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OPINIÓN: Los ‘chivos expiatorios’ del racismo

Los partidarios de Trump marchan mientras un manifestante anti-Trump grita desde la acera en el centro de Los Ángeles
Los partidarios de Trump marchan mientras un manifestante anti-Trump grita desde la acera en el centro de Los Ángeles.
(Wally Skalij/Los Angeles Times)

La más reciente ola de violencia en Estados Unidos tiene como objetivo a la comunidad asiática. No es, por supuesto, la primera vez en la historia de este país. En el siglo XIX, la Ley de Exclusión China prohibió la entrada a los ciudadanos de ese país. En el 1942, Franklin Delano Roosevelt promulgó la Orden Ejecutiva 9066 dando lugar a los campos de concentración que encerraron a miles de japoneses.

Durante los años veinte, a la raíz del movimiento de eugenesia, se cerraron las puertas a los judíos por considerarles intelectualmente inferiores. Los teóricos que llegaron a presentar sus estudios en el Congreso norteamericano fueron una influencia determinante en el joven Adolfo Hitler. La Ley de Inmigración de 1924 fue concebida para reducir la entrada de judíos, italianos, españoles y japoneses.

El racismo, xenofobia y etnofobia han estado siempre latentes en Estados Unidos. Los derechos civiles fueron terreno labrado por los valientes esfuerzos de la vanguardia afroamericana, la izquierda irlandesa en los gremios de los mineros y obreros de los ferrocarriles y César Chávez con los trabajadores agrícolas. Poco a poco, el poder judicial y el legislativo fueron ampliando la protección de la ley a los excluidos. Aún en los sectores más progresistas, existen cotos vedados a los grupos minoritarios por más lavados, blanqueados y asimilados.

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El Trumpismo dio permiso a derribar muchas barreras: el machismo, la vulgaridad, jingoísmo y, desde el momento que bajara las escaleras del Trump Tower ante un grupo de actores pagados para aplaudir, la xenofobia. Poco a poco los blances marginados, soslayados por la transformación de la economía norteamericana, sumaron su ira al movimiento amparados por un rubio personificación del éxito que limpiaría el país de la escoria extranjera. Su expresión facial, copiada a Mussolini mostraba al líder jactancioso.

Las concentraciones del ex mandatario tenían el estilo y engendraban el furor de los eventos de lucha libre. Desfilaban uno tras otros los enemigos a los que se abucheaban o bautizaban con motes insultantes, se acusaban de cosas estrafalarias y a los que el rubio aplastaría con su astucia y poder. Con gritos y movimientos frenéticos de banderas y pancartas, el público se hacía físicamente partícipe en la batalla. El espectáculo les llevaba a la catarsis.

Simpatizantes del presidente Donald Trump y la policía ondean banderas en Sandy, Ore.
(Richard Read/Los Angeles Times)

¿Cómo se logra, sin una educación formal o capacidad para la reflexión u observación sociopolítica llegar a una autoconsciencia socioeconómica? ¿Cómo evitar quedar en el tipo de enajenación que hace al individuo pelele de anuncios, campañas comerciales o políticas y de “slogans”? Se requiere el tiempo, el silencio y el rigor de pensamiento casi imposible al trabajador. Pocos, fuera de un claustro universitario, se formulan las cuestiones fundamentales sobre status, el origen de su condición, sus posibilidades productivas y la estructura social donde se desenvuelve. “Trump Wrestle Mania” plantea una solución más fácil: la pobreza es resultado de los extranjeros, los Demócratas, los liberales y Europa. Para llegar a la prosperidad, el esquema es fácil: se exportan o se meten en rejas a los ilegales, se ayuda a los ricos a estimular la economía y, como por arte de magia el país “se cansará de ganar”, todos rubios y jugando golf.

En la tribuna con Trump escaseaban los afroamericanos, los asiáticos y los hispanos. No frecuentaban éstos el circo. En algún momento comenzó a llamar al Covid “Kung-Flu” o “Chinese Flu” (el “flu chino”). Los asiáticos cayeron al mismo nivel de los “Mexican rapists” (“mexicanos violadores”). Ya los asiáticos cayeron en la categoría del desdeño y la burla, por ende se dio permiso a la agresión.

Los medios de comunicación llaman “racismo” a la violencia contra los asiáticos. ¿Constituyen los asiáticos una raza? ¿Existe una raza blanca, una negra y una asiática? ¿No será una etnia? ¿No será que por mucho tiempo los racistas norteamericanos siguiendo a Johann Friedrich Blumenbach clasificaron la piel de los chinos como amarilla? No, no es racismo, es xenofobia y etnofobia destapada por el trumpismo. El sábado, como reporta este diario, el actor Bowen Yang en el emblemático programa Saturday Night Live, alzó su voz “para expresarse en contra de la reciente oleada de crímenes de odio antiasiáticos que han ocurrido en Estados Unidos … añadió ‘no hay puntos en común’”.

La violencia es receta facilista. Señalar a los asiáticos o a los mexicanos –como antes fueron los judíos- es salida de vagos. La turba histérica no admite ni el análisis ni la complejidad, el chivo expiatorio es cómodo y concreto, se aplaza la pregunta y la evaluación de las teorías. Descargar la ira, destruir, matar, herir es mecanismo de compensación que a la vez eleva al subyugado, ahora agresor de otro más débil. En ese breve momento olvida las cadenas que le someten a la pobreza, vive su emancipación.

* Justo J. Sánchez, analista cultural, ha sido galardonado periodista en Nueva York y se ha desempeñado en la televisión hispana. Sánchez ha sido profesor en universidades estadounidenses y en Italia.

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