Fingió ser médico y estuvo preso; ahora lo es en verdad. Esta es la saga del Dr. Adam Litwin - Los Angeles Times
Anuncio

Fingió ser médico y estuvo preso; ahora lo es en verdad. Esta es la saga del Dr. Adam Litwin

Dr. Adam Litwin
El Dr. Adam Litwin en una sala del John H. Stroger Jr. Hospital, del condado de Cook, en Chicago.
(Pinar Istek / For The Times)
Share via

Con una bata quirúrgica y una máscara, Adam Litwin, de nueve años, observaba con asombro cómo su abuelo, que era podólogo, curaba un pie fracturado.

“Estaba hipnotizado”, recordó Litwin. “Literalmente supe desde ese momento que no habría otra que quisiera hacer con mi vida”.

Así, comenzó a pedir pósters médicos y libros de texto para su cumpleaños. También tenía su propio estetoscopio. En su adolescencia usaba un beeper y se llamaba a sí mismo, fingiendo que un hospital lo necesitaba para ver a un paciente.

Décadas más tarde, Litwin, quien ahora tiene 47 años, finalmente logró su sueño. Se graduó de una escuela de medicina en el Caribe, el año pasado, y aprobó el examen final de la junta que lo habilita.

Anuncio

Conozca a Walt Kremin, el renuente posadero de Gold Point, Nevada.

Aunque aún debe completar algunos entrenamientos y licencias antes de poder tratar a los pacientes por su cuenta, Litwin ya es doctor en medicina (MD, por sus siglas en inglés) en Estados Unidos.

Pero para lograr su objetivo, primero debió dejar atrás aquel momento, hace 20 años, cuando fue a la cárcel por hacerse pasar por médico en la UCLA.

Tal como lo cuenta, el episodio en UCLA ocurrió porque su amor por la medicina lo había cegado. “¿Alguna vez has deseado algo tan fervientemente en tu vida, pero sabías que nunca lo conseguirías? ¿Cómo sería, cómo se sentiría ser esa persona, aunque sólo fuera por un día?”, reflexionó Litwin.

En una convención sobre monedas digitales, rara vez una sesión de preguntas y respuestas de la audiencia incluye una consulta tan incendiaria como: “¿Por qué en esta conferencia se permite hablar de este fraude?”.

En una reciente tarde de sábado en Chicago, Litwin habla mientras come una pizza en su restaurante favorito. Es una de las varias entrevistas que concedió para este artículo, por medio del cual espera poder explicar los esfuerzos de los últimos años para redimirse.

Litwin es un hombre alto, de mediana edad, con ojos oscuros y expresivos. Le encanta simular comillas al aire. Se encoge cuando habla de lo que sucedió en UCLA, y a menudo se cubre la cara con la mano para ocultar su vergüenza.

Adam Litwin frente al Hospital John H. Stroger, Jr. del Condado de Cook.
(Pinar Istek/For The Times)

El ahora médico creció en un suburbio de San José. Un amigo de esa época, Marc Silver, contó que en la preparatoria, Litwin “sólo hablaba de medicina todo el tiempo”. Si alguien decía que le dolía el dedo del pie, Litwin efectuaba posibles diagnósticos, relató.

Después de preparatoria, Litwin se matriculó en la Universidad Estatal de San José, luego se transfirió a la Universidad de St. Louis porque ofrecía un programa de medicina previa en el que los estudiantes interactuaban con los pacientes. Los turnos clínicos fueron “probablemente los más felices que he tenido”, recordó él.

La embajada de Corea del Norte en Madrid era un blanco fácil.

Pero cuando terminaron, relató, se sintió deprimido y no pudo concentrarse en su trabajo educativo. Litwin abandonó la universidad y, en 1998, decidió mudarse al Valle de San Fernando para cambiar de escenario.

Allí empezó a sentirse realmente mal al pensar que nunca podría convertirse en médico. Pero seguía amando la medicina, dijo, y comenzó a leer libros de texto en la biblioteca médica de UCLA.

En algún momento, alguien allí lo confundió con un residente y él no lo corrigió, explica. En lugar de ello, inventó un historial que comenzó a compartir ampliamente: era un residente de cirugía que se había transferido recientemente desde un hospital cercano.

Litwin tenía entonces 26 años, aproximadamente la misma edad que la mayoría de los médicos en formación. Durante meses, los engañó a todos.

Almorzaba en la cafetería del Centro Médico de UCLA y observaba a los médicos realizar cirugías complicadas, algo que le era permitido porque estos pensaban que él también era doctor.

Dejaba su automóvil en el estacionamiento de los médicos, con un pase que le había robado a otro doctor. Comenzó a pasar tiempo en el salón de los residentes, después de robar una llave para ingresar allí. A veces incluso dormía en las salas de guardia cuando un caso se extendía hasta altas horas de la noche.

Pero su disfraz estaba lejos de ser perfecto. Litwin llevaba una bata de laboratorio diferente a todas: con una imagen serigrafiada de su rostro y su nombre.

“Personalmente, pienso que si intentas pasar desapercibido... no deberías llevar tu foto en la bata blanca”, afirmó Mark Lambert, un abogado adjunto de la ciudad y ahora retirado, que procesó el caso en 2000.

Litwin había recibido la bata gratuitamente en una conferencia farmacéutica y la usaba en UCLA porque era la única que tenía. “La gente se acercaba y me preguntaba: ‘Adam, ¿de dónde sacaste esto? ¿Dónde puedo conseguirla? Quiero una, es genial”, recordó.

Litwin llegaba a UCLA todos los días a las 5:30 a.m. para hacer rondas con los residentes. Pero no está claro exactamente cuántos días pasó en el hospital -él afirmó que fueron nueve meses; los fiscales informaron seis- y qué hizo allí.

Los pequeños grupos de residentes ven a los pacientes juntos, y todos se conocen entre sí, comentó el Dr. Rajabrata Sarkar, un cirujano vascular que se capacitó en UCLA y fue jefe de residentes en 1998. “Los otros residentes decían: “Nunca te había visto, ¿en qué programa estás?”, comentó Sarkar, quien no conoció a Litwin. “Podrías salirte con la tuya por un día o dos... ¿pero disfrazarse como médico para las rondas durante meses? Me resulta difícil de creer”.

Litwin hizo algunos amigos en UCLA, pero ya no recuerda sus nombres. The Times contactó a varias docenas de personas que fueron residentes en UCLA a fines de la década de 1990; todos dijeron no recordarlo, o se negaron a ser entrevistados.

Durante su tiempo en UCLA, tuvo cuidado de nunca tocar o atender a un paciente. Una vez, un médico le pidió que se sumara a una cirugía que estaba observando. Litwin le respondió que llegaba tarde a la clínica y salió rápidamente del quirófano, recordó.

Aún así, cuando los supervisores vieron su agudeza médica, quedaron impresionados. “Si alguna vez me hacían una pregunta, yo -chasquea los dedos tres veces- podía dar la respuesta de inmediato”.

Pero la farsa no duró. Su inusual bata blanca suscitó sospechas. También llamó la atención de un farmacéutico cuando falsificó recetas de remedios para la tos y tranquilizantes, en nombre de otro especialista de UCLA que compartía su apellido, según un artículo del Times de 2000. Litwin afirma que lo hizo para ayudar a un amigo.

Una supervisora del centro médico también notó que nunca podía leer su tarjeta de identificación porque estaba cubierta con un boleto de comida. Entonces revisó la lista de residentes.

En junio de 1999, los guardias de seguridad entraron a la sala de médicos buscándolo. Lo escoltaron hasta su auto. Él supo que la farsa había terminado. “Mi castillo de naipes no se estaba cayendo, se había derrumbado”, recordó.

Dentro de su automóvil, la policía encontró un bisturí, rayos X y pedidos de medicamentos. En el estacionamiento de los médicos de UCLA, las autoridades esposaron y arrestaron a Litwin.

Un año después, a los 28 años, se declaró culpable de tres delitos menores: falsificar una receta, hacerse pasar por médico y robar bienes del estado. Fue sentenciado a seis meses de asesoramiento psiquiátrico y a dos meses de detención, que según él pasó en la cárcel de la ciudad de Azusa.

Después de ello, Litwin volvió a casa, en el Área de la Bahía. Fue a terapia por más tiempo de lo ordenado por la corte y lidió con sus tendencias narcisistas y su baja autoestima, tal como él mismo lo define.

A partir de entonces, se enderezó. Lo que sucedió en UCLA fue una aberración, “mi narcisismo claramente se me escapó de las manos”, comenta.

“Cítame, escribe esto. Si pudiera hacer que escribieras una sola cosa”, dice, comiendo pizza. “El hombre muy sabio es el que aprende de sus errores; uno muy estúpido es el que no lo hace. Hay que recordarlo. He aprendido de mis errores y es por eso que no hay posibilidad de que algo así pueda volver a suceder”.

Durante unos años después de su condena, en 2000, comentó, dirigió una empresa de consultoría de atención médica junto con su abuelo, donde mantenía los libros mientras seguía alejado de la medicina. Pero aún anhelaba ser doctor.

En 2006, se casó con Lisa Viens. Cuando se conocieron, a través de amigos en común, Litwin fue presentado por su apodo, “Doc”, y afirmó que era cardiólogo.

“Yo pensé: ‘Te ves demasiado joven para ser cardiólogo’”, expresó Viens, cuyo divorcio de Litwin finalizó en 2010. “Me pregunté: ‘¿Eso no lleva mucho tiempo?’”.

Cuando se acercaba a los 40, Litwin decidió dejar de jugar al doctor. En 2012, se matriculó en la Escuela de Medicina St. James, en la isla de Bonaire. “Mi amor y mi pasión por la medicina perseveraron y me dije a mí mismo: ¿Sabes qué? Éste es mi sueño”, afirmó.

Se graduó de la escuela de medicina el año pasado, según un funcionario de la institución, y ahora vive en Chicago, donde se mudó para completar sus turnos de tercer y cuarto año, algunos de los cuales estaban en los hospitales del condado de Cook, dijo. Aprobó los cuatro exámenes que los médicos deben tomar para solicitar la licencia.

Sentado en el restaurante, Litwin se pellizca el brazo con la manga de la camisa. Ahora es médico.

“De las personas que se hacen pasar por médicos, ¿cuántos terminan convirtiéndose en uno?”, se preguntó Litwin. “Sólo yo”.

Pero su pasado sigue obstaculizándolo.

La junta médica de Missouri negó su pedido de licencia el año pasado, alegando que no era posible haber pasado tanto tiempo fingiendo ser residente en UCLA sin atender pacientes. “La falta de franqueza total sobre el incidente en el Centro Médico de UCLA se refleja negativamente en su credibilidad y actúa en contra de una rehabilitación suficiente”, dice la carta de rechazo.

Litwin está apelando la decisión.

Lambert, el fiscal retirado, remarcó que los investigadores nunca encontraron evidencia de que Litwin haya atendido pacientes. Así que espera que sea tratado de manera justa mientras intenta convertirse en médico con todas las de la ley.

“Enviamos a alguien a terapia y es castigado. La esperanza es que se rehabiliten, así que espero que él lo haya logrado”, agregó Lambert. “No siento nada malo hacia él en absoluto”.

El otoño pasado, Litwin solicitó el ingreso a programas de residencia en cirugía y medicina familiar. Durante sus entrevistas explicó lo sucedido en UCLA y su posterior transformación.

Pero los documentos que debió incluir en su solicitud están manchados por su pasado. A principios de 1998, antes de su farsa en UCLA, fue atrapado robando en tiendas. Salió de una con un abrigo, explica él.

Cuando su abogado le pidió una carta que mostrara buen comportamiento, Litwin la falsificó. Escribió una nota haciéndose pasar por el jefe de la Junta Nacional de Examinadores Médicos, diciendo que había calificado en el percentil 96 en un examen de la institución, según los registros de la agencia obtenidos por The Times.

Cuando la misiva fue identificada como falsa, la policía la envió a la junta de médicos forenses para que la incluyera en el archivo.

Entonces, 15 años después, cuando Litwin ingresó legítimamente a la escuela de medicina y comenzó a tomar sus exámenes de la junta, en 2014, la agencia marcó sus puntajes.

Litwin fue convocado a una audiencia para explicar su pasado, y la agencia finalmente decidió dejar sus calificaciones en pie. Pero el documento de puntaje del examen oficial señala al pie: “Este individuo participó en un comportamiento irregular”, y agrega un memorando que explica los detalles del incidente de UCLA y la carta falsificada.

En marzo, Litwin no fue aceptado en un programa de residencia. Volverá a intentar ingresar el próximo año y considera cambiar a programas de psiquiatría, en los que los graduados de las escuelas de medicina extranjeras son aceptados con mayor frecuencia, según los datos de residencias a nivel nacional. “He tenido que superar obstáculos que habrían hundido a la gran mayoría de las personas en este mundo”, consideró. “He perseverado y luchado demasiado para ser quién soy hoy, para llegar a donde estoy en este momento. He caminado demasiado lejos para rendirme ahora”.

El Dr. Anupam Jena, profesor de la facultad de medicina de Harvard quien estudia la fuerza laboral médica, consideró que el mayor impedimento de Litwin podría no ser su pasado: tener un delito menor -como conducir bajo la influencia de sustancias- en el registro de un solicitante no es inusual, dijo, sino el hecho de haberse formado en medicina fuera del país.

Este año, menos del 60% de los graduados médicos internacionales ingresaron a las residencias, en comparación con el 94% de los graduados de EE.UU.

“No es que haya cometido un delito violento, sino uno extraño”, añadió Jena. “Ciertamente podría imaginar un programa de residencia para darle una oportunidad”.

Si Litwin se une a un programa de psiquiatría en 2020, tendría al menos 52 años cuando podría empezar a ejercer por su cuenta. Incluso sin residencia, podría asesorar a las compañías farmacéuticas o de seguros de salud. También trabajar en la administración de un hospital, o hacer investigación médica.

Litwin sabe bien sus opciones, pero no le gustan. Lo que realmente anhela, aseguró, es atender pacientes.

Para leer esta nota en inglés, haga clic aquí

Anuncio