Con la fe y sentido del humor atados a su silla de ruedas
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LOS ÁNGELES — La corbata acompaña la camisa y pantalón bien planchados, es parte de la identidad de Rudy Galicia; sin embargo, la sonrisa en su rostro y optimismo es lo que más resalta en este comerciante salvadoreño que se gana la vida con la venta de perfumes.
“¿Cuál va a querer, ‘seño’? Con confianza”, dice a una mujer que pasa frente a la docena de perfumes que coloca en el suelo todas las mañanas, apostado a la salida de la estación del Metro en el parque MacArthur, rutina que realiza desde hace 20 años.
Galicia, de 44 años de edad, se moviliza en silla de ruedas. A las 9:00 a.m. desempaca los productos y los ofrece a cada persona que puede. A diario logra vender un promedio de 12 frascos, con lo que saca los 700 dólares de la renta mensuales.
“Me alcanza para la renta, los diezmos y la ofrenda”, enfatizó el vendedor, detallando que cuando sale del trabajo se va a una iglesia protestante, en otras ocasiones se va a la vía pública, parques o callejones a compartir su fe. “Soy un milagro vivo”.
Siendo un niño, entonces de 3 años de edad, se enfermó de poliomielitis y perdió la movilidad en sus piernas; no obstante, sus sueños no fueron truncados. En su corazón palpitaba el anhelo de viajar, algo que hizo realidad en 1985.
Con un puñado de colones en su bolsillo, equivalente a 57 dólares, salió de su natal Ahuachapán rumbo a Estados Unidos. Era un adolescente de 14 años, que para desplazarse utilizaba las manos y arrastraba sus pies.
“Salí gateando, tenía en mente llegar al Norte; utilicé la silla de ruedas hasta que me establecí en México”, aseguró el comerciante, que durante siete años trabajó en territorio azteca vendiendo telas, relojes y boletos de la lotería.
La limitación física, asegura Galicia, nunca ha sido un problema. Al contrario, la ve como una oportunidad para servir a los demás, llevando un mensaje de motivación y esperanza a quienes no encuentran salida a situaciones menos complicados a la suya.
“Otros en mi lugar se hubiesen angustiado; en mi caso, trato de vivir el presente, porque mañana no sé que puede pasar”, reconoció el migrante radicado en Los Ángeles desde 1992, asegurando que nunca se va sin vender dos o tres de sus perfumes.
Sentado en el suelo, con sus piernas cruzadas, abre su paraguas en la medida que calienta el sol. A un costado, permanece su silla de ruedas, la que le acompaña desde hace 12 años. “La silla son mis pies, mis manos y mi automóvil”, señaló.
Galicia mide 5’1”. En su infancia, sostiene que la falta de movilidad en sus piernas le dio privilegios, pero lo que no pudo lograr fue subirse a un árbol.
“Quería verme más grande. Sentía coraje, pensaba que si pudiera caminar lo hubiera logrado”, reveló al desempolvar sus recuerdos. “Al final aprendí a vivir en medio de la gente, sin importarme el que dirán”.
En ocasiones, en la cuadra donde se ubica, hay hasta 7 vendedores del mismo producto, asegura el comerciante, algo con lo que ha aprendido a convivir y a encontrar la manera de convencer a los consumidores.
“Lo que trato es de venir con buen humor, compartir una sonrisa y lleno de optimismo. Nadie se merece una mala mirada, en cambio una sonrisa puede cambiar al ser humano”, aseveró.
En el 2012, Galicia grabó un video que circula en Youtube, en el que comparte su testimonio y, al mismo tiempo, se le ve cantando en la iglesia, actividad que realiza con cierta frecuencia.
“Fue una oportunidad para dar un mensaje a la humanidad”, dijo sobre la producción audiovisual. “Una vez le pregunté a Dios porqué no me llevó a los 3 años, nunca me respondió; entendí que es porque tengo mucho que dar”, concluyó.
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