Opinión: Mi padre fue entrenador de futbol americano por 30 años. Su muerte da un nuevo significado a la temporada
El futbol americano reinaba en nuestra casa, incluso después de que comenzara el Alzheimer.
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Mi hermana envió un mensaje de texto cuando empezaron los partidos: “Echo de menos a papá”.
Es la primera temporada de futbol americano sin nuestro padre, y yo también lo extraño.
Papá, un entrenador de futbol americano universitario y de la NFL durante 30 años solía decirnos: “Lo único con lo que pueden contar los pavos grandes es con el cambio”.
Su comentario solía seguir al anuncio de que se cambiaría de equipo de futbol americano, ignorando cualquier discrepancia de sus ruidosos hijos. Crecimos con los Cyclones, los Wildcats y los Panthers, por nombrar algunos.
Ahora el cambio con el que podemos contar es el de su ausencia.
El año pasado, cuando la memoria y el lenguaje le abandonaban, papá veía el futbol americano desde una silla de ruedas. Gritaba a los jugadores en la pantalla, entrenando todavía: “¡Toma la pelota! ¿Qué estás haciendo?”, – siempre salpicado de palabrotas.
La demencia fue gradual para papá, pero supe que las cosas habían cambiado un lunes por la noche cuando cambié el canal de futbol americano a Turner Movie Classics. Greta Garbo estaba en la pantalla y todo lo que dijo papá fue: “Vaya, ¿la quieres ver?”. En los viejos tiempos, habrían estallado rayos y centellas. El futbol americano reinaba en nuestra casa. “Es nuestro pan de cada día”, nos recordaba mamá cuando mi hermana y yo nos quejábamos.
Las primeras señales de decadencia llegaron en un viaje familiar a Italia en el verano de 2017. Papá creció en Washington, D.C., y pensaba que el río Tíber era el Potomac, y que la Basílica de San Pedro era el Monumento a Washington. Se dormía después de comer un plato de linguini y se despertaba para decir: “En la Sugar Bowl corrimos la defensa en zona contra Georgia y.…”.
Mamá le decía: “¡Estás en Roma, despierta!”.
Al principio, las cosas iban bien. Papá se apuntó a un centro para personas mayores donde jugaban al bingo y bailaban. Una camioneta le recogía, y a papá le agradaba el conductor, Steve.
Una mañana, papá le dijo a mamá: “Tengo que avisarle al defensa dónde es el entrenamiento”.
Mamá se exasperó: “¡No hay jugadores, Joe! No hay jugadores desde 1990”.
Pero Steve tenía una estrategia diferente: “Eh, entrenador, el entrenamiento no es hasta el jueves”.
Cuando papá dijo: “Necesito ponerme en contacto con Jon Gruden. Voy a volver a ser entrenador”, mamá trató de burlarse de él: “¿Pretendes volver a dirigir el campo como en los viejos tiempos? Quizá deberías levantarte primero de esa silla y pasear a los perros”.
Pero papá no paseó a los perros, y Gruden, de los Raiders, no le devolvió las llamadas.
Cuando Johnny Majors murió – Papá entrenó con él en cuatro equipos – el titular lo contactó: “La noticia me rompe el corazón”, dijo papá. Pero al día siguiente insistió: “Llama a Majors por teléfono”.
Mamá comentó: “Tu padre odiaría esta situación”.
Mi hermano Duffy dio un paso adelante. Mamá le lavó la cara a papá, le cepilló el pelo y le dio el desayuno. Duffy le hizo el almuerzo y le leyó: “Cuando el orgullo aún importaba” de Vince Lombardi y “El último entrenador” de Bear Bryant. Mi otro hermano que vive en Chicago hablaba de futbol americano con papá por medio de Zoom. Cuando las cosas se pusieron más difíciles, mi hermana encontró cuidadores para unas horas al día, y luego un hospicio.
La enfermera entrevistó a papá.
“¿En qué año estamos?”.
“Um...”.
“¿Dónde vives?”.
“En Pittsburgh”.
Había entrenado en la Universidad de Pittsburgh en los años 70. Mamá suspiró: “Allí fuimos muy felices. Pitt ganó el Sugar Bowl”.
Una tarde de verano del año pasado, llegué a San Diego (nuestro último equipo eran los Chargers) y lo encontré sonriendo. “¿Cómo estás, papá?”.
“Estoy genial”, respondió, con los ojos brillantes de alegría. “Acabo de hablar con Ralph Hawkins”.
“¿Dónde?” (Ralph Hawkins murió en 2004).
“En el cielo. ¿Dónde más?”.
Hawkins y papá eran amigos de la infancia en Washington y ambos crecieron para ser entrenadores de futbol americano.
“¿Qué quería decirte Ralph?”.
“Le dije lo que hacía y lo que no hacía. Me escuchó. Le pedí que abrazara a mis padres: ‘¿Harías eso por mí, Ralph?’”.
El 8 de enero, papá se escabulló, alrededor del mediodía. No podía creerlo, que pudiera irse así en medio de las llamadas de Zoom, las visitas de las enfermeras y, sí, el futbol americano en la televisión. Al menos no tuvimos que despedirnos por medio de un iPad como tantas familias durante la pandemia.
Unos meses antes, con la televisión encendida, sintonizando el futbol americano, le dije: “Te quiero, papá”.
Él guiñó un ojo y dijo: “No te culpo”.
El sonido de un partido de futbol americano es el ruido característico de mi infancia, y aprendí a quererlo. Quizá este año ponga un partido y me limite a escuchar.
Kerry Madden-Lunsford divide su tiempo entre Los Ángeles y Alabama, donde es profesora de escritura creativa en la Universidad de Alabama en Birmingham. Su último libro es “La vía láctea de Ernestine”.
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