendo en nuestras comunidades locales. Muchos asientos de la junta escolar se disputarán este año. Todos deberíamos reservar un poco de tiempo para estudiar los problemas y los candidatos para poder tomar decisiones informadas sobre asuntos que afectan directamente a nuestros niños.
PATRICE APODACA es exredactora de Los Angeles Times y fue durante mucho tiempo madre de familia cuyos hijos asistieron a una escuela pública de Newport-Mesa. Vive en Newport Beach.
Traducción: Diana Cervantes
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