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Columna: El beisbol de Tijuana, una aventura salvaje y ganadora para los Toros

San Diego Union-Tribune

El estadio Gasmart es una hermosa gema del beisbol escondido en las faldas de la extendida ciudad que sube hasta el Cerro Colorado. Brota entre el alambre de púas y el puesto de tacos de pescado que está junto a las curvas del terreno.

En el último partido de la temporada regular, contra Monterrey, los aficionados de los Toros de Tijuana se bebieron más de 36 mil botellas de cerveza... en un lugar con menos de 17 mil butacas.

En un juego de Toros, las mascotas a veces salen expulsadas. Los puestos de concesiones venden cigarros sueltos. En la explanada, se desarrolla una versión de ponle la cola al burro, aunque en este caso hay que poner las colas con velcro en los traseros de los jugadores.

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La persona que toca la música rompe-tímpanos sin parar, seguramente tiene adolorida la mano. Los aficionados podrían considerar una demanda colectiva contra el operador de la pantalla del estadio.

Carlos Hernández, antiguo receptor de los Padres y exdirector de Toros, se encogió de hombros.

“Es una fiesta”, dijo.

El beisbol al sur de la frontera es la última pesadilla de un bibliotecario, un asalto incesante a los sentidos. Y en el caso de los Toros, esta temporada es un salto a la clasificación.

El equipo calló bocas para convertirse en el más exitoso en la Liga Mexicana, 7 ½ juegos mejor que todos. Mientras se enfrentaban a los planteles Triple-A durante los entrenamientos de primavera en Arizona, los Toros terminaron 9-2.

Todo eso envuelto en un tono salvaje y ganador.

Corey Brown, un jardinero de Toros quien vive en Imperial Beach, pasó partes de tres temporadas con los Nacionales de Washington y bebió un poco de café con los Medias Rojas. Es candidato al jugador más valioso (MVP) de la liga y entró en el partido inaugural de los playoffs el domingo contra los Rieleros de Aguascalientes en segundo lugar en cuadrangulares (24) y con hits extra-base (51).

“Hablando de beisbol, es la mayor diversión que he tenido”, dijo Brown.

La liga de verano mexicana carece de las riquezas de las Grandes Ligas (MLB), pero puede resultar más lucrativa que muchas de las ligas menores de Estados Unidos. Los jugadores pueden ganar hasta 10 mil dólares por mes.

El domingo de la inauguración de los playoffs, los fantasmas del pasado de la MLB rondaban por encima del estruendo.

Sergio Mitre de Chula Vista, lanzador de Montgomery High y San Diego City College, quien obtuvo un anillo de la Serie Mundial con los Yankees, recientemente levantó una pelota de beisbol después de cinco temporadas. El equipo comenzó el 2017 con 10 ex jugadores de las Grandes Ligas, incluyendo al jugador de cuadro Jorge Cantú, un miembro de los Padres en 2011.

José Valverde, el relevista de los Rieleros, recogió el apodo de Papa Grande mientras lideraba a la MLB en salvamentos con tres equipos. Mike Easler, entrenador de bateo de Toros, registró un ciclo en 1980 mientras jugaba para los Piratas.

El psicólogo de los Toros —un posible subproducto del clamor y la conmoción de la liga— es Freddy Sandoval. La ex estrella de USD aprovechó 18 partidos de la MLB con los Angelinos en un concierto de habilidades mentales con los Royals, ganadores de la Serie Mundial en 2015.

“El beisbol es el beisbol, todavía tienes tres outs, todavía tienes un paseo de cuatro bolas, todo es igual”, dijo Mitre, de 36 años. “Pero en cuanto a la atmósfera, hay más vida aquí abajo”.

Es un espectáculo.

Los Toros ofrecen una hora feliz (o dos) antes de cada juego, vendiendo cervezas por un dólar. Un empleado del equipo bromeó: “Te puedes imaginar cómo es eso”. En Estados Unidos las ventas de alcohol rutinariamente terminan después de la séptima entrada. Si preguntas cuándo acaba la venta en un juego de Toros te encontrarás con una mirada de perplejidad.

Las bandas de los equipos se agrupan en la explanada, dejan esa parte del estadio abierta tan tarde como quieran los aficionados. A veces bailan y beben hasta las 3 de la mañana.

Así es como suenan y se ven los playoffs de beisbol, tan cerca, pero tan alejados de San Diego, mientras la ciudad espera la reconstrucción de los Padres para un buen deleite. El estadio se encuentra a solo 25 millas de Petco Park, pero los contrastes siguen siendo extremada e innegablemente audibles.

Pero en los juegos mexicanos también perdura un poco de incertidumbre.

Un equipo al que visitaron esta temporada se negó a encender las luces del campo más temprano conforme la oscuridad llegaba, porque querían ahorrar dinero en electricidad. Hace unas semanas, la infame mascota de los Toros, el chango 0 TE (cero te), fue expulsado por interferir con una pelota en el juego.

No era la primera vez que se le muestra la salida a la mascota.

“Creo que es hilarante cuando echan fuera a las mascotas”, dijo Sandoval. “Eso no lo ves en Estados Unidos”.

Durante el juego inaugural, el chango 0 TE, convenció a una joven de desnudarse, le clavó los ojos a una madre durante una foto familiar y fingió quitarse Cheetos de un orificio antes de dárselos de comer a las porristas.

Estas son las cosas que se pueden mencionar. Hay otras cosas que no se puede.

Mitre, quien creció en Tijuana, explicó.

“Es solo una cultura diferente”, dijo.

Easler, el ex de las Grandes Ligas, estuvo de acuerdo.

“Los aficionados están 100 por ciento en cada juego”, dijo. “Las mascotas son divertidas como el demonio. Hay tantas cosas pasando. Y es muy ruidoso. Ellos tocan música hasta el momento en que el jugador realiza el lanzamiento. Eso nunca sucedería en Estados Unidos”.

“Si no aguantas el ruido y mucha música, aquí no puedes jugar y hacerlo bien”.

Pasa la cerveza. Sigue al chango.

Miller escribe para el U-T.

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