LOS ÃNGELES — Un hombre con las piernas dolorosamente hinchadas por una insuficiencia cardÃaca congestiva reposa en una camilla afuera de la sala de emergencias, mirando hacia un cielo plomizo que amenaza con llover.
Una mujer ayuda a su esposo a entrar en una carpa de triaje, luego de que su centro de diálisis se negara a admitirlo ante el resultado positivo de su prueba de coronavirus.
Al llegar al departamento de emergencias del Martin Luther King Jr. (MLK) Community Hospital, las personas reciben tratamiento en tiendas de campaña, pasillos, cubÃculos, antiguas oficinas administrativas y áreas de ambulancias.
Muchas esperan a la intemperie, con tos y dolor de garganta, para hacerse la prueba de detección del coronavirus. Otras llegan por todo tipo de enfermedades crónicas que azotan perpetuamente el sur de Los Ãngeles.
PodrÃa decirse que, hace un año, el MLK era la zona cero de los hospitales asediados por una brutal oleada invernal del COVID-19.
Hoy, se encuentra en un lugar tanto extraño como familiar durante esta oleada de la increÃblemente infecciosa variante Ómicron: abarrotado, a menudo frenético, pero bajo control para una institución acostumbrada a lidiar con la confluencia de problemas sociales y médicos.
El COVID-19 fue particularmente letal aquà el año pasado debido a la mala salud subyacente de la comunidad. Pero el número de pacientes se vio compensado porque quienes no tenÃan coronavirus se mantuvieron alejados, por temor a contagiarse. La crisis principal fue en la unidad de cuidados intensivos.
Esta vez, dicen los funcionarios del hospital, el virus está más extendido, pero no es tan mortal. Eso inundó la sala de emergencias con personas que no están tan enfermas y cuyas condiciones preexistentes fueron exacerbadas por el COVID-19.
La doctora Elaine Batchlor, directora ejecutiva del centro médico, comentó este mes que solo el Antelope Valley Hospital tenÃa una mayor proporción de pacientes por cama en el condado de Los Ãngeles.
Sin embargo, señaló que la realidad cotidiana previa a la pandemia aquà era únicamente distinta en una cuestión de grado: el departamento de emergencias generalmente atiende casi tres veces más la cantidad de pacientes para los que fue diseñado.
Antes del COVID-19, los administradores tenÃan que convertir el área de espera de la sala de emergencias en cubÃculos para tratar a más personas y trasladarlas a tiendas de campaña con calefacción y aire acondicionado en la zona de ambulancias.
Durante la pandemia se donaron otras tres carpas para hospitales, pero es probable que éstas sean necesarias incluso cuando disminuyan los casos de coronavirus.
“Hemos sido un hospital de campo de batalla desde el principioâ€, comentó Gwen Driscoll, portavoz del MLK. “Entonces sabemos cómo manejar el volumenâ€.
Durante este pico, la mayorÃa de los casos de COVID-19 son lo suficientemente leves como para que los pacientes sean examinados, se le receten medicamentos y luego sean dados de alta.
Pero dada la gran cantidad de personas que ingresan, el hospital está lleno y, al igual que otras instalaciones, tiene poco personal, ya que el coronavirus también infecta a los trabajadores de la salud en todo el estado.
El resultado es una especie de torniquete rápido para la mayorÃa de los pacientes con COVID-19, con estadÃas prolongadas principalmente para los no vacunados, que están más gravemente enfermos.
“Estamos notando un porcentaje más bajo de personas que ingresan en el hospitalâ€, remarcó Batchlor. “Hay estadÃas más cortasâ€.
La falta de un seguro de salud adecuado en el sur de Los Ãngeles y la escasez de médicos obliga a los residentes a depender de la sala de emergencias para padecimientos que de otro modo no serÃan tratados, como enfermedades mentales, cardÃacas, renales y pulmonares, derrames cerebrales, asà como diabetes.
El departamento de emergencias fue diseñado para atender a 40.000 pacientes al año cuando inauguró, en 2015. Antes de la pandemia, atendÃa hasta 110.000. “No estarÃamos asà hoy si nuestra comunidad tuviera acceso adecuado a la atención médicaâ€, detalló la doctora Batchlor.
“La razón por la que todas estas personas están en nuestro departamento de emergencias ahora es porque no hay otro lugar adonde ir... SÃ, es por COVID ahora, pero es eso, además de las disparidades fundamentales en el acceso a la saludâ€.
Jordi González, jefe de enfermerÃa de la sala de emergencias, comenzó a las 6:30 a.m. de este mes con 25 pacientes de otros departamentos en camas de urgencias; solo cuatro quedaban disponibles. “Debido a que estamos abordando tantos casos como los que tenemos esta mañana, atendemos hasta en los pasillosâ€, comentó. “Obviamente, no es ideal estar aquÃâ€.
Hay otros factores que conducen al hacinamiento: los pacientes con COVID-19 deben estar aislados para evitar que el virus se propague y llene las muy valiosas habitaciones. Durante este pico, fue difÃcil trasladar a las personas a centros de enfermerÃa especializada y de salud mental, que también tienen poco personal pero no están obligados por ley a recibir a nuevas, como los departamentos de emergencia.
La madrugada es el momento más tranquilo del dÃa. “Nuestro volumen explota entre las 7 y las 11 a.m.â€, comentó González. Por lo general, no se despejan las áreas de espera hasta las 3 o 4 a.m. del dÃa siguiente.
A las 7:30 a.m., la gente comenzó a llegar, muchos con sÃntomas del COVID-19.
Latima Russell, de 37 años, llevó a su hijo Aaron a la carpa de triaje para ver a un médico y que le realizaran la prueba de detección del coronavirus. HabÃa tenido una fuerte tos durante tres dÃas y le dolÃa la espalda.
En el St. Francis Medical Center, el dÃa anterior, esperaron más de siete horas sin lograr ver siquiera a un enfermero. “No le hicieron una prueba ni nada. Me acabo de irâ€, dijo. “Aquà te reciben y te atienden prontoâ€.
Una enfermera hizo una evaluación de clasificación inicial para determinar qué tan graves eran sus casos en cinco minutos. Fueron trasladados a unas sillas al exterior de la sala de emergencias, donde otra asistente salió con un hisopo para hacer el examen a Aaron.
“Bien, amiguito, solo necesito revisar tu nariz durante unos 10 segundos, en una sola fosa nasalâ€, le dijo.
Él movió la cabeza y rompió en llanto antes de que ella pudiera contar hasta dos. Un médico lo revisó. Su nivel de oxÃgeno era normal y otros signos vitales eran buenos. Le entregó a la mamá una receta para que le diera Tylenol de venta libre, a fin de que su plan de Medi-Cal lo pagara, y se marcharon.
Jahnee Desselle, de 32 años, se sentó en la misma área afuera esperando ver a un médico, mientras los pacientes más agudos eran trasladados al interior. TenÃa dolores en el cuerpo, escalofrÃos y dificultad para respirar, que la habÃan mantenido despierta toda la noche.
No está vacunada e insiste en que su religión no lo permite. Acababa de regresar de una reunión familiar cazando caimanes en Louisiana y sospechaba que podÃa haber contraÃdo el virus allÃ.
El doctor Adam Ash se acercó.
“¿Que está pasando?â€, preguntó.
“Me desperté esta mañana con dificultad para respirar. Durante los últimos dÃas, me ha estado doliendo el pecho. Y tenÃa un dolor de oÃdo muy fuerte y también de garganta. He tenido ganas de vomitar y algunos escalofrÃos. Ha sido asà durante la última semanaâ€.
El doctor la trasladó a la carpa de examinación pulmonar, para una mayor observación.
El miércoles, la sala de emergencias tuvo acceso a un edificio del condado adyacente para agregar hasta 18 espacios más de tratamiento.
Batchlor espera que los picos de COVID-19 obliguen a los legisladores estatales a notar el sistema quebrado en las comunidades pobres y de color en California. Ella culpa por el hacinamiento eterno en MLK a Medi-Cal, que no les paga a los proveedores lo suficiente para ofrecer el tratamiento médico preventivo y de salud conductual que la comunidad necesita.
“Si tuvieran eso, serÃan más saludables, no fueran tan vulnerables al COVID, no estarÃan tan enfermos en caso de contraer el coronavirus y no habrÃa el hacinamiento que existe en esta sala de emergencia hoyâ€, enfatizó la doctora.
“Es parte del sistema de salud de distintos niveles que hemos creado en este paÃsâ€, agregó, “en el cual las comunidades como ésta quedan hasta abajoâ€.
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