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Cuando los errores del pasado complican la adopción y comprometen el futuro

Jesse Opela se dobla en una silla de plástico en el ‘cuarto de música’ en la Cárcel Central Juvenil, un reducido espacio sin aire acondicionado con un toca CDs viejo, un órgano y un librero lleno de libros best-sellers. Las lagrimas corren por las fuertes mejillas del joven de 17 años, al tiempo que se disculpa con su agente de libertad condicional.

“La regué en todo”, exclama Jesse. “Tuve muchas oportunidades y no aproveche ninguna”.

No hace mucho tiempo, Jesse todavía tenía esperanza de ser uno de los niños – considerados con suete- que son adoptados. No como la mayoría de los niños que permanecen en el sistema de crianza con libertad condicional.

Para la mayoría de los jóvenes bajo custodia del estado que han violado la ley, las oportunidades de ser adoptado, o simplemente colocado con una familia de crianza es prácticamente de cero.

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Pero las oportunidades de Jesse para ser adoptado parecen, incluso más mínimas

Cuando Jesse tenía 12 años, dijo que rompió una puerta y trató de matar a la mujer que lo había adoptado desde que era un pequeño. En ese momento el ya casi adolescente fue mandado a una institución de jóvenes para un tratamiento psicológico y de conducta. Tiempo después, Jesse fue diagnosticado con un desorden bipolar.

Cuando tenía 13 años, Jesse le dio un puñetazo a un oficial de policía que trataba de detenerlo. El jovencito terminó siendo arrestado con cargos de asalto a un representante del orden. Fue la primera vez que entró a un centro penitenciario juvenil y empezó a ser custodiado bajo el Sistema de Libertad Condicional en el Condado de Los Ángeles.

“Solo dije… ya la chin… No tengo razón para vivir de todas maneras – así que me comportaré como un cretino. Me imagino que este es mi destino, estar en la cárcel toda mi vida”, indicó.

A los 15 años terminó en el Centro Dorothy Kirby, una institución de libertad condicional para jóvenes con problemas mentales. En ese lugar se hizo amigo de Dwain Miller, un clérigo que tiene un hijo adulto adoptado y que en ocasiones ha abierto la puerta de su hogar a otros pequeños que no tienen a dónde ir.

Durante una de sus pláticas con Miller, Jesse le preguntó si el religioso estaría dispuesto a adoptarlo. “Todo puede ser posible”, dijo el clérigo.

Jesse no lo podía creer.

“Me llegó al corazón, pensando que finalmente había encontrado a alguien. Tener alguien en mi vida. Espero que en esta ocasión se haga realidad”, comentó el joven.

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El problema es que la situación de Jesse es uno de los casos que están siendo revisados por los oficiales de libertad condicional en lugar de trabajadores sociales

Estos jóvenes han llegado a este punto y a esta institución de libertad condicional del Condado de Los Angeles porque han sido rechazados o abusados y cometieron un crimen. La mayoría de ellos viven entre la cárcel juvenil y las instituciones de Casas de Grupo hasta que cumplen los 18 años.

A esta edad muy pocos son aceptados en una familia de crianza y mucho menos adoptados en California; a pesar de los esfuerzos de las agencias y los hogares permanentes han realizado.

“Sabemos que la gente joven se rehabilita y cura en las familias. Y no en las instituciones”, dijo Jennifer Rodríguez, directora ejecutivo del Centro de Leyes Juveniles. “Cuando pones a jóvenes en esta situación, es casi imposible esperar que su conducta mejore, más bien empeora”.

Los Angeles Times recibió un permiso inusual para entrevistar a Jesse y seguir su trayectoria de altibajos en el sistema. En siete meses, el jovencito cumplirá 18 años, y seguramente seguirá su vida en una de esas instituciones donde ha pasado gran parte de su adolescencia.

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Hijo de una mujer adicta a las drogas, Jesse fue retirado de sus padres desde que tenía 2 años. Se fue a vivir con una familia de crianza en Lancaster con una mujer que tenía hijos propios ya mayores. Después de que varios procesos adoptivos fallaron, finalmente su madre de crianza lo adoptó.

Pero su nueva familia prefirió dejarlo ir cuando Jesse se acercaba a su adolescencia.

El joven sabe que muchos adultos lo ven como una amenaza, pero dice que él es “solo un niño perdido que necesita ayuda”.

Jesse dijo que su madre adoptada era abusiva y lo privaba de ciertas actividades infantiles básicas como tener una fiesta de cumpleaños o recibir regalos en Navidad.

Sin embargo, su madre adoptiva, Melodina Opela, una mujer de 68 años, chaparrita y originaria de Filipinas, negó que ella le haya pegado alguna vez a Jesse.

La señora dijo que ella trató de darle una vida normal con su familia, fiestas y peleas con bolas de nieve en las montanas, con sus nietos y otros niños de crianza, pero Jesse tenía problemas para controlar sus enojos y vivía con miedo de sus arranques explosivos.

Opela dijo que no puede abrirle sus puertas a su hijo adoptivo ahora –aunque él quiera regresar- porque ella le preocupa su seguridad y la de los otros niños. Sin embargo, se siente mal que no lo pueda cuidar.

“Lo extraño”, dijo. “Todavía lloro por él”.

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Hace una década, el Departamento de Libertad Condicional empezó a buscar casas permanentes para los jóvenes como Jesse. Al inicio parecía imposible que hasta los oficiales bromeaban con la creación de calcomanías de auto que dijeran “Adopte a un criminal”.

Pero con los años, las actitudes empezaron a cambiar, además del pensamiento general sobre la justicia juvenil y poner más énfasis en la rehabilitación de los jóvenes que se han metido en problemas.

“Todavía hay mucho por hacer ante la percepción general de las personas para que vean a los jóvenes en libertad condicional como a los que no han cometido crímenes”, dijo Lisa Campbell-Motton, quien supervisa el Programa de Libertad Condicional y que busca lugares donde puedan vivir los jóvenes. “Estos niños tienen muchas similitudes”, enfatiza.

Hasta el 31 de julio, 808 jóvenes había en el sistema de Libertad Condicional. Unos empezaron como niños de crianza y después cometieron un crimen, (conocidos como “crossover kids); y otros primero fueron arrestados y después mantenidos en el sistema de crianza porque no tenían un hogar seguro a donde regresar – o ni siquiera un hogar. De los 756 que viven en Casas de Grupo, 51 fueron mandados con familiares, amigos de las familias o personas adultas que han sido parte de su vida y solo uno había sido aceptado en el sistema de crianza.

En contraste con los niños que son parte del sistema de crianza normal y que es administrado por el Departamento de Servicios Infantiles y Familiares (DCFS), hay más posibilidades de que estos jóvenes vivan con familiares o en casas de crianza.

Un informe reciente por parte del Departamento de Servicios Sociales de California subraya la necesidad de mudar a los niños de las Casas de Grupo, de las cuales dicen, “no trabajan en el mejor interés de los jóvenes”.

Representantes de una organización que representa a las Casas de Grupo no estuvieron de acuerdo con el informe y dijeron que muchos jóvenes han sido ayudados en estos lugares; además de mencionar que las decisiones de los lugares donde deben de estar los jóvenes deberían ser basadas, dependiendo las circunstancias individuales de cada niño, y no en “creencias generales e idealistas que no siempre representan la realidad o las necesidades y deseos de la juventud en juego”.

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Jesse se sintió más unido a Miller cuando el religioso le dijo que el podría estar interesado en adoptarlo.

Miller recordó, “Parece que floreció algo en él – mejor dicho, hizo erupción, sería un mejor término- desde ese momento”.

Jesse empezó a llamarle a Miller “Papá”. Cuando cumplió 16 años, ellos pasaron un rato juntos bebiendo root beer en las instalaciones de Dorothy Kirby.

Miller pasó todos las investigaciones necesarias para que Jesse lo pudiera visitar y eventualmente se vaya a vivir con él. Jesse también paso el Día de Acción de Gracias con la familia de Miller.

Sin embargo, los arreglos empezaron a tener algunos retos después de que Jesse dejo Dorothy Kirby y se mudo a una Casa de Grupo en Altadena. El joven conoció a una muchacha que hizo su novia en la escuela y su relación con ella le consumió todo el tiempo. De esa forma paso menos momentos con Miller y después el hijo de Miller se regresó a vivir con su padre, tomando el cuarto que estaba destinado para Jesse.

Con la adopción potencialmente en peligro, los agentes de Libertad Condicional ya empezaron a buscar otros lugares para que adopten a Jesse.

Durante una audiencia en la corte en junio, el juez decidió que Jesse se quede en la Casa de Grupo en Altadena. Pero en una semana, Jesse se fue con su novia, dos veces - La policía lo encontró hasta el mes de julio. Jesse dijo que él se había entregado después de que terminó con su novia- y fue mandado a la Cárcel Central Juvenil.

El regreso a la celda puso a Jesse en depresión. Odiaba ver como otros niños recibían cartas y visitas de sus familias, mientras él solo recibía visitas de sus agentes de libertad condicional.

“Duele no tener a nadie. Salgo afuera de la celda y veo a familias visitar a los demás, y lo único que puedo hacer es mirar”, dijo.

Un día Miller regresó a verlo a la parroquia de la cárcel. Su hijo todavía vive en su hogar, pero dijo que todavía quería ser parte de la vida de Jesse como mentor. Jesse le preguntó a los agentes de libertad condicional que si Miller iba a poder seguirlo viendo ahora que regrese a la Casa de Grupo.

El destino de Jesse dependerá de dónde se encuentre cuando cumpla los 18 años. Si para ese tiempo está en una Casa de Grupo podrá estar hasta los 21 años, recibiendo apoyo y un poco de dinero, pero no habrá beneficios si a los 18 se encuentra en una cárcel juvenil.

Jesse insistió que en esta ocasión él está listo para seguir los pasos que lo mantengan fuera de problemas. Dice que quiere ser policía o posiblemente oficial de libertad condicional.

“Toda mi vida ha sido una pérdida de tiempo. No hay nada que pueda hacer al respecto, verdaderamente”, dijo. “Pero sé que en cinco años miraré hacia atrás y diré: Estoy contento, estoy ahora en un lugar mejor”

Oprima el enlace si quiere leer el artículo en inglés.

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