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Emprendedor salvadoreño se levanta de las cenizas con peculiares pupusas en un ambiente ‘Entre Cheros’

William Molina, originario de Sonsonate (El Salvador), comenzó su negocio en mayo de 2020 después de perder su empleo.
William Molina, originario de Sonsonate (El Salvador), comenzó su negocio en mayo de 2020 después de perder su empleo en medio de la pandemia.
(Madeleine Hordinski/Los Angeles Times)

En la calle las personas hacen línea para comprar su platillo favorito, mientras que en el interior del camión de comida solo se escucha el sonido de dos manos palmeando masa, al mismo tiempo que el queso chisporrotea en una plancha ardiente, convirtiéndose en música para el oído de clientes salvadoreños. El olor de las pupusas de queso con loroco activa el olfato y provoca la nostalgia de los oriundos del Pulgarcito de América, en donde casi en cada esquina pululan las ventas de este platillo que deleita a los cuzcatlecos.

Estos elementos son los que definen a “Entre Cheros”, una cadena de camiones de comida que se dedica a compartir la gastronomía salvadoreña a los residentes del Valle de San Fernando. Con el esfuerzo y tesón, William Molina, dueño de estos restaurantes rodantes, ofrece un variado menú que ha innovado para satisfacer la demanda del público sin perder la esencia del platillo único de El Salvador.

Al perder sus empleos, Silvia Navas y Elba Argueta encontraron un trampolín para hacer fluir sus habilidades y crear su propio negocio de postres.

“Sin miedo al fracaso nos hemos aventurado a hacerlo y, gracias a Dios, hemos tenido buenos resultados”, comentó Molina, emprendedor de 33 años, que fue obligado por las circunstancias a dejar su tierra natal, sin saber que su sazón le abriría las puertas del éxito en suelo extranjero, no sin antes sobreponerse poco a poco a diversos golpes que se han convertido en lecciones de vida.

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Un platillo con pupusas y plátanos fritos es parte del menú de este restaurante rodante en el Valle de San Fernando.
(Madeleine Hordinski/Los Angeles Times)

Estos camiones de comida se pueden encontrar en el vecindario Reseda y sus alrededores. En las redes sociales como Instagram, en donde se encuentran como @entrecheros503, este negocio publica fotos de platos típicos que incluye panes con pollo, pastelitos rellenos de carne y también videos de carne asada a la parrilla. En sus cuentas, se puede encontrar la dirección de su ubicación diaria, a donde llegan clientes que no son latinos.

Un día al salir del trabajo, Ana Miller conducía su vehículo sobre la calle Tampa en dirección norte. Al pasar por la calle Hart, se sorprendió al ver una enorme fila de personas. De repente, vio un camión de comida. Confiesa que su curiosidad fue más fuerte, pues estacionó su automóvil y desde entonces es cliente frecuente. Cada vez que puede, pasa a saborear las afamadas pupusas.

“Las pupusas son muy ricas y por eso sigo regresando”, comentó Miller, asegurando que las revueltas tienen el sabor perfecto para ella.

Molina, originario de Sonsonate, estableció este negocio sin proponérselo. En entrevista con Los Angeles Times en Español indicó que debido al COVID le cortaron sus horas de trabajo en una farmacia, en donde era empleado. Ante la adversidad, su mamá le sugirió que vendiera pupusas y carne asada en el patio de su casa, donde la gente pudiera comer con distanciamiento social y disfrutar de un ambiente familiar.

Con la ayuda de la familia, este joven y su equipo lograron establecer su primera venta de comida en la esquina de las calles Tampa y Hart. En principio, lo que atrajo al público fue que los clientes tenían un asiento en primera fila, en donde podían ver como se palmean y hacen las pupusas, al igual que como ocurre en las calles y barrios de El Salvador.

Alida López (derecha) y Cindy Díaz elaboran los platillos salvadoreños en el interior del camión de comida “Entre Cheros”.
Alida López (derecha) y Cindy Díaz elaboran los platillos salvadoreños en el interior del camión de comida “Entre Cheros”, en el vecindario Reseda.
(Madeleine Hordinski/Los Angeles Times)

En el primer fin de semana, en mayo del 2020, vendieron todo su producto. El siguiente fue igual. Luego se les hacía una larga fila para adquirir las sabrosas pupusas. Sin embargo, de repente un vecino les denunció al Departamento de Salubridad, y llegó de sorpresa un oficial a su vivienda. Si bien corrieron con suerte, porque no le dieron ninguna multa, pero fue advertido que debía cerrar el negocio.

Al ver la preocupación de Molina, el oficial le recomendó que comprara un camión de comida y así podría continuar el negocio, en la calle junto a la casa. Esa idea le quedó repiqueteando en su mente. Al conversar del tema con la familia, evaluaron los riesgos y los costos. Al final, su mamá lo animó para que no se diera por vencido.

El negocio iba viento en popa, cuando este comerciante tuvo que dar un viraje a su vida. Es decir, tan solo llevaban tres meses con el primer camión de comida. En ese momento recibió el diagnóstico médico que indicaba que su madre padecía cáncer, afección que se encontraba en una etapa muy avanzada, por lo que su progenitora tuvo que recibir quimioterapia de inmediato.

“Solo Dios sabe por qué pasan las cosas”, reflexionó Molina.

Wilian Arias ha publicado 8 libros y presentado varias obras de teatro en los que plasma algunas de sus experiencias personales

La tormenta no amainaba. En medio de la pandemia, una prima se contagió de COVID-19. A través de ella contrajeron el virus casi todos los miembros de la familia, incluyendo la mamá de Molina. Ante ese escenario, el negocio fue cerrado durante seis semanas, mientras esperaban que los resultados salieran negativos. Al superar esa etapa, prácticamente tuvieron que empezar de la nada.

Al atravesar este vendaval, el comerciante rememora que su hermano le dijo que dejaran todo, pero él no le hizo caso. Y el tiempo le dio la razón. En la actualidad, no solo es uno, sino tres camiones de comida. Uno de ellos se encuentra cada semana en la esquina de las calles Tampa y Victory, en el vecindario Reseda, a pocas cuadras de donde comenzaron.

Molina cuenta que otro de sus restaurantes rodantes se ubica en Northridge. Cada miércoles, van al Farmer’s Market que se coloca en el centro comercial de ese vecindario. En ese lugar, a pesar de no ser los únicos que venden pupusas, Danny Barrera prefiere a “Entre Cheros” y ahora también es del gusto de su novia, Jasmine Herrera.

En la visita para este reportaje, Herrera saboreó una pupusa revuelta mezclada con loroco. Al darle la primera mordida, los ojos se le hicieron grandes. Después de terminarse su platillo, la joven dijo que con seguridad regresará porque se le hicieron deliciosas al paladar, comida que probaba por primera vez.

Eulalia Chávez Huinac, originaria de Quetzaltenango, se coloca con hieleras y termos a vender sus productos en una acera del vecindario Westlake

Desde pequeño, Molina experimentaba en la cocina en su tierra natal, teniendo como cómplice a su abuela y mamá, quienes le enseñaron el arte culinario en su natal Sonsonate, departamento ubicado al occidente de El Salvador. Entretanto, aprendió a sazonar carne en el Club Árabe, organización no lucrativa de la que era miembro su padre. Desde entonces, desarrolló una fascinación por cocinar a la parrilla.

Antes de emigrar a Estados Unidos, su padre le aconsejó que estableciera su propia cafetería y que vendiera pupusas con café. Al principio, no estaba muy convencido. Se puso a pensar que no era común ver a un hombre hacer pupusas, pero su papá le insistió y hasta le ayudó a pagar su primer local, pues conocía del talento de su hijo.

El primer local lo abrió en el 2011. El negocio fue exitoso y en menos de un año abrió otro más. Pero por problemas con la alcaldía, tuvo que cerrar los dos establecimientos y, en el 2012, creó su propio restaurante. Al ser víctima de extorsiones de las pandillas, al poco tiempo tuvo que cerrar también ese negocio y salió huyendo hacia Estados Unidos.

El que no está preparado para este ritmo de vida, se cansa rápido y tira la toalla; pero quien sí tiene la fuerza para salir adelante y progresar, yo pienso que lo puede hacer. Cualquier persona es capaz si nos lo proponemos

— William Molina, propietario del negocio “Entre Cheros”

Ahora, en este restaurante rodante los consumidores que llegan hasta Reseda no solo son salvadoreños o latinos. Aquí se observa a anglosajones, filipinos y afroamericanos, entre otros, que acuden a comprar su platillo favorito. Geovani Sánchez, socio y amigo de la infancia de Molina, confiesa que hay consumidores que piden pupusas de pollo con frijol, algo extraño, pero igual las preparan.

“Nos ha dado más de lo que esperábamos”, dijo Sánchez, quien se sumó a este proyecto desde el principio.

En este negocio, los clientes encuentran también la pupusa loca, una enorme tortilla de nueve pulgadas de largo que va rellena con todos los ingredientes. De igual manera, ofrecen pupusas de queso con ajo y preparan otras con espinaca, las que fueron creadas para darle opción a clientes que no consumen cerdo.

De acuerdo a Sánchez, los ingredientes para todos los platillos se comienzan a preparar a las 7 a.m. El chicharrón lo elaboran ellos mismos. También cocinan los frijoles, un proceso que tarda hasta dos horas. Indica que ponen a hervir el frijol rojo a fuego lento y lo sazonan para que quede exquisito. Esa jornada de trabajo se extiende hasta las 11 p.m.

“Eso es lo que te da más ánimo a seguir”, dijo sobre la satisfacción de atender bien al cliente.

“Uno deja a un lado lo pesado del trabajo que ha tenido durante todo el día”, agregó Sánchez.

José Zelaya, el único diseñador y animador digital salvadoreño de Disney Television Animation, de niño soñaba con “trabajar para Mickey Mouse”.

Estos camiones salen a la calle todos los días de la semana, los cuales comienzan a atender a sus clientes a partir de las 3 p.m. y el horario se extiende hasta las 10:45 p.m. los lunes, mientras que de martes a domingo abren a las 11 a.m. y cierran a las 10:45 p.m.

En este momento, la mamá de Molina sigue con su tratamiento médico y la familia está atenta de ella, esperando recibir noticias llenas de esperanza. No obstante, en todo este proceso la familia ha aprendido a levantarse de las cenizas, experiencia que ahora la utilizan para aconsejar a otros emprendedores a sacar fuerzas de flaqueza y que no se den por vencidos.

“El que no está preparado para este ritmo de vida, se cansa rápido y tira la toalla; pero quien sí tiene la fuerza para salir adelante y progresar, yo pienso que lo puede hacer. Cualquier persona es capaz si nos lo proponemos”, concluyó Molina.

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