Las poderosas palabras de J.K. Rowling ante el Brexit: ‘Realmente no quiero perder mi patria’
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LONDON — A principios de los años 90, una joven tutora de una escuela nocturna británica vivía en la romántica ciudad de Oporto, en el norte de Portugal, donde pisaba callejones empedrados, subía la desgastada escalera de una magnífica librería neogótica y vislumbraba destellos de escolares que llevaban puestas capas negras. Algunas de esas imágenes deslumbrantes se trasladaron al reino ficticio que después creó: la saga “Harry Potter”, una amada superproducción mundial, acerca de un niño mago y sus amigos.
El mes pasado, a medida que se acercaba la fecha límite del Brexit —ahora incumplida— J.K. Rowling y otras nueve luminarias de la literatura, académicos y artistas británicos publicaron una serie de cartas de amor tristes a una Europa continental que ayudó a moldear su madurez personal y creativa. En ellas, los escritores se hicieron eco de temas abordados en notas de rupturas amorosas a lo largo de los siglos: arrepentimientos lacerantes, incredulidad, aturdimiento y el eterno lamento de los amantes: ¿Realmente tuvo que terminar así?
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“Querida Europa”, escribió Neil Gaiman, aclamado autor de cuentos de fantasía y novelas gráficas llenas de mitos, en una de las cartas publicadas bajo ese encabezado por el periódico inglés The Guardian. “Me encantó sentirme parte de ti. Esa sensación de estar juntos, uniendo nuestras diferencias para hacer algo superior a nuestras individualidades. Algo único, algo que ninguno de nosotros podría haber logrado estando solo”.
El Brexit, aprobado mediante un referéndum en junio de 2016, es un largo adiós, que acaba de prolongarse. La ruptura de Gran Bretaña con el resto de la Unión Europea, que debía ocurrir en Halloween, está ahora en pausa hasta el 31 de enero próximo. Mientras tanto, las elecciones británicas del 12 de diciembre podrían dar a los conservadores del primer ministro Boris Johnson la mayoría parlamentaria que necesitan para finalmente escoltar al país fuera de un bloque del que ha formado parte durante casi 47 años.
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Algunos de los redactores de estas cartas describieron la embriagadora sensación de libertad que surgió durante sus cruces juveniles al Canal de la Mancha. El novelista Alan Hollinghurst, cuyos primeros trabajos proporcionaron un retrato pionero de la vida homosexual, escribió sobre estos viajes como una metáfora: “Marsella, Ventimiglia, Turín, Milán, posibilidades que se convertían en certezas prácticas... Sabíamos que pertenecíamos a Europa tal como nuestro propio país pertenecía”.
La clasicista Mary Beard, cuya rigurosa erudición también encontró seguidores entusiastas de la cultura pop, escribió sobre una larga carrera académica desarrollada y enriquecida en paralelo por la membresía de Gran Bretaña en la UE, y sus organizaciones predecesoras. “En estos últimos cuarenta y tantos años, lo que hago, el contexto en el cual trabajo y cómo me defino, ha cambiado drásticamente; ha dado un vuelco decididamente europeo”, escribió Beard en su carta, que llamó a esa transformación “sin duda, un giro para mejor”.
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Los británicos no serán expulsados del resto de la UE, por supuesto. Pero tampoco tendrán el sentido de pertenencia que conlleva el ser esencialmente derechos de ciudadanía en otros 27 países: vivir o trabajar donde les plazca, en una variedad de paisajes y culturas. Asistir a la universidad en Francia, por ejemplo, o iniciar una familia en España, conseguir el trabajo soñado en Roma, realizar investigaciones en la República Checa o retirarse en el soleado Portugal.
En las cartas, más de un autor agitó una advertencia: que los días más oscuros de la Segunda Guerra Mundial no eran un recuerdo tan lejano, y que la unidad europea no debía tomarse por sentada. La escritora danesa-británica Sandi Toksvig escribió que su farfar (abuelo, en danés) había construido un muro falso para esconder a los judíos que huían. Con la ayuda de compatriotas, casi el 99% de los judíos de Dinamarca escaparon del Holocausto cruzando el agua para llegar a la neutral Suecia. “La historia es importante”, escribió Toksvig. Acerca de la “maravillosa decisión” de crear instituciones de posguerra como la UE, afirmó: “Hemos tenido paz. Casi 75 años de eso. Amo la paz y la tranquilidad. Amo a Europa”.
Otro de los escritores de estas misivas, el galardonado autor holandés Michel Faber, expresó la sensibilidad herida de algunos de los aproximadamente 3.5 millones de ciudadanos no británicos de la UE que han hecho del país su hogar, algunos durante décadas, y cuyas posibilidades de seguir viviendo allí ahora peligran.
“¿Una carta de amor a Europa?”, preguntó Faber, que abrazó su Escocia adoptiva en obras que incluyen descripciones inquietantes de las Tierras Altas. “Ya la escribí, hace 26 años, a Gran Bretaña, y pensé que la respuesta había sido ‘Sí’”: que seguiría siendo parte de la Unión Europea.
La carta de Rowling no mencionó las palabras “Harry Potter”. ¿Por qué tendría que hacerlo, después de todo? En cambio, la autora escribió que estaba fascinada por los “puentes espectaculares, las vertiginosas riberas de los ríos” de Oporto y sus melancólicos fados (música popular portuguesa).
También abordó largamente un encuentro europeo continental, más simple y anterior: una amistad por correspondencia durante su infancia, que derivó en visitas a una familia alemana y que proporcionó a la joven Joanne, de las fronteras de Gales, una emocionante ventana hacia otra forma de vida. Invocando una cita de Voltaire, “L’amitié est la patrie” (Donde hay amistad, allí está nuestra patria) - Rowling se dirigió a su vieja amiga de la escuela por su nombre: “Hanna, realmente no quiero perder mi patria”, escribió.
Sin embargo, junto con la nostalgia y el anhelo de las cartas también se evidencia un pronunciado autoexamen y un regaño propio, no muy diferente de la introspección de algunos estadounidenses después de la elección del presidente Trump, en 2016. “Está muy bien para los intelectuales disfrutar de la nueva Babel lingüística de sus salas comunes, o que los estudiantes de universidades de élite aprovechen los nuevos horizontes derivados de la colaboración cultural europea”, escribió Beard, el clasicista de Cambridge. “Pero nada de eso significa mucho para los desempleados de, por ejemplo, Boston, Lincolnshire”, la ciudad del norte de Inglaterra que emitió el mayor voto a favor del Brexit, en 2016.
“Aquellos de nosotros que fuimos beneficiarios de la Nueva Europa debemos enfrentar el hecho incómodo de que somos, en parte, culpables de que la votación haya resultado, en nuestros términos, tan errónea”, continuó Beard. “Porque no nos detuvimos a pensar, o no lo hicimos lo suficiente, en aquellos que están al otro lado de la brecha cultural”.
Los británicos tendrán que esperar al próximo capítulo del Brexit, y es posible, incluso en esta coyuntura tardía, que las maquinaciones políticas de los próximos meses pongan al país en un camino diferente. Pero la sensación de pérdida inminente se manifiesta con claridad en todas las cartas, incluida la triste bendición que incluye la despedida epistolar de Gaiman: “Estarás bien sin mí, mi amor”, escribió. “Pero cómo estaré yo sin ti, de eso no estoy tan seguro”.
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