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Indígenas en el Valle de Coachella

Las palabras de María fueron de un lado a otro, como mariposas en el aire, rozándole los oídos a todos. Primero se emocionaron y rieron complacidos, porque ya había cumplido 6 años y nunca había dicho palabra alguna. Aunque después se miraron confundidos entre ellos.

“La verdad no le entendimos bien, pero creo que su primera palabra fue algo así como ‘mamá’” , recuerda Verónica Ramírez, una migrante michoacana de blusa bordada y falda hasta los pies.

Dice que cuando llevas a vivir a un niño indígena a Estados Unidos, se confunden al escuchar tres idiomas, y por eso comienzan a hablar muy grandes.

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“Pos es que, imagínate, en la casa nos gritoneamos en purépecha; en la escuela puro inglés. Vamos a la tienda y la señora dice ‘¿va a llevar las tortillas?’ en español. Pobrecitos, no saben ni qué, se confunden. Tarde, pero aprenden”, abre los ojos y alza la voz la mujer de cuerpo breve.

El acercamiento más cercano de María con México es esa fotografía que pende de un cuadro con foquitos de colores; es de su abuelita que “vive en otro país”, una mujer a la que le cuelgan cabellos grises de la nuca.

Viven en Coachella, a un par de horas al este de los Ángeles. Un lugar flanqueado por palmeras de dátiles, campos de fresas, uvas y mangos. Aquí han llegado miles de niños purépechas porque sus padres emigraron a piscar los surcos de esta tierra fértil.

En una casa móvil estilo californiana, de porche y caída en dos tejas, en un trailer park llamado la Chicanita. Decorada con un altar a la virgen, y acomodados en una mesa, las fotografías de todos los miembros de la familia Ramírez que han fallecido, de Michoacán.

En el Sur de California, los hijos de migrantes michoacanos hablan tres idiomas: inglés, español y purépecha. Y aunque apenas han oído hablar de México, aún así mantienen sus raíces.

Su infancia transcurre entre caricaturas norteamericanas, pero sus padres los regañan en purépecha y en la calle el español es lo más común entre la comunidad.

Es un carnaval multicultural: son los niños trilingües inmersos en tres culturas distintas.

Hoy, María ha empezado a hablar. “I wanna play con mi muñeca, nande”. Mezcla tres idiomas a sus seis años. El I wanna play (quiero jugar en inglés); con mi muñeca (en español); nande (mamá en purépecha).

“¡Asteru chanaia ka inchantia!” , grita Verónica a su hija, que juega despistada con sus muñecas sobre la tierra. La niña frunce la nariz, y remilgosa entra con el ceño fruncido. Su madre le ha dicho que se meta y deje de estar jugando.

Tres culturas

Beatriz González es coordinadora de actividades extra escolares en el Distrito Escolar de Coachella. Todas las tardes en las escuelas de California, decenas de niños purépechas, hijos de jornaleros, esperan a que den las cinco de la tarde y sus padres salgan de los campos agrícolas, un programa implementado para ayudar a los trabajadores del campo.

Ella explica que los hijos de los jornaleros purépechas son excepcionales. “Algunos aprenden purépecha en casa y luego aprenden directamente el inglés, sin pasar por el español. Pero en su mayoría hablan los tres idiomas. Es increíble la capacidad que tienen para absorber el lenguaje, pero también para adaptarse a tres culturas diferentes”, dice.

Sin embargo, hasta el momento no existe una cifra de cuántos niños purépechas radican en el Valle de Coachella, ni cuáles hablan solo dialecto. “Son una comunidad muy reservada”, comenta González.

Cita como ejemplo la escuela Las Palmitas de Coachella, y estima que hay unos 750 niños mexicanos; de estos, al menos el tres por ciento habla purépecha.

Hoy los profesores han reunido a cuatro niñas y dos niños de ascendencia michoacana, y entonces la mezcla comienza.

Las gemelas Viviana y Araceli, de 10 años, tienen los ojos rasgados; su cabello es negro y lacio. Cuentan que sus padres emigraron de Michoacán y ellas nacieron en Estados Unidos; por eso prefieren hablar inglés, pero entienden a la perfección el español y el purépecha.

La mezcla de culturas es obvia: dicen que cuando salen de la escuela van al parque a jugar Softball. “Saftball”, pronuncian en inglés casi perfecto; sus caricaturas favoritas son “Frozen” y “Monster High”. Pero la comida que prefieren es el pozole y los tamales michoacanos. Presumen que saben hablar “tarasco”, y empiezan:

“Cuando mi abuelita está enojada, grita bien chistoso: ¡Juia tirenia Kokani. Asteru chanaia Ka inchantia!” Su pronunciación es veloz y no tartamudean; pareciese que también es su idioma natal. Dicen que significa ‘ven a comer rápido, métete y deja de estar jugando’”.

Las gemelitas de piel color cobre, ojitos rasgados y cara chata conocen todos los regaños en dialecto.

Bruce, otro niño de ascendencia michoacana, habla bien el inglés y un poco de purépecha. En él predomina la cultura anglosajona: lleva una camiseta marca Nike, su comida favorita es la pizza y el deporte que le gusta más es el futbol americano.

Pero sabe que Michoacán existe porque ahí vive su nanita, abuelita. Sus padres son jornaleros, migrantes que trabajan en la pisca de la uva. “Cuando mi papá le grita a mi mamá le habla en tarasco”, dice el niño de ojos tristes.

Pablo, su otro compañero de clase, es reservado. Cuando habla, solo lo hace en inglés, aunque su comida favorita son los tamales y también entiende el purépecha. Dice que se siente más cómodo de responderme en inglés y me platica qué hará cuando sea grande.

“I want to be a teacher, to show a lot of kids Math and English and Sports”, dice en inglés. Le pido que me lo diga en purépecha y responde: “Jorentani materu uashapichani uandani materu uandakua”.

Si bien los niños son trilingües, en California prefieren reservar el idioma purépecha para cuando están en casa. Las gemelas Viridiana y Araceli confiesan que su mamá les aconseja que no sientan pena de hablar afuera en tarasco. “Nosotras pensamos que se van a reír de nosotras”, dicen tímidamente.

Conforme pasan los años, se afianzan las raíces de las familias michoacanas en California, por lo que Beatriz González, coordinadora de actividades extra escolares de Coachella, anticipa que estos niños serán valiosos para su comunidad. Lo mismo pasa con otras lenguas, como el mixteco y el zapoteco.

Actualmente en el Valle de Coachella viven unos 100 mil mexicanos, según la Federación de Michoacanos. Rosalío Platas, vicepresidente de la agrupación, dice que de estos un 95 por ciento son originarios de Michoacán, representando al sector más grande del valle agrícola.

Los purépechas comenzaron a llegar en 1980 a Coachella, después de que los trabajadores mexicanos mestizos adquirieran mayores beneficios laborales y mejores salarios tras su sindicalización y organización gremial.

Fue precisamente en ese momento cuando nace la generación de niños trilingües en Coachella, principalmente porque la mano de obra indígena, incluyendo la purépecha, resultó más atractiva para los empresarios agrícolas; esta era más barata y los trabajadores no demandaban prestaciones laborales.

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