Columna: ¿Cubrebocas o no cubrebocas? ¿Avergonzar o no avergonzar? La nueva fase del COVID-19 cambia todo lo que hemos aprendido
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A medida que California pasa de pandemia a endémica, no espere que la ansiedad y la incertidumbre desaparezcan. Sólo pasará a una nueva fase.
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Así que aquí vamos, California salta de la pandemia a la endemia, arrastrando con nosotros una nueva palabra y el pesado equipaje psicológico de que la emergencia sanitaria ha terminado, pero el COVID-19 no.
¿Qué se supone que debo hacer?
¿Llevo cubrebocas al supermercado? ¿Preparo a mis hijos para quitárselos en la escuela? ¿Qué sucede si -Dios no lo quiera- me deshago de la mascarilla facial solo para estornudar en público (aunque hacerlo con ella no fuera divertido)?
El jueves, el doctor Mark Ghaly, jefe de la Agencia de Servicios Humanos y de Salud de California, anunció que el estado se está moviendo hacia un enfoque “SMARTER” para el COVID-19 (ese es el acrónimo en inglés dolorosamente inteligente para vacunas, cubrebocas, conciencia, preparación, pruebas, educación en forma de escuelas abiertas y tratamientos (Rx) para que funcione). Los comentarios del funcionario se produjeron un día después de que el estado suprimiera el mandato de uso de mascarillas en espacios interiores.
¿Traducción? Para robarle a Tom Petty (que sabía que esperar es la parte más difícil), es hora de seguir adelante, es hora de ponerse en marcha.
La noticia no se sintió como un alivio, fue como si la ansiedad flotante de los últimos dos años se hubiera convertido en otra ola de ambigüedad. Si bien las reglas locales pueden permanecer vigentes, el anuncio es una fuerte indicación de que la primavera y el verano exigirán más opciones personales con menos pautas en las que confiar, lo que Ghaly describió como “deslizarse hacia la normalidad”.
O, como me explicó Vaile Wright, vocera y directora de innovación de la Asociación Estadounidense de Psicología, las cosas se pusieron “más complicadas”.
Quiero que se acabe la pandemia, que todos avancemos hacia un futuro en el que le estemos contando a nuestros despistados nietos sobre la gran agitación de 2020. Pero la verdad es que no hay consenso científico sobre si estamos listos para declarar la endemia o no. El gobernador Gavin Newsom evitó usar el término “endémico” en sus comentarios el jueves, aunque claramente de eso se trata su plan. Una verdad todavía más dura es que no existe una respuesta correcta para California o para el país. Ésta es solo una instancia más de la casuística del COVID-19, en donde todos tenemos que decidir por nosotros mismos cómo nos comportaremos.
La oleada de Omicron ha creado una demanda abrumadora de pruebas de coronavirus. Los laboratorios y los fabricantes han tenido dificultades para seguir el ritmo.
Los críticos han reprendido a Newsom por la mala comunicación desde que el virus golpeó por primera vez a los cruceros con destino al Área de la Bahía (yo misma he lanzado ese regaño). Argumentó a favor del control local, frustrando a muchos por lo que parecía una posición insulsa destinada a esquivar decisiones difíciles cuando todos desesperadamente queríamos claridad. Aunque, por supuesto, tomó la decisión audaz de emitir órdenes de quedarse en casa en marzo de 2020, el primer gobernador del país en hacerlo.
Pero el COVID-19 ha demostrado ser tanto regional como político, así como viral, y cada vez es más evidente que nunca habrá soluciones generales.
Hay partes de California que todavía están profundamente en una pandemia: 83.000 residentes han muerto a causa del virus y más de 200 continúan falleciendo todos los días, según mis colegas Luke Money y Rong-Gong Lin II. Existen otras áreas que, a través de restricciones locales, trabajo arduo de equidad y responsabilidad personal, llegaron a un punto en el que se puede argumentar con justicia que el riesgo de morir por el virus o sobrecargar los hospitales es lo suficientemente bajo como para justificar el enfoque endémico.
El estado no se está lavando las manos del COVID-19, para ser francos (pero agradecería que siguiera aseándose las suyas). El plan SMARTER se trata de estar listo para la próxima variante y tratar de aislarla. Incluye vigilancia, como un mayor uso de policías de materias fecales que monitorearán y secuenciarán genéticamente las cepas en las aguas residuales; reservas de suministros, incluidos cubrebocas, pruebas, así como ventiladores; inversiones para el desarrollo de nuevas tecnologías; y un plan para 3.000 miembros del personal médico de emergencia en caso de que ocurra lo peor. También se puede volver al uso de mascarillas faciales fuertemente recomendado, al menos en ciertos lugares, si hay un brote.
Lo que vivir con el plan SMARTER además podría significar es un periodo de divisiones más profundas e incómodas a medida que descubrimos cómo quitarnos los cubrebocas. A pesar de la fealdad de las luchas políticas en torno al COVID-19, el tribalismo resultante ha brindado a muchos algo de consuelo y dirección. Si cree en la ciencia y en ser un ciudadano responsable, hubo satisfacción y unidad al identificarse con otros que se adherían a las mismas reglas y valores.
Para muchos de nosotros, los anticubrebocas y antivacunas han sido la tribu problemática, la que queríamos evitar. Hemos estado repartiendo vergüenza grupal para aquellos que desafiaron el bien mayor, satisfechos con nuestro virtuosismo.
El enfoque endémico acaba con esas tribus. De repente, cada uno de nosotros tiene que decidir cuándo usaremos una mascarilla y cuándo no, por nuestra propia salud y de los demás.
California ha identificado varios casos de BA.2, un sublinaje de la variante Ómicron. ¿Hasta qué punto debemos preocuparnos?
Sin embargo, nada de la necesidad de sopesar nuestras libertades contra nuestros valores disminuye. Las opciones son más solitarias. Los vulnerables siguen siéndolo. Las disparidades raciales aún existen: Las comunidades negras y latinas han soportado una parte injusta de riesgo, así como muerte, y eso no cambiará. Los niños inmunocomprometidos, los demasiado pequeños para ser vacunados, aquellos con condiciones subyacentes tan comunes como la obesidad: Nuestras obligaciones con ellos continúan.
El doctor Sergio Aguilar-Gaxiola, director del Centro para Reducir las Disparidades en la Salud de UC Davis, explicó que, aunque apoya el plan del gobernador, está preocupado por comunidades como los trabajadores agrícolas, donde la tasa de positividad del coronavirus ha subido hasta un 40% en las últimas semanas, incluso cuando caen las estadísticas estatales. Señala que cuando se trata de muertes en personas más jóvenes por el COVID-19, en su mayoría son de color, especialmente latinos.
Lidiar con cómo navegar responsablemente tales realidades es lo que parece ser la próxima ola, advierte Ben Rosenberg, profesor de psicología en la Universidad Dominicana de California en Marin. Enfrentaremos la ansiedad de buscar nuestra comodidad personal y los placeres sacrificados durante mucho tiempo con las ramificaciones sociales y de salud de dejar atrás los cubrebocas.
Rosenberg ha estado estudiando las reacciones a los mensajes pandémicos y presentó su investigación en una conferencia en San Francisco esta semana, en donde los asistentes tuvieron que demostrar que se encontraban triplemente vacunados. Pero los oradores se estaban quitando las mascarillas faciales cuando estaban en el escenario, y él hizo lo mismo.
Se sintió “un poco liberador, supongo”, mencionó con poca certeza. Acaba de regresar de un viaje por carretera con su esposa y su hijo de 3 años, en el que atravesaron Colorado y Utah, donde los cubrebocas eran mucho menos comunes. Sintió una sensación de celos, comentó, “de las personas que tienen la mentalidad ‘no me importa”. Pero como la mayoría de nosotros, él no es así. Así que está en conflicto. Probablemente seguirá utilizándolo para ir al supermercado, por ahora.
Steven Taylor, profesor de psicología clínica en la University of British Columiba, literalmente escribió el libro sobre psicología pandémica antes de que llegara el coronavirus. Advierte que también debemos estar preparados para los que se regodean, aquellos que ven el cambio a planes endémicos como una admisión de que todo lo anterior era innecesario.
“Los anticubrebocas declararán la victoria”, predijo. Argumentarán: “‘Sí, ganamos, mira, te dije que estos cubrebocas no servían para nada’”.
O, bien, tenemos que esperar eso.
El camino a través de la endemia no es del todo negativo. Esa investigación que acaba de presentar Rosenberg se centró en lo que sucede cuando ataca a los anticubrebocas con mensajes “suaves” en lugar de mandatos. Resulta que eso se siente un poco como libertad para ellos, explicó, reduciendo la “superresistencia”.
Tiene la esperanza de que alejarse de las disposiciones podría conducir a un uso de mascarillas más voluntario por parte de sus oponentes acérrimos.
Y para el resto de nosotros, Wright, el psicólogo, ofrece este consejo: “Deje algo de ese juicio en la puerta”, incluso para sí mismos. Lo que está por venir, no tenemos forma de saberlo.
Pero es hora de seguir adelante, hora de ponerse en marcha.
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