Miguel Domínguez y su hijo, Jesse, llenaron unas bandejas con masa en forma de cerdo y bolillos que imitaban balones de fútbol, y luego los metieron en el horno.
Cuando las ventas iban bien, ellos seguían adelante hasta que sus pilas y pilas de bandejas estaban llenas de panes mexicanos. Pero esa mañana reciente, no esperaban vender mucho. El sonido de la campana que anuncia la llegada de un cliente se escuchó solo un puñado de veces en una hora.
Domínguez pensaba que a estas alturas, con la disminución local de la pandemia de COVID-19, más gente entraría a Marisol Bakery, ubicada sobre Whittier Boulevard, en el este de Los Ángeles.
Cuando fue vacunado, a principios de marzo, imaginó que otros sentirían el mismo alivio y deseo de volver a la normalidad. Pero aún sigue viendo una calle tranquila.
Los restaurantes cercanos de tamales y hamburguesas ya no están. En la franja que alguna vez fue un enclave latino de compras hay más escaparates cerrados por puertas de hierro que espacios abiertos que inviten a los clientes.
Y Domínguez se encuentra a un suspiro de cerrar.
“Pensé que la gente querría salir y gastar su dinero”, expresó el hombre, de 56 años. “Pero no; nada ha cambiado. Es una situación triste”.
La economía de California está reabriendo rápidamente un año después de comenzada la pandemia, gracias a las enormes caídas en los casos de COVID-19 y la creciente vacunación.
Pero este renacimiento se desarrolla con más cautela en lugares como el este de Los Ángeles, un epicentro de la crisis del coronavirus. Al igual que otras comunidades de inmigrantes superpobladas y llenas de trabajadores esenciales, la zona fue devastada por el COVID-19 de una forma que las áreas más ricas de Los Ángeles apenas pueden imaginar.
Si bien algunos distritos de playa están experimentando aumentos repentinos en los negocios, la recuperación en lugares como Whittier Boulevard es más lenta. Aquí, la gente está conmocionada por la enfermedad, las muertes y la pérdida del empleo.
Algunos sienten miedo de aventurarse. Otros todavía están desempleados y tienen poco dinero para gastar. Muchos cambiaron sus hábitos de compra durante la pandemia y optaron por comprar en un solo lugar, en grandes tiendas, acelerando una tendencia que ya había condenado a numerosos pequeños negocios familiares del bulevar.
Incluso cuando California prevé reabrir por completo las actividades en junio próximo, los dueños de negocios como Domínguez temen que sus clientes no regresen. La pandemia puede convertirse en el clavo en el ataúd de ese bulevar histórico, que fue epicentro del movimiento por los derechos de los chicanos, un lugar para ver una película y comprar zapatos, muebles o un vestido de primera comunión.
La ansiedad a lo largo de Whittier Boulevard en este momento de optimismo es otro ejemplo de las profundas desigualdades provocadas por la pandemia.
Un análisis de datos de The Times mostró que mientras el este y el sur de Los Ángeles, así como otras áreas más pobres, fueron golpeadas por el brote invernal, las zonas más ricas, incluso las más densas como West Hollywood y Marina del Rey, sintieron un impacto mucho menor. La tasa promedio de muerte por COVID-19 entre los latinos en el condado de Los Ángeles alcanzó su punto máximo a mediados de enero, a una cifra diaria de 48 decesos por cada 100,000 residentes latinos, tres veces peor que el índice de los residentes blancos.
Esto hizo que la reapertura fuera una propuesta difícil, no solo por regresar a los antes bulliciosos distritos comerciales, sino también respecto de enviar inmediatamente a los niños a clases presenciales.
Algunos comerciantes de Whittier Boulevard resistieron la pandemia confiando en una clientela leal que aún visita sus tiendas o hace citas en línea. Otros, como Domínguez, necesitan del tráfico peatonal para sobrevivir.
Domínguez solía entregar pan de puerta en puerta en los vecindarios latinos de Watts y el este de L.A. junto con su esposa e hijo. También vendía pan en ferias para largas filas con decenas de personas, que representaban para él hasta el 40% de las ventas totales, y estaba pensando en contratar algunos empleados. Pero la pandemia impuso restricciones a las ventas de alimentos en ferias de intercambio.
La esposa de Domínguez, quien había estado enferma con una rara condición que causa la acumulación de proteínas en órganos vitales, murió el verano pasado. Él debió entonces tomarse un descanso de la panadería, ubicada en una sección de Whittier Boulevard al oeste de Garfield Avenue, y tiene dificultades para administrar el negocio sin ella. También le preocupa que los hábitos de compra durante la pandemia se vuelvan permanentes. “La gente que solía comprarme me decía que allí [en las tiendas grandes] es más barato, así que dejaron de venir”, comentó. “No podemos luchar contra esos monstruos”.
María López, de 57 años y residente del este de Los Ángeles, esperaba en el exterior de Marisol Bakery a que alguien adentro terminara de ordenar. Ella es una cliente fiel desde hace 12 años, y dos veces por semana pasa por la tienda para comprar bolillos y pan dulce mexicano.
Pero ahora no pasa tan a menudo como al comienzo de la pandemia, cuando compraba panes para que sus familiares que no tuvieran que salir de sus casas. Ahora que sus agendas comienzan a llenarse de nuevo ya no compra tanto, dijo, y es posible que sus parientes terminen yendo a otro lugar que no sea Marisol. “La gente todavía no tiene confianza para salir, pero creo que pronto la tendrán y las cosas mejorarán”, señaló.
A unas cuadras de distancia, Cecilia Rodríguez, propietaria de Cecy’s Eyebrow Threading & Salon, notó que Whittier Boulevard se estaba volviendo silencioso incluso antes de la pandemia. Pero a su negocio le ha ido bien porque depende de las citas. Durante los siete meses en que estuvo cerrado, atendió a clientas en casa.
Desde que regresó a Whittier Boulevard tiene reservas durante todo el día. Una vez que la economía se reinicie por completo, es probable que se ciña solo a las citas y ya no pueda recibir a personas sin turno previo; algunos residentes locales todavía tienen miedo de salir de casa, y ella también se siente más segura trabajando con gente a quien ya conoce, agregó.
Rodríguez esperaba un repunte en la actividad después de la distribución de los últimos cheques de estímulo, pero eso no sucedió. Quizá la gente gastó el dinero en necesidades básicas, piensa. “Las personas no tienen dinero para más que eso”, afirmó Rodríguez, de 42 años y residente de Montebello.
Justo al lado, Isabel Téllez y su hijo abrieron la cortina metálica de Abuelitas Sewing Machine & Repair y sacaron algunos rollos de tela para exhibirlos afuera.
De vuelta en la tienda, se sentaron detrás del mostrador a esperar. Con suerte verían pasar a dos o tres peatones en una hora, comentó Téllez, de 49 años, quien vive en el este de Los Ángeles. Algunos días, concretan ventas; otros, no entra nadie.
La tienda abrió en Whittier Boulevard hace unos meses. Su familia debió cerrar una ubicación mucho más grande, en Commerce, después de que todos se enfermaran de COVID-19 y no pudieran pagar la renta. Téllez ha reemplazado a su madre, la propietaria, que todavía no se siente lo suficientemente bien como para volver a trabajar a tiempo completo, un año después de contraer el virus.
Ella misma no se siente bien al 100%. Tiene una tos persistente, pero la peor parte es la ansiedad, que aparece cuando ingresa en espacios que están incluso apenas colmados, como la tienda de abarrotes.
Téllez siente una mezcla de entusiasmo y miedo al ver más clientes. Si bien necesita las ventas, se pone nerviosa cuando hay tres o más personas en la tienda, y ahuyenta a su hijo, que sufre de asma, a la parte trasera de su negocio.
Muchos de sus clientes y vecinos son adultos mayores, están en el país sin la documentación adecuada y no tienen acceso a la ayuda del gobierno, agregó. “Los hispanos son personas muy trabajadoras. No nos gusta pedir limosna”, enfatizó. “Pero necesitamos la ayuda”.
En Whittier Boulevard, cerca de Atlantic Boulevard, Olvera Music comienza a ver algunos signos de cambio. Su propietario, José Antonio Olvera, perdió hasta el 30% de sus ventas el año pasado. Muchos clientes habituales eran músicos profesionales que habían dejado de actuar, por lo cual no compraron tantos instrumentos y otros equipos.
Sin embargo, el aburrimiento pandémico, que llevó a muchos a adquirir nuevos pasatiempos, ayudó un poco.
Olvera vendió guitarras baratas para aprendices y reparó instrumentos viejos, quizá regalados a otras personas por miembros de la familia. Los músicos que practicaban en casa aún necesitaban reemplazar cuerdas de guitarra y boquillas de instrumentos de viento. “Las guitarras, esas básicas de $100, nos mantienen a flote”, reconoció.
A diferencia de otros dueños de negocios, Olvera notó más clientes cuando la gente recibió sus cheques de estímulo. En febrero, regresaron algunos músicos profesionales, probablemente en preparación para los próximos conciertos.
Si bien los compradores pueden haber acudido a las cadenas en busca de comestibles durante la pandemia, una pequeña tienda de música ofrecía filas más cortas y una atención más veloz que un gran minorista como Guitar Center, reconoció Olvera. “Toman lo que necesitan en cinco o diez minutos”, dijo. “En cierto modo, ha ayudado el que sea una tienda pequeña”.
A pesar de que su negocio está mejorando, a Olvera la preocupa el impacto a largo plazo de la pandemia en la comunidad latina. Algunos de sus clientes son inmigrantes indocumentados, que hacen música como un trabajo secundario para llegar a fin de mes. Muchas personas siguen desempleadas, o han vuelto a trabajar pero deben afrontar un año de facturas adeudadas. “Si la economía no mejora, las reaperturas no marcarán la diferencia”, advirtió.
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