¿Qué entiende Trump de los republicanos?
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WASHINGTON/AGENCIA REFORMA — Por sorprendente que sea el ascenso político de Donald J. Trump, no es sin precedentes.
Trump es el más reciente en una larga línea de demagogos que han aparecido a lo largo de la historia estadounidense para apuntar dedos acusatorios contra personas de raza negra, extranjeros, masones, judíos, socialistas, banqueros centrales y otros.
Lo que es más misterioso son las raíces de su enorme inseguridad: su necesidad compulsiva de pregonar su riqueza, su astucia, su popularidad.
“¿Qué trata de compensar?”, se pregunta el periodista Thomas B. Edsall en una columna en de The New York Times.
Cuando Hollywood quiere que comprendamos a un personaje, nos da un “Rosebud”, un acontecimiento o un objeto como el trineo de madera en la película El Ciudadano Kane (Citizen Kane), que refleja la esencia del personaje. El momento “Rosebud” de Trump, ocurrió un día en 1964, cuando acompañó a su padre a la ceremonia inaugural del Puente Verrazano-Narrows en Nueva York.
Como relató Trump la historia a Howard Blum en The New York Times en 1980: “La lluvia cayó durante horas. Pero yo sólo pensaba en que todos estos políticos que se opusieron al puente eran aplaudidos”.
Él quería que el reportero comprendiera que incluso como un muchacho imberbe, no soportaba la hipocresía de los peces gordos, opina Edsall.
“En un rincón, simplemente parado allí en la lluvia, estaba un hombre, un ingeniero de 85 años que vino de Suecia y diseñó este puente, que le puso todo su corazón, y nadie siquiera mencionó su nombre.
“Me di cuenta en ese instante”, concluyó el magnate de los bienes raíces en ciernes y futuro candidato puntero republicano, “que si dejas que las personas te traten como quieran, te convertirán en un tonto. Me di cuenta en ese instante de algo que nunca olvidaría: no quiero convertirme en el tonto de nadie”.
¿Quién era ese hombre arrumbado en el rincón? Vale la pena preguntar, considera Edsall, porque el momento “Rosebud” de Trump revela más de lo que él quizás sepa, y no sólo sobre sí mismo, sino sobre las personas que están inflando sus porcentajes en los sondeos.
Othmar H. Ammann nació en Suiza, en 1879, y llegó a Estados Unidos en 1904. Propuso, diseñó y supervisó la construcción del Puente George Washington y estuvo estrechamente involucrado con otros alrededor del País, entre ellos el Puente Golden Gate en San Francisco.
Como ingeniero titular de la Autoridad Portuaria de Nueva York y la Autoridad Triborough de Puentes y Túneles, supervisó la construcción del Túnel Lincoln, el Cruce Outerbridge y los Puentes Bronx-Whitestone, Throgs Neck, Triborough, Bayonne y Goethals.
El retrato de la escena hecho por Gay Talese en su relato de la inauguración del puente en la primera plana de The New York Times no es menos evocadora, pero difiere del de Trump en algunos detalles claves.
Primero, está el asunto del clima y el estado de ánimo general del día. Y el maestro de ceremonias, Robert Moses, elogió a Ammann, al calificarlo como “el mejor ingeniero de puentes existente, quizá el mejor de todos los tiempos”.
Así que ahí estaba Ammann, de 85 años, parado cerca del puente colgante, en ese entonces el más largo del mundo, con un gran aire de triunfo.
“Modesto, sencillo, y demasiadas veces pasado por alto” (también palabras de Moses), se sentó después de ese desaire no intencional.
Y allí estaba Donald Trump, en ese entonces de 18 años, tachando como un tonto consumado a este prodigioso creador.
Como escribiría Jerome Tuccille en su libro de 1985 “Trump: the Saga of America’s Most Powerful Real Estate Baron” (Trump: la Saga del Barón Inmobiliario Más Poderoso de Estados Unidos): “Donald debe haber tomado una decisión consciente ese día en 1964 de asegurarse de que su nombre estuviera prominentemente estampado sobre todo lo que construyera”. Y así lo hizo también en muchas otras cosas, desde libros hasta lociones.
“Los grandes vendedores realmente entienden a las personas con quienes están tratando”, ha escrito Trump.
“¿Y cuáles son las personas con quienes está cerrando su trato presidencial?”, cuestiona el columnista.
Los individuos, opina Edsall, que temen que a ellos también los están convirtiendo en tontos.
La iracunda certidumbre de Trump de que los migrantes y otros perdedores están destruyendo a Estados Unidos mientras las élites culturales que los desprecian se quedan paradas y no hacen eco con las personas de raza blanca menos instruidos y con menos ingresos que parecen ser su base, considera Edsall.
“Ya no tenemos victorias”, dijo Trump, en junio, a esos estadounidenses profundamente resentidos.
“¿Cuándo fue la última vez que le ganamos a Japón en algo?, ¿le ganamos a México en la frontera? Se ríen de nosotros, de nuestra estupidez”.
Están, afirmó: “matándonos económicamente”.
Los nacionalistas blancos como David Duke se han sentido motivados al ver a un político tan abiertamente “pro-blanco”.
Los aspirantes a ser el próximo Joe el plomero se inspiran al ver a alguien que habla y aparentemente piensa exactamente como ellos y que sin embargo tiene tanto dinero -les da esperanzas de que el sistema de libre empresa aún les haga realidad sus sueños.
Sospecha Edsall que Trump no le da mucha importancia a su retórica, y que la mayoría de sus seguidores tampoco. Pero ésos son los temas en que hace hincapié para provocar una reacción, y funciona bien.
En las encuestas, el tres veces casado ex propietario de casinos supera por mucho a Mike Huckabee, un ex pastor evangélico, entre los evangélicos; aunque es defensor del programa de seguro médico Medicare y el Seguro Social, su margen entre los miembros del Tea Party contra Ted Cruz, que quiere desmantelar muchos programas sociales, es aún mayor.
A Edsall le empieza a preocupar que su venenoso mensaje lo lleve a la Casa Blanca. Entonces todo el mundo realmente se reirá de nuestra estupidez.
Qué montón de perdedores, dirán. Y tendrán razón, concluye.
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