Su dedo pequeño se estaba poniendo morado y el dolor era insoportable. Glory Paschal sabÃa lo rápido que esto podÃa empeorar. Solo tenÃa que ver alrededor de su vecindario en Watts para darse cuenta sobre la cantidad de residentes a los que les faltaban pies y piernas.
Luchó para que la atendiera un podólogo, pero cuando vio uno, ya era demasiado tarde.
El 10 de febrero de 2011, los médicos del Harbor-UCLA Medical Center no tuvieron otra opción más que amputarle la pierna izquierda por debajo de la rodilla.
Este verano, la abuela negra, que ahora tiene 53 años, regresó al hospital, esta vez con dos infecciones particularmente letales para una persona diabética: el COVID-19 severo la hizo batallar para respirar y la gangrena le estaba carcomiendo el pie restante.
El coronavirus se sumó a una catástrofe de enfermedades crónicas mal tratadas desenfrenadas en el sur de Los Ãngeles: enfermedad cardÃaca, alta presión arterial, cáncer de pulmón, enfermedad renal, asma, artritis, depresión y diabetes.
Todo esto convirtió al sur de Los Ãngeles en un foco de fallecimientos por COVID-19 durante el aumento invernal. Pero mientras esa ola mortal retrocedió, la marea alta de las condiciones subyacentes se mantuvo, y los residentes negros, asà como latinos, se enfrentaron a un número casi inigualable de amputaciones por diabetes.
La pérdida de extremidades representa el dolor duradero de generaciones en el sur de Los Ãngeles: la pobreza arraigada, la escasez de supermercados con alimentos frescos y parques para promover el ejercicio, asà como un sistema de atención médica primaria profundamente deficiente que depende de los bajos pagos del programa Medi-Cal del estado, aunado a un escaso número de médicos competentes.
“La tragedia es que nuestra comunidad carece de casi todos los tipos de atención médica que se pueda imaginar y que la mayorÃa de nosotros damos por sentadoâ€, comentó la Dra. Elaine Batchlor, directora ejecutiva del Hospital Comunitario Martin Luther King Jr.
Ella señaló que, a pesar de los esfuerzos de su hospital de alta tecnologÃa financiado con recursos privados, la gente del sur de Los Ãngeles está recibiendo en gran medida atención preventiva que es “separada y desigualâ€.
Nadie, detalló Batchlor, deberÃa tener que vivir en una comunidad “donde no pueda ir a la farmacia y obtener los medicamentos que le recetó su médicoâ€.
“No vivirÃamos en una comunidad donde no se pueda obtener atención de urgencia. No vivirÃamos en una comunidad en la que no se pudiera conseguir una cita para ver a su médico durante semanas o mesesâ€, puntualizó. “Pero eso es lo que tenemos en esta comunidadâ€.
Cuando Paschal visitó a su médico de atención primaria en Lynwood por su dolor en el dedo del pie, él le indicó que acababa de tener un caso de pie de atleta y la envió a casa con crema.
Cuando regresó varias veces pidiendo una orientación, el médico le respondÃa que “no era más que un problemaâ€.
“EstarÃas mejor si te cortan el pieâ€, recuerda que le dijo.
Finalmente consiguió una cita con un especialista en pies por $50. “Necesita ir a la sala de emergencias ahora mismoâ€, le indicó.
El Dr. Myron Hall ha escuchado la historia de esta misma cascada de fracasos con demasiada frecuencia para contarla. Como podólogo negro en el Hospital MLK, ha dedicado los últimos cinco años a salvar extremidades y vidas.
Entre sus pacientes: Tony Zamora, de 45 años, de Compton, estaba cayendo por el mismo agujero que su papá, quien perdió ambas piernas y murió dos años después. Bill Crawford, de 66 años, ha estado acostado en una cama en Watts durante dos años después de sus dos amputaciones por debajo de la rodilla, luchando contra los cálculos renales mientras espera recibir la terapia fÃsica que necesita para aprender a usar prótesis y caminar nuevamente. Paschal estaba tratando de preservar su pie restante y sobrevivir al COVID-19.
En el Hospital MLK, las amputaciones son los procedimientos quirúrgicos más comunes. Los investigadores de UCLA encontraron que los residentes diabéticos de aquà y en otras partes pobres de la ciudad tenÃan 10 veces más probabilidades que aquellos en áreas más prósperas de tener un dedo del pie, un pie o una pierna amputados.
El alto nivel de azúcar en la sangre asociado con la diabetes daña los órganos y las extremidades al obstruir las arterias. En los pies, esto significa que las heridas menores no tienen el flujo sanguÃneo para combatir los microbios y las pequeñas infecciones pueden volverse letales.
Extraer las partes infectadas suele ser el último recurso: uno o dos dedos en descomposición, luego los metatarsianos, después un pie o una pierna. La disminución de la movilidad puede provocar aislamiento social, depresión y un mayor deterioro de la salud. Los estudios muestran que entre el 52% y el 80% de los pacientes diabéticos que reciben una amputación por debajo de la rodilla mueren antes de cinco años.
La raÃz de la crisis de salud, en lugares como el sur de Los Ãngeles, es un seguro médico inadecuado. Muchos residentes no tienen ninguno o están inscritos en Medi-Cal, el programa estatal de Medicaid, que paga a los doctores aproximadamente la mitad de lo que paga Medicare por el mismo servicio. Muchos médicos no lo aceptan.
Una encuesta realizada por el Hospital MLK el año pasado encontró que su área de servicio de más de 1.3 millones de personas tenÃa solo un tercio de los doctores de tiempo completo requeridos para tratar adecuadamente a esa población, lo que representa una escasez de 1.300 médicos.
“No hay duda de que las disparidades en el cuidado de la salud que vemos en todo Estados Unidos, y ciertamente en lugares como el sur de Los Ãngeles, son los resultados de larga data del racismo sistémicoâ€, señaló Darnell Hunt, decano de ciencias sociales de UCLA y coeditor de “Negra Los Ãngeles: Sueños americanos y realidades racialesâ€.
Las desigualdades son la herencia del impulso de una ciudad, durante 80 años, para segregar geográficamente a las personas de color con su propia marca de Jim Crow, particularmente cuando decenas de miles de personas negras comenzaron a llegar del sur durante la Segunda Guerra Mundial.
Los convenios de vivienda restrictivos y los agentes inmobiliarios racistas impidieron que las familias negras se mudaran del sur de Los Ãngeles. Esta práctica les impidió obtener préstamos para viviendas y negocios. Los residentes negros enfrentaron contrataciones discriminatorias, escuelas de segunda categorÃa y vigilancia militarista que se hizo notoria por sus abusos.
Las polÃticas identificaron al sur de Los Ãngeles como una zona de desigualdad duradera para las oleadas posteriores de inmigrantes, ya sea de Luisiana, México o El Salvador.
Cuando la familia de Bill Crawford llegó a Los Ãngeles desde Nueva Orleans en 1957, se mudaron a Watts. Su padre era un predicador bautista y se convirtió en uno de los pocos agentes negros del Departamento del Sheriff en ese momento. Su madre fue docente en Carver Middle School.
El vecindario era un lugar pacÃfico y amigable de familias sureñas interconectadas y muchos negocios locales. Al otro lado de la calle de su casa en Compton Avenue habÃa una joyerÃa, una tienda de ropa donde su mamá le compraba la ropa de la iglesia y un gran supermercado donde su papá ayudaba a cortar la carne.
Crawford era una estrella del fútbol en Jordan High School, hasta que se rompió la cadera. Eso frustró sus posibilidades de obtener una beca completa para la USC, pero pagó su camino a través de Cal State Fullerton y luego se convirtió en profesor de inglés, también fue entrenador de fútbol, asà como de baloncesto, en Fremont High School.
Además, él y sus amigos comenzaron un juego de baloncesto nocturno en el gimnasio de la Charles H. Drew Middle School que se convirtió en la famosa Drew League, una liga de verano profesional y amateur que atrajo luminarias como Kobe Bryant, LeBron James y Kevin Durant. Crawford fue el locutor de la liga durante 22 años y entrenador durante 27.
Sus viejos amigos lo llaman “Still Bill†porque es sólido, nunca cambia.
“El juego no comienza hasta que entra Billâ€, comentó Dino Smiley, director ejecutivo de la liga. “Él es nuestra leyenda número unoâ€.
Crawford se mudó a Upland para alejarse de “todo el drama, las cosas de las pandillas, la brutalidad policial†en la década de 1980, pero viajaba a su trabajo en Watts y asistÃa a todos los eventos de Drew.
A los 35 años le diagnosticaron diabetes. La enfermedad ya le habÃa dañado la retina y perdió la vista durante un mes. También estaba desarrollando trombosis venosa profunda en las piernas y artritis donde se fracturó la cadera.
Él, su esposa y sus dos hijas pequeñas se mudaron a Watts para poder estar cerca de las oficinas médicas de Kaiser Permanente en Bellflower. Los médicos controlaron su nivel de azúcar en la sangre y lo salvaron después de una embolia pulmonar en 2008. Cuando se jubiló a los 55 años y cambió al seguro de Medi-Cal, comenzó a recibir tratamiento en una clÃnica local.
Para tratar su trombosis venosa profunda, la clÃnica lo envió a un especialista en el centro de Long Beach, quien le indicó que necesitaba una férula para abrir una arteria en su pierna. Pero nunca obtuvo la aprobación para el procedimiento que podrÃa haberle salvado los pies. A medida que su circulación disminuyó, dejó de jugar baloncesto y le resultó más difÃcil caminar.
Una mañana, su esposa notó que le sangraba el pie. Debido a que la diabetes le habÃa provocado una pérdida de sensibilidad en las piernas, Crawford no se habÃa dado cuenta de que tenÃa una herida. Una tachuela se habÃa clavado en la parte inferior de su pantufla durante quién sabe cuánto tiempo.
Durante dos años, se la pasó en consultorios médicos y hospitales.
“Preferimos que no tenga pies a no tener papáâ€
— La hija menor de Crawford
En el campeonato de la Drew League en 2017, con la presencia de Bryant y el actor Jamie Foxx, Smiley hizo un anuncio sobre un regalo para un invitado especial.
“Conociéndolo como yo, probablemente no quiera una silla de ruedasâ€, comentó Smiley. “Pero la conseguimos para él de todos modosâ€.
Crawford sonrió, sintiendo que todo el amor que puso en la liga volvió a él.
Crawford vio por primera vez a Hall el 21 de diciembre de 2017, con una úlcera masiva donde habÃa sufrido el pinchazo. Los dos se llevaron bien. Ambos eran adictos a los deportes y destacados del fútbol de la escuela preparatoria.
Hall tomó unas tijeras y un bisturà para eliminar el tejido infectado y muerto, desbridando la herida, y lo hizo regresar repetidamente durante varios meses.
Pero fue demasiado tarde. Una enfermera le cortó el otro pie y esa herida se infectó. A Crawford le colocaron un catéter con antibióticos durante seis semanas y Hall siguió desbridando. Pero la infección se estaba infiltrando en sus huesos y podrÃa matarlo.
“Preferimos que no tenga pies a no tener papáâ€, comentó su hija menor.
Los médicos le cortaron la pierna derecha a Crawford por debajo de la rodilla en noviembre de 2018 y le quitaron la izquierda tres meses después.
Debido a los retrasos en el tratamiento, Crawford no ha podido obtener la aprobación para la fisioterapia que necesita para caminar con sus piernas protésicas, que han estado en su garaje durante dos años.
Crawford yace en la cama rodeado de fotos de sus cinco hijas, asà como los tÃtulos universitarios y de posgrado de su hija con mayor historial académico: de UC Berkeley, USC, UCLA.
Sus hijas son su mayor motivación para continuar luchando.
“Ponerme en marcha, eso es todo lo que quieroâ€, señala.
Hall nunca esperó tener que lidiar con asuntos de vida o muerte cuando decidió dedicarse a la podologÃa. Pensó que estarÃa principalmente haciendo medicina deportiva.
Después de una carrera temprana como oficial naval, trabajó en las instalaciones de Kaiser Permanente en Fontana antes de abrir una práctica privada en Beverly Hills, con privilegios de personal en Cedars-Sinai Medical Center, donde realiza complejas cirugÃas de reconstrucción de pie y tobillo. Pero le prometió a su madre, Gloria, que no solo tratarÃa a los ricos. ConocÃa la pobreza de primera mano. Él y su madre vivieron durante un tiempo en la parte trasera de un restaurante y bar que Gloria tenÃa en Tennessee cuando no pudo pagar la hipoteca de su casa. TodavÃa puede oler la especialidad: merlán frito.
Cuando Hall era corredor en la escuela preparatoria y ella era la acompañante de las porristas, Gloria corrÃa por la lÃnea lateral con él.
“¡No mires atrás!â€, gritaba ella. “¿Por qué miras atrás? No pueden atraparteâ€.
Ella murió hace seis años por insuficiencia respiratoria, pero su voz resuena en su oÃdo todos los dÃas. Comenzó a hacer visitas domiciliarias en el sur de Los Ãngeles y Compton, luego abrió una segunda práctica en el Hospital Martin Luther King Jr. en 2016. A menudo hace rondas en el Hospital MLK a las 4 A.M., conduce a Beverly Hills cuando el tráfico de la mañana se detiene y regresa al Hospital MLK para hacer una cirugÃa por la noche.
Tony Zamora visitó a Hall por primera vez en una clÃnica del MLK en Compton en 2019 con una ampolla en el costado del pie. El doctor lo desbridó y lo trató con antibióticos. Pero el plan de cobertura de Zamora no proporcionó enfermeras diarias para cuidar la herida y la infección empeoró. Su dedo gordo se estaba poniendo negro. En la siguiente visita de Zamora a la clÃnica, Hall pudo oler la descomposición tan pronto como abrió la puerta de la sala de examen.
Amputó el dedo del pie y limpió todo el resto de tejido infectado que pudo ver. En lugar de cortar todo el pie para asegurarse de que la infección no se propagara, Hall revisó y desbridó la herida. Intentó controlar la infección con antibióticos.
Zamora sabÃa lo rápido que se acumulaban estas pérdidas. TodavÃa lloraba a su padre, Rafael, quien murió dos años después de perder su segundo pie a los 61 años.
La muerte de su padre hizo que Zamora cayera en picada, algo que finalmente lo llevó a un divorcio y varios años de consumo de alcohol, metanfetamina y falta de vivienda. “Era la persona más importante de mi vidaâ€, señaló.
Durante ese tiempo, la propia diabetes de Zamora no se trató y provocó una enfermedad de las arterias periféricas y pérdida de la sensibilidad en los pies. Pero cuando llegó a Hall, habÃa reorganizado ligeramente su vida, trabajaba como conductor de montacargas y estaba viviendo en una tienda de campaña en la parte trasera de la casa de su madre.
Después de que Hall le quitó el dedo gordo del pie, Zamora necesitaba estar alerta: usar zapatos para diabéticos, revisarse los pies todos los dÃas, mantener bajos el azúcar y la presión arterial.
Pero estaba distraÃdo, devastado por su dedo del pie, extrañando a su esposa y dos hijos que vivÃan cerca de San Bernardino.
Para sacarlo de su angustia, su madre lo llevó a un viaje en abril a su ciudad natal en México. Comenzó a beber con sus primos y caminó por todo el pueblo con zapatos normales. Llegó a casa con una herida abierta que cubrÃa la mayor parte del metatarso del pie.
Cuando su seguro le indicó que tendrÃa que someterse a la cirugÃa en un hospital diferente al MLK, Hall intervino y consiguió que se le aprobara para que se realizara como un procedimiento ambulatorio. Zamora llegó a las 6 a.m., le cortaron el tejido dañado y se fue a casa al mediodÃa.
Una noche, Zamora se cayó yendo al baño y se golpeó la herida. Siguieron más cirugÃas y perdió un segundo dedo del pie. Cuando llegó a la sala de emergencias el 2 de junio con un dolor intenso, su condición era tan grave que Hall ordenó que no lo trasladaran a otro hospital.
Esa noche en el quirófano, el médico oró y se lavó para la cirugÃa.
“Tiene burbujas de aire debajo de la piel y esa es una de las emergencias obligatorias que tenemosâ€, informó Hall al Times. “Si tiene gases, tiene gangrena gaseosa y posiblemente fascitis necrotizante, que es la bacteria carnÃvora que pone en peligro la vidaâ€.
Hall amputó los dedos restantes y todos los metatarsianos: la mitad delantera del pie.
Si no pierde más, Zamora podrÃa usar un relleno de zapatos y caminar con esa pierna.
Pero batalló con su dieta. Este mes, el nivel de azúcar en sangre de Zamora estaba peligrosamente alto y su pierna se encontraba inflamada por una nueva infección. Estaba de regreso en el Hospital MLK con un catéter con antibióticos para salvar su vida.
Después de que le amputaran la pierna a Glory Paschal en 2011, cambió de médico de atención primaria, pero luchó por obtener un tratamiento adecuado a través de él y su red. En cambio, confió en la sala de emergencias. La sala de emergencias del hospital MLK fue diseñada para tratar a 40.000 personas por año; brindan atención a 100.000. Aproximadamente el 40% de sus pacientes buscan atención primaria.
Paschal fue allà en septiembre de 2020, sintiéndose enferma y exhausta. Un cirujano vascular, David Tobey, le informó que sus riñones estaban fallando y la conectó con diálisis peritoneal. En febrero, el cirujano le hizo una angioplastia para restaurar el flujo sanguÃneo en su pierna derecha e hizo que Hall le examinara los pies.
Paschal, quien llegó a California desde Magnolia, Ark. cuando tenÃa 4 años, mostró un valor que le recordó a Hall la determinación de su madre. Cuando dejó a un lado la actitud cascarrabias que necesitaba para luchar por su atención médica, se mostró cálida y muy divertida.
Su madre la crio a ella y a sus dos hermanos en el complejo de viviendas públicas Nickerson Gardens en Watts. En verano iban a la playa. En las noches cálidas, su mamá y su tÃa se sentaban en el porche a hablar y los niños se quedaban dormidos en el pasto.
Pero su madre murió de una enfermedad cardÃaca cuando ella tenÃa 9 años. Paschal y sus hermanos fueron enviados a vivir con diferentes tÃos. Fue a la preparatoria en el Valle Central y regresó a Watts durante su último año, en 1986, sin obtener su diploma. La columna vertebral económica de la zona habÃa sido destruida por el cierre de las fábricas de automóviles, las plantas de neumáticos y las plantas de acero que habÃan proporcionado un sólido trabajo obrero desde la Segunda Guerra Mundial.
Paschal encontró un trabajo lavando ropa en el centro de detención juvenil de Los Padrinos en Downey.
Cuando tuvo a su hijo Nelson, calificó para recibir ayuda federal. Ella crio al niño y a su hermana menor, Keynna, para que fueran respetuosos con los adultos y responder “sà señora, no señorâ€. Fueron diligentes en la escuela y se mantuvieron alejados de las pandillas. Nada le gustaba más que escapar mirando viejos westerns de televisión como “Bonanzaâ€, “The Big Valley†y “The Riflemanâ€, donde la diferencia entre lo bueno y lo malo era clara.
La mayorÃa de las veces no tenÃa automóvil y a menudo comÃa en Hawkins House of Burgers frente a su apartamento porque era barato y de fácil acceso, además el supermercado más cercano vendÃa carne vieja, asà como productos rancios. A los 32 años, le diagnosticaron diabetes e hipertensión y comenzó su largo viaje a través del sistema Medi-Cal.
El 21 de mayo, tenÃa grandes ampollas en el pie y Hall tuvo que quitarle los dos dedos pequeños. No le quedaba suficiente piel para cerrar la herida, por lo que la dejó abierta para que el tejido se regenerara.
Todos los miércoles después de eso, Nelson, ahora de 27 años, llevaba a su madre a la clÃnica de atención de heridas y la subÃa en silla de ruedas al segundo piso, arrastrando a las dos niñas pequeñas de su hermana. Trabajó dos turnos de 24 horas a la semana como técnico médico de emergencia y se hizo cargo de sus sobrinas los otros dÃas.
“Él es el tÃo, pero es el tÃo papáâ€, explica Paschal.
La herida mejoró, pero el 10 de julio Paschal llegó a la sala de emergencias por sangrado urogenital y dio positivo por COVID-19. Sus sÃntomas fueron leves al principio, pero su condición empeoró rápidamente. En una semana, estaba recibiendo oxÃgeno nasal de alto flujo en la configuración máxima.
Respondió que no a la posibilidad de que le pusieran un respirador, segura de que morirÃa con él.
Luchó por respirar durante semanas y cayó en un delirio, reviviendo un recuerdo aterrador cuando fue arrojada a una piscina cuando era niña, sin poder nadar.
Su herida se deterioró debido a que los medicamentos antiinflamatorios para el COVID-19 comprometieron su respuesta inmunológica y su tejido estaba recibiendo menos oxÃgeno. En agosto, se estaba recuperando del virus, pero la infección del pie estaba en el hueso, por donde podÃa ingresar al torrente sanguÃneo. Hall tuvo que quitarle el resto de los dedos para salvar su pie y su vida.
Después de 54 dÃas en el hospital, soportó la pérdida estoicamente, sabiendo que Hall hizo todo lo que pudo.
En su apartamento, sus nietas le levantan el ánimo.
“Abuelita, es hora de hacer ejercicioâ€, gritan, volviendo a casa desde el jardÃn de niños.
La ayudan mientras levanta los brazos y las piernas.
ConfÃa en que podrá volver a caminar.
Pero siempre estará resentida por la falta de atención de sus médicos iniciales.
“Fue igual que haber sido atendida por el Dr. Seussâ€.
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