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Latinos rompen el confinamiento viajando a sus países de origen a pasar la Navidad y el fin de año

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En una mañana fría, Amarily Ortiz sentía que en su interior bullían los nervios y la alegría sin control. En el camino hacia la casa de su madre, el corazón le retumbaba como un tambor. Era una visita sorpresa que había preparado con su hija, con el fin de reencontrarse con la octogenaria mujer que le dio la vida, separadas una de la otra a 2.810 millas de distancia.

“Yo pensé que no iba a volver a pasar”, relató la residente en Santa Mónica (California) en entrevista con Los Angeles Times.

Su madre, Alicia Herrera, estaba cumpliendo 89 años y Ortiz había llegado a Guatemala todavía con las frescas memorias de su estancia en la sala de un hospital, en donde recibió tratamiento después de ser diagnosticada con coronavirus.

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La furiosa propagación de la pandemia de COVID-19, ha obligado a muchos latinos a posponer viajes a sus naciones de origen, sacrificar cumpleaños y omitir fiestas; perderse bodas, funerales y nacimientos, para poner llave a las puertas de sus emociones conectándolas a México o Centro América.

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Para su visita sorpresa, Ortiz había cubierto su rostro con unos globos, en sus manos llevaba un ramo de flores y las personas que la acompañaban portaban un altoparlante. Al abrirse la puerta de la casa, en donde vive una hermana y su madre, cantaron “Las Mañanitas”.

“Cuando me vio se echó a llorar”, contó la guatemalteca con un nudo en su garganta.

“No la soltaba, ni ella a mí”, agregó sobre ese abrazo intenso en el que se fundió con su madre.

En ese momento, Ortiz fue capaz de borrar de su mente el calvario que sufrió en un centro médico en Culver City, después de que le diagnosticaran su contagio con COVID-19.

“Aquí se me olvida todo y más estando con toda la familia”, indicó la mujer, de 57 años, que está preparándose para disfrutar la Navidad en su tierra.

En años regulares, los días festivos de invierno establecen una temporada alta en la industria de viajes. Los latinos aprovechan de visitar su tierra para disfrutar la Navidad y el fin de año con sus familias, pero debido al coronavirus y las medidas implementadas en algunas naciones, el índice de viajeros es inferior en comparación a otros años.

A causa de la pandemia, la mayoría de los aeropuertos en América Latina fueron cerrados. Después de seis meses, se permitieron los vuelos hacia Honduras, Guatemala y El Salvador. A finales de septiembre, comenzaron a viajar pasajeros desde Los Ángeles hacia esa región, en donde los gobiernos exigen la prueba PCR negativa, para asegurarse que los visitantes no son portadores del virus.

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Debido al incremento de casos de COVID-19, previo al Día de Acción de Gracias se ha obligado a los viajeros que cuando regresen a California guarden cuarentena voluntaria por 14 días, también se les pide que llenen un formulario en línea sobre información general del viaje.

“Han disminuido las ventas de boletos, por eso los precios están bien bajitos ahorita”, aseguró Esther Alvarado, propietaria de Sky Tours & Travel Inc, detallando que es algo que está resintiendo toda la industria. “Estamos en una temporada que la gente sí estaba comprando, pero estas nuevas medidas han provocado que la gente no viaje”, añadió la empresaria salvadoreña.

En los últimos 12 años, Yanett Navarro se ha ganado la vida en la venta de boletos aéreos en la agencia Yanett Travel, con sede en Paramount. En las semanas recientes, al observar cómo su negocio experimentaba una reducción de ventas nunca antes vista, se vio obligada a enfocarse a la venta de autos y a la importación de artesanías desde México, sin dejar por completo el servicio de boletos aéreos.

“Hace un mes no vendía casi nada”, dijo la agente de viajes sobre lo ocurrido en noviembre.

En este momento, Navarro considera que los vuelos hacia México son los que más se venden, un país que ha mantenido abiertos sus aeropuertos durante la pandemia. A su criterio, ella ha sufrido un 70% en la reducción de boletos vendidos para visitar esa vecina nación. En cambio, para destinos como Europa y Hawái, la disminución ha sido del 80%.

“Tal vez los aviones van un poco llenos, pero es porque se redujeron los vuelos”, aseguró Navarro, oriunda de Guadalajara, Jalisco.

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U.S. Travel Association, una entidad con 1.100 socios miembros que genera 15.8 millones de empleos en la industria de viajes, reporta que en la semana que finalizó el 28 de noviembre, el gasto en viajes ascendió a $13 mil millones, es decir que eso representó una mejora con respecto a los casi $12 mil millones en gastos de las dos semanas anteriores.

Pese a ese incremento, al compararlo con los gastos en 2019, se observa que la industria sufrió una caída del 39%, eso significó una pérdida de $8 mil 400 millones.

“Los que van a viajar piensan que se va a cerrar todo”, analizó Alvarado, agente de viajes que lleva 20 años en esta industria, quien se ha dado a la tarea de orientar a sus clientes y explicarles que el mundo enfrenta un tiempo de cambios al que la sociedad se debe adaptar.

“El aeropuerto de Los Ángeles nunca lo cerraron… No se alarmen, hay que informarse”, subrayó la experta.

En principio, la advertencia de las autoridades locales y estatales ha funcionado.

En la misma sintonía, el gobierno de México lanzó, a principios de diciembre, un llamado para que los extranjeros y sus connacionales no visiten esa nación, una iniciativa que busca la reducción de contagios de coronavirus.

“Si no tiene una emergencia, no es por cuestión de trabajo, si no es por estudio, no tienen porqué moverse del lugar en el que se encuentran”, reiteró Marcela Celorio, cónsul general de México en Los Ángeles, en un mensaje dirigido a sus compatriotas para que cuiden a los suyos que están aquí y allá. “También de allá puede venir el contagio. No sabemos dónde puede originarse”, añadió.

En 2019, según un reporte de la Secretaría de Turismo de México, llegaron 45 millones de turistas internacionales que les dejaron $24 mil 563 millones en concepto de divisas. Eso significa que hubo un incremento de 3.7 millones (9%) de visitantes, en comparación a los 41.3 millones de turistas que recibieron en 2018.

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En ese reporte se destaca que 58.3% de los turistas que llegaron por vía aérea residían en Estados Unidos; esos visitantes, en su mayoría, son inmigrantes mexicanos que van de vacaciones y aprovechan de visitar a la familia.

Cada año, desde 2004, Eva Novoa visita el municipio de Los Reyes, en el estado mexicano de Michoacán, para reunirse con sus hermanos y muchos parientes de su esposo, con quienes celebran la Navidad y el fin de año.

“Ahorita ya se planeó, nuestra familia va a hacer lo típico mexicano que es tamales y pozole”, contó la residente en Paramount poco antes de salir hacia su tierra natal. “Hay otros años que hemos hecho birria y carnitas, cuando va muchísima gente invitada; pero ahorita solo es con la familia más cercana”.

Novoa, de 47 años, había coordinado festejar, el 26 de diciembre, los 15 años de su hija Saraí. Al ver que la alerta por el COVID-19 seguía vigente, cancelaron el evento a principios de noviembre. Los invitados que irían desde Estados Unidos suspendieron el viaje, pero esta familia se preparaba a encontrarse con los suyos en el estado donde nació el caudillo José María Morelos y Pavón.

“Todos estábamos pensando que a final de año la cosa no iba a estar tan difícil”, indicó.

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La quinceañera estaba planeada desde febrero. En julio, Novoa viajó a verificar los preparativos del salón, el vestido y el ensayo de los jóvenes que acompañarían a su hija. El evento lo movieron para el próximo año, pero la reunión familiar sigue en pie como de costumbre. Mientras su esposo se desplazaba por tierra, Novoa saldrá en avión con su hija y dos sobrinas.

“El plan es estar en casa como cada año, pero no tener tanta visita”, aseguró sobre la reunión programada para el 24 de diciembre.

A juicio de Novoa, en la región donde vive su familia la población no ha hecho mucha conciencia sobre la pandemia. Sin embargo, ella va a colocar un tapete con cloro y agua en la entrada de la casa, y una toalla para secar los zapatos. También ofrecerá alcohol gel a los invitados y será requisito que todos usen mascarilla.

“Me están juzgando de exagerada”, confesó Novoa, al advertir que ella solo está pensando en la salud de todos.

A pesar del riesgo que representa viajar en este tiempo, Javier Salmerón visitó El Salvador poco antes del Día de Acción de Gracias. Tuvo que cambiar dos veces la fecha de su vuelo hacia su tierra, un viaje que había planeado desde diciembre de 2019. La idea era que sus hijos se reunieran con el abuelo, don Juan Manuel Salmerón, un hombre de 78 años que vive en el oriente de esa nación.

“Ir a ver a mi papá es lo que queríamos todos, que mi papá mirara a sus nietos”, dijo el oriundo de Santa Rosa Lima, que regresó de ese país el pasado 2 de diciembre, junto a su esposa y sus dos hijos, después de ir a comer pupusas de arroz a Olocuilta y disfrutar de los mariscos en el Puerto de La Unión, una experiencia que sus hijos habían vivido por última vez en 2010, cuando tenían 2 y 4 años de edad.

“Lo único que queríamos era darle apoyo emocional, que él se sintiera bien”, aseguró Salmerón, detallando que sus hijos se quedaron sin abuela y su padre sin esposa, a raíz de la muerte de Paula Benítez, en 2018. “Nos acercamos, lo abrazamos”, rememoró.

Después de nueve meses de pandemia, los habitantes del sur de California han encontrado en las visitas a sus familiares en el exterior una forma de salir del encierro. Y cuando se trata de las fiestas decembrinas, la motivación es mayor porque muchos consideran que tienen más calor humano con los seres queridos que han dejado en su tierra de origen.

Mario Matute, terapeuta y miembro de la junta de directores del Hospital Pacifica of the Valley, asegura que es natural que las personas busquen ese acercamiento. El experto plantea que es una necesidad sicológica que la población “quieren satisfacer a cualquier costo”, y algunos lo hacen porque están emocionalmente dañados, algo que se deriva de esa “privación de dar o recibir un abrazo”.

“La falta de afecto, abrazo y acercamiento a un ser querido está causando más que todo depresión”, subrayó Matute. “Cuando se acercan a sus seres queridos sus problemas emocionales como que de repente desaparecen. Ahí es cuando la gente llora y llora de emoción”, aseguró el terapeuta.

La mamá de Amarilys Ortiz lloró cuando la vio llegar. Esa mujer no imaginaba que su hija, después de 12 días hospitalizada por COVID-19, estaba de regreso en Guatemala.

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Ortiz tiene en ese país a dos hermanas, dos hijas y 7 nietos. En todos ellos pensó cuando se levantó del hospital el pasado 29 de julio. Al reabrirse el aeropuerto La Aurora, en la Ciudad de Guatemala, lo primero que se le vino a la mente fue viajar para reunirse con su familia. Sin embargo, se esperó para llegar el 19 de noviembre, un día antes del cumpleaños de su mamá.

Hasta el momento, le cuesta recordar fechas. Al salir del centro médico trató de sacar de su mente esa experiencia. No obstante, los detalles son indelebles.

A principios de julio la diagnosticaron con coronavirus. Los síntomas eran leves, pero con los días la fiebre se le disparó. Su novio le colocaba lienzos con agua fría, pero la temperatura no mermaba. Luego empezó a sentir un hormigueo en el pulmón izquierdo y, al mismo tiempo, le llegaron convulsiones y tuvo problemas para respirar.

“Casi me llevaron cargada al hospital, se me hincharon las venas de las piernas, no podía dar ni un paso”, testificó.

En el hospital, asegura que a pesar de los medicamentos la fiebre no aminoraba. Al cuarto día, sintió como que la muerte merodeaba su habitación. Una noche, a eso de las 11 p.m., llamó a un reverendo para que orara por ella. “No quería morir sin la bendición de Dios”, confesó, detallando que eso la llevó a publicar en Facebook sobre su condición para que sus conocidos y amigos elevaran plegarias por ella.

A la mañana siguiente, se presentó un contingente de personal médico. Le preguntaron si aceptaba un tratamiento de Remdesivir, un medicamento antiviral. “Es lo único que puede matar el virus”, le dijo un doctor.

“La sensación que tuve es que yo me había muerto y que ya no existía”, confesó, detallando que cinco días después de someterse a ese tratamiento, se le estabilizó el oxígeno y la presión. Y tres días más tarde estaba en su casa en cuarentena.

“Siento que Dios me tiene en esta vida por algo, estoy tratando de averiguar qué es”, aseguró.

Desde que llegó a su tierra, Ortiz no ha parado de disfrutar las delicias culinarias guatemaltecas. Lo primero que comió fueron jocotes y tamales hechos en hojas de plátano. Pero lo mejor viene para la Nochebuena.

“Mi hermana hace unos buenos churrascos y pierna tradicional”, detalló como si imaginara esos platos ya servidos en la mesa.

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Ortiz compró un boleto solo de ida y aunque cree que va a regresar a Los Ángeles en enero, pero ahora no pierde el tiempo pensando en eso. En este momento, se dedica a disfrutar de su familia y, sobre todo, a su mamá, cuyo reencuentro se convirtió en un tanque de oxígeno para vivir.

“Cuando la abracé sentí que la vida me había vuelto al cuerpo”, manifestó.

“Necesitaba de ese abrazo para seguir viviendo”, concluyó Ortiz.

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